Por Soledad Savino, adscripta al Programa de investigación Espacialidad crítica en el Pensamiento Político-Social Latinoamericano. Maestranda en Investigación Educativa mención socioantropológica (CEA, FCS, UNC).
Los seres humanos inteligimos el mundo mucho antes de la escritura, decía Paulo Freire. Las cavernas nos cuentan historias y relatos. El Cerro Colorado es un ejemplo paradigmático del arte de los pueblos originarios, que late aún en nuestra sangre. Cada móvil, cada invención fue primero forjada en un dibujo, un sueño modelado en piedra o papel.
Las políticas y programas socioeducativos, por su parte, emergen en los primeros años del siglo presente con las nuevas miradas sobre niños, niñas y adolescentes como sujetos de derecho, legislados e implementados en diferentes ámbitos. Córdoba, siempre pionera, impulsó temprano esta mirada al constituir el Programa Nuestras Manos, hace 15 años.
Ubicado en la calle Tránsito Cáceres 260, frente a la terminal, las paredes comenzaron a hablar con colores y texturas en el inmenso idioma de las artes plásticas, el equipo se fue consolidando a través de los años y forjó un método particular de inclusión sociolaboral por el cual pasaron centenares de juventudes, muchas de las cuales hoy sostienen microemprendimientos con técnicas que aprendieron en el programa, y tantos otros que mediante la expresión artística encontraron otra forma de enfrentar la vida, diseñando un destino que rompía con lo que parecía predeterminado.
A comienzos del año 2020, el Programa se encontraba de festejo absoluto, ya tenían baños y el horno a estrenar para el taller de cerámica. Estaban en plena inscripción de estudiantes cuando se declaró la pandemia de Covid-19 y con ella las disposiciones de aislamiento social obligatorio. El equipo continuó trabajando como personal esencial asistiendo en residencias que albergan juventudes bajo protección del Estado. En el contexto de la pandemia el lugar físico se refacciona para atención médica, aunque nunca se utiliza como tal. A principios de 2022, intempestivamente, el edificio pasa a ser de Asistencia de Víctimas de Violencia y el Programa queda sin lugar, pero aun existiendo. Los profesores que quedaron y la coordinadora del programa intervinieron el patio del ex Hospital de Niños, pero gran parte del equipo se desmembró reubicando a los agentes en otras dependencias, ya no relacionadas con las artes. En 2023 pasaron a ocupar el Salón de Usos Múltiples del Centro Socioeducativo Lelikelen, en ese momento comencé una etnografía educativa, en el marco de mi tesis de maestría, que di en llamar “El Patio en Nuestras Manos”.
Apreciar este método tan potente donde la realidad de un espacio se transforma de un boceto a un hecho, a través de estudiantes que dialogan, ríen y comparten una mesa común llena de pinceles es algo conmovedor. Reciclando maderas de pallet se produjo una composición que emula árboles nativos. No sólo se hizo con poco presupuesto sino en un mínimo espacio de trabajo, pero con la evidente experiencia del equipo educativo del Programa. Recuerdo el día más frío del año, estaban en mesas largas a la intemperie, llevaron frazadas y la escena era divertidísima, nadie se quejaba, hacían chistes, escuchaban música mientras pintaban maderas y explicaban la importancia de respetar la paleta de colores.
Como la intervención se realizaba principalmente sobre una pared, donde el boceto se hacía realidad, los vi aplicar la regla de tres simple en la práctica de incorporar esa escala. La pedagogía actual comprendió hace tiempo que los aprendizajes significativos, es decir aquellos que perduran en la vida, se asimilan por experiencia, pero los espejismos del siglo XX aún reflejan una práctica donde el saber queda en la carpeta y el conocimiento en las aulas. Repensar la educación implica necesariamente una mirada socioeducativa donde el contenido se enriquece por los afectos, no ya por la disciplina. Me pregunto: ¿cómo construir democracia? ¿Qué hacer con la historia encarnada en nuestros cuerpos y cultura?
La resiliencia del arte y los pinceles como estandarte son lo que llamo “el método de Nuestras Manos”. La metáfora se vuelve inefable al ver que en el lugar donde se escribía un futuro mediante el arte, hoy se habla de casos de un pasado de violencia sexual. Y donde los niños yacían muertos hace 100 años hoy resiste un programa socioeducativo a través de la expresión artística. Narrar el limbo o soñar el retorno, usar la palabra para transformar la realidad es la ética de las ciencias sociales hoy, no sabemos de cerámica, nuestra potencia está en la escritura de un mundo mejor, parándonos sobre los propios privilegios para sostener los bocetos de un jardín de esperanzas que no espera la tormenta para florecer.