El período conocido como “primera globalización” (1870-1910), coincide con la fase de organización institucional y gobiernos conservadores en Argentina. Qué rol tomar en ese reparto político-económico entre potencias centrales y periféricas, acercaba o dividía a las dirigencias de todos los Estados, entre ellos los “emergentes” (como Argentina).
Las sociedades y sus políticos acusaban los impactos de estas corrientes. Washington ya ofrecía un proto-panamericanismo, mirado con desconfianza por el orden conservador nacionalista.
Así, una figura como Leandro N. Alem, descendiente de un “mazorquero” rosista, combatiente urquicista en Cepeda y Pavón, capitán en la Guerra de la Triple Alianza, Grado 33 de la masonería regular, abogado de la UBA, transitase por los partidos Autonomista (primero alsinista), Republicano (intento reformista obturado por la maquinaria Autonomista-Nacional) y Unión Cívica, (franco cuestionador del roquismo). Líder de jóvenes baluartes (destacando los futuros presidentes Hipólito Yrigoyen y Marcelo T. de Alvear), cercano a veteranos como Bartolomé Mitre y Bernardo de Irigoyen, Alem participa de la fallida Revolución del Parque (que, de triunfar, lo habría erigido en hombre fuerte de la política nacional). Es el partero de la Unión Cívica Radical (cuando se define como “radical” e “intransigente” frente al “acuerdismo” de Mitre con Roca).
Los nuevos partidos respondían a la expansión de las demandas populares. La UCR fue “antiacuerdista” y “abstencionista” como forma de denunciar irregularidades y falta de transparencia. Con la sanción de la Ley Sáenz Peña (1912) y la primera presidencia de Yrigoyen (1916-1922), coinciden voluntad electoral (proceso) y autoridades electas (producto). En la posguerra, con imperios en retracción y afirmación hegemónica estadounidense, la gestión yrigoyenista se centró en políticas de inclusión social y reformas laborales, afianzando derechos y expectativas de clases trabajadoras.
La alternancia entre el “Peludo” y Marcelo T. de Alvear (1922-1928) traerá división entre “personalistas” y “antipersonalistas” (que priorizan “ideas generales del país” por sobre los dirigentes), corriente que revisaría las actitudes no acuerdistas y abstencionistas, tras caer Yrigoyen (primer golpe militar), en plena Depresión.
Conmovido por los ramalazos de la segunda Guerra Mundial, el radicalismo pierde posiciones como movimiento de masas. En 1946, Perón vence a la Unión Democrática, que la UCR integra junto a demócratas progresistas, socialistas, comunistas y conservadores. Surgen unionistas (aliancistas) y anti unionistas, como Ricardo Balbín y Arturo Frondizi, que tras fundar el Movimiento Intransigencia y Renovación conducen el bloque opositor, también conocido como “de los 44”.
Con la caída de Perón (1955) serán más (balbinismo) o menos (frondicismo) colaboracionistas con la dictadura militar de turno. En 1958, La UCR se fracciona en “del Pueblo” e “Intransigente”, logrando Frondizi la presidencia tras un transitorio pacto con el exilado Perón. Tras su caída (1962) el radicalismo del pueblo, presidido por Balbín, se asumirá como continuador del viejo partido. Con el peronismo proscripto, alcanzará la presidencia, con Arturo Illia, en 1963. La UCRI sufrirá la escisión de los desarrollistas (Frigerio y Frondizi) y el Partido Intransigente, con Oscar Alende.
El tándem Illia-Balbín (con su discípulo Raúl Alfonsín comandando la bancada oficialista en Diputados) negó al peronismo, y fracasó en entendimientos con el “Partido Militar”, que dirime su interna a cañonazos, entre Azules y Colorados. Expulsado Illia (1966), con el “onganiato” llegó la intemperie. En 1971 Balbín integró “La hora del Pueblo” junto al justicialismo, reclamando elecciones. En paralelo, Arturo Mor Roig, ex presidente de Diputados (con Illia), fue ministro del dictador Lanusse. Alfonsín funda el Movimiento de Renovación y Cambio, cuestionando todo pacto con el peronismo y enfrentando a su antiguo maestro.
Balbín despide a Perón en su sepelio (1974) y termina su contacto con el justicialismo. Habló por cadena nacional antes del golpe de 1976 y tendió vínculos con Videla. Alfonsín encarna la renovación de la UCR y el “cambio” que la sociedad reclama: derrota al peronismo en 1983 y 1985; se acerca a la socialdemocracia europea; intenta un Tercer Movimiento Histórico y la fundación de una Segunda República, que quedan truncas. Derrotado en 1989, cuando el mundo avizoraba su “segunda globalización”, el radicalismo había perdido otra bandera. Menem se alinea rápidamente con EEUU.
Exceptuando provincias como Córdoba, Chaco o Chubut, y las Universidades Nacionales (con Franja Morada), la presencia radical más importante se concreta en gobiernos locales y legislaturas. Esa base municipal permitió otra oportunidad, tras el pacto de Olivos (Alfonsín-Menem), la reforma de la Constitución y la elección popular del jefe de gobierno de Buenos Aires, con Fernando de la Rúa (1995). Se va tejiendo la alianza que lleva a aquél a la Presidencia, en 1999. Pero su accidentado gobierno terminó en renuncia (2001), tras una represión policial que arrojó 39 muertos y centenares de heridos.
En 2003 hubo seis candidaturas presidenciales: tres correspondían a justicialistas y tres a radicales (López Murphy, Elisa Carrió y Leopoldo Moreau), que suman 32,76% de los votos: Moreau, con el sello UCR, alcanza el 2,34%).
La UCR triunfa en cinco provincias; en 2007, el radical Cobos integra la fórmula con Cristina Fernández.
Acuerdan con el PRO de Mauricio Macri en la coalición victoriosa de 2015 (Cambiemos). No ocupan lugares en la fórmula ni asumen los ministerios más importantes: es un radicalismo “partenaire”, todavía con irrigación territorial y escaños legislativos valiosos en las negociaciones, pero extraviado en sus ambivalentes relaciones con los oficialismos.
El mundo ha vuelto a pegar un volantazo, entre choques de civilizaciones, corrientes antiglobalización y nuevos escenarios de conflicto bélico. El radicalismo aparece ajeno a la lectura del planeta, absorbido por requerimientos de utilería.
El enfrentamiento acérrimo, la colaboración con proscripciones y gobiernos de facto, las divisiones internas, lo distanciaron de sus raíces populares. Muy lejos de Alem, aquél referente que vivió y murió convencido de que para hacer una buena política “se necesitan grandes móviles, se necesita fe, nobles ideales; se necesita, en una palabra, patriotismo”.