Pedro D. Allende
Especial para HDC
El asador realiza una advertencia, mientras el grupo de invitados completa salutaciones: dispuestos los cortes en la parrilla, hace saber a los comensales que quitará a los chorizos la tripa que los contiene. Aduce que la determinación conlleva beneficios: una quita de lípidos, que, a la mayoría de los presentes (sexa-septuagenarios amenazados por el colesterol “malo”) le vendrá en forma.
Los dueños de casa: un matrimonio de militantes peronistas “paladar negro”, de esos que han pasado “todas” las décadas y que prestigiaron los gabinetes de José Manuel de la Sota o Juan Schiaretti en diferentes funciones, hoy acogidos al retiro jubilatorio. Los invitados: añejos cuadros de renombre, a los que la vida política cruzó con los anfitriones en numerosas esquinas y que la biología, cuando no la política, fue pasando, inexorablemente, a retiro.
Son exponentes orgullosos de esa estirpe que hizo sus primeras armas entre el Cordobazo y el golpe del 76; que la pasó como pudo en los años de plomo; y que en 1983 se tiró a la pileta democrática. Una buena calidad de vida los mantiene lúcidos, sociables, más cerca o más lejos de las torres de marfil.
Todos presumen de sus relaciones e información. Porque el secretario tal o la ministra cual, el intendente X o la legisladora Z hicieron sus primeras armas a su sombra, cuando eran ellos quienes marcaban la agenda del Gallego o del Gringo. Porque muchos de los actuales mandamases hacen catarsis tomando algún café con sus viejos referentes, o les guardan la lealtad que sólo se reserva a los jefes que, a pura sabiduría, saben marcar un camino.
Mientras se olvidan de mi presencia y los escucho hablar de viajes o descendencia, quizá por el hambrazón que tengo, me concentro en los chorizos deconstruidos en la parrilla. La ausencia de piel los deshidrata. Y es cierto: pierden grasa precipitadamente.
Los chismes
Nadie lo reconoce abiertamente. Todos extrañan. Se sienten, todavía, aptos para seguir. Les hubiera encantado ser convocados por Llaryora. Aunque alguna vez le hayan puesto la traba al ex intendente capitalino (cumpliendo órdenes de arriba, claro está) y ahora nadie lo quiera recordar. O haber sido rescatados por Schiaretti o Vigo, en alguna lista o función. Son parte de ese fenómeno producido por la medicina moderna: el estiramiento de la tercera edad, que todavía encuentra a las familias, a la sociedad, al Estado, sin demasiadas alternativas para contenerla.
La vieja guardia desocupó los edificios del poder. Fallecidos algunos, muertos políticos otros, sólo se salvaron unos pocos. Aunque nadie la pasa mal, y todos tienen secretos por intercambiar.
Pero además de los cuentos, la experiencia de tantos años les otorga una visión. Nadie expone resentimiento. Por el contrario, todos desean éxito a Llaryora, en particular para resolver el déficit de la Caja de Jubilaciones (se quejan de que la inflación pulveriza sus mensualidades) y del Apross (que financia la cobertura de sus achaques). Por lo bajo, rumorean que, en ambos casos, lo peor está por venir.
Entre picada y copetín, se coincide en destacar la hiperactividad del sanfrancisqueño. Oficiando de ministro de muchas áreas (atestadas de funcionarios) en las que sus titulares formales sólo obedecen órdenes. ¿Eso está bien? Se preguntan los presentes. ¿Podrá el gobernador cargarse con todo? Algunos lamentan que no haya incorporado al gobierno más gente con “espalda” (como ocurría en otras administraciones). Se rumorea que su vértigo desordena a quienes no lo conocen tanto: muchos se anulan por el pavor.
Repasan áreas y llega un reproche al Partido Cordobés como concepto, pintado por la oposición como intento de “partido único”. Sorprende la incorporación de ministros o secretarios que han denunciado a otros gobiernos de Unión por Córdoba, algunos de ellos antiperonistas irredentos.
Vamos a la mesa. Alguno pregunta por Schiaretti, y cuentan que opina reservadamente, asados de por medio. Estaría transmitiendo, según lo comentado, su preocupación por una letal combinación: caída de recaudación, inflación y devaluación. Expresaría reservas ante Milei, pero mantendrá a su gente en el gobierno nacional.
Todos coinciden en que la licuación de ingresos está impactando de modo arrasador. En marzo -dicen- serán muchos menos los que puedan mandar sus hijos a escuelas privadas o mantener prepagas; y se contarán por legiones los endeudados y empobrecidos. Incluso en Córdoba, la isla que hemos sabido conseguir, gobierne quien gobierne. Donde Llaryora se puede enfrentar, en poco tiempo, a una situación crítica como la que debió capear De la Sota en 2002 o -aún peor- Ramón Mestre en 1995.
En el tablero nacional, chimentan que Martín juega otro juego, con sus visitas semanales a CABA. “¿Ajedrez?”, pregunto con timidez. “No, la Oca”, me contestan. “Avanzando pequeños pasitos con gran esfuerzo, para perderlos el fin de semana, confirmando cada lunes la vuelta al inicio…”
Se dice, el malhumor que caracterizó a varios capitostes cordobeses y del cual Llaryora no sería la excepción, estalla tras verificarse un nuevo traspié. Sin acuerdos con el Gobierno, está solo; los gobernadores de la Región Centro se le escapan (al bloque de Juntos por el Cambio) y los mandatarios peronistas construyen, por ahora, en torno a Axel Kicillof.
Paréntesis: todos elogian la muñeca de los viejos parlamentarios que, dicen, intentaron una salida honorable para las acometidas legislativas de un Milei que juega estrategias jamás probadas; cuadros como “el amigo” (de casi todos) Pichetto, o Monzó (ídem). Pienso mientras escucho: es imposible analizar al presidente y su contexto utilizando categorías convencionales.
Llegan los chorizos deconstruidos: incomibles. Abrasados, solidificados, perdieron sabor. Como en la política actual, donde muchos procuran alivianarse para resultar más digeribles, desgrasarse para presentarse saludables. Desembutirse para reconvertirse.
La conversación se hace cada vez más fútil. Me convenzo: la casta sigue ahí. Los problemas también.