Para la bioantropología, la especie humana dejó atrás a los primates y se convirtió en ser humano cuando comenzó a recoger y a comer lo que recogía de manera cooperativa. Después de la primera revolución industrial, en la ciudad inglesa de Rochdale, 28 obreros quedaron desocupados; amenazados de hambre y miseria, se vieron en la necesidad de encontrar una solución. Fue así como un 24 de agosto de 1844 institucionalizaron el cooperativismo”. Con su primera denominación, Sociedad de los justos pioneros de Rochdale”, estos desocupados lograron ir encauzando ideales cooperativos con buen y satisfactorio sentido práctico.
Lamentablemente hoy el Covid-19 provocará un número infinitamente mayor de desocupados, de hambrunas y miseria. Desde nuestra perspectiva, afrontar tan lacerantes e imprevistas consecuencias víricas cooperativizando sociedades civiles, migraciones e inmigraciones poscoronavirus, debiera empezar modestamente con objetivos de primera necesidad física común. Al menos así aconteció un 21 de diciembre de 1844, cuando aquéllos pioneros del cooperativismo iniciaron su actividad, dado que solamente se propusieron la autoprovisión de harina, de avena, de azúcar, de manteca, té, velas, y poco más.
Hoy, con la quiebra o cierre de pymes, de comercios, monotributistas y cuentapropistas, las bajas laborales resultarán incalculables en la gran mayoría de los sectores tradicionales de la producción urbana y del consumo, en grandes espacios o paseos de compras, en los transportes, en los viajes y el turismo, en los cafés, casas o restaurantes de comidas; en cines, teatros, espectáculos, circos y movidas recreativas, como también, en aquellos relacionados con eventos deportivos masivos, casas de estética y belleza, etc. De tal manera la tradicional concurrencia a los mercados tradicionales probablemente ha de mutar a puntos de encuentro cooperativos de libre acceso, con precios al costo o sensiblemente inferiores a los del libre mercado, singularmente cuando los precios en este último son caros e infinidad de usuarios y consumidores, al perder su trabajo, quedarán sin los ingresos que le aseguraban su capacidad adquisitiva anterior.
Entonces, y en razón del nuevo estado de cosas, al menos para el mientras tanto proponemos un hospital de campaña cooperativo”, para que aquellas personas directa e indirectamente afectadas por el coronavirus puedan ir obteniendo prestaciones, bienes y servicios efectivos para satisfacer sus necesidades esenciales a un precio justo.
Primariamente, se trata de habilitar el acceso cooperativo a productos alimentarios imprescindibles para la nutrición y la salud humana, a ropa y abrigos, como a otros insumos básicos, en tanto aptos para su consumo y cuidado personal y familiar; posteriormente podríamos encargarnos de gestionar nuevos trabajos o servicios, microcréditos, soluciones habitacionales, en condiciones de costos que tiendan a la gratuidad o, al menos, asegurando un costo mínimo para que no se acentúe la exclusión en aquellas capas sociales de pobreza extrema e indigencia cruel, causadas por tan fatídico coronavirus.
El fin sería consolidar una economía solidaria civil abierta a una estrategia de afines, incorporando otras formas de organización empresarial (incluso empresas familiares), para alcanzar ese punto de masa crítica que permitiera una cierta invulnerabilidad del subsector cooperativo frente a competencias desleales, y reivindicara para el mismo instrumentos de apoyo de carácter educativo, agrario, creditico, tributario, tecnológico y de formación, que le dotara de una razonable igualdad con los sectores privados y públicos de la economía.
Lograr esa masa crítica compleja de alianzas y apoyo mutuo cooperativo para alcanzar la invulnerabilidad ante entornos hostiles, presupone programas y etapas iniciales, como las de poder recurrir en espacios públicos al canje e intercambio (trueque) de bienes y servicios, hasta la emisión e introducción de los bonos cooperativos u obligaciones negociables o títulos de capitalización (Leyes 23.576 y 23.962).
La sinergia de esta alianza tendría un efecto multiplicador y, a su tiempo, enormes satisfacciones, traducidas en la reducción de costos y el incremento de beneficios, ya que no son estos últimos los motores movilizadores del sector cooperativo sino la redistribución equitativa entre sus asociados, en el marco de una reciprocidad mutual.
Precisamente, la esencialidad personal y gregaria del ethos humano consiste en su cooperación y solidaridad. Recuperar y empoderar esto último requiere de promoción humana y fomento de ciudadanía puestos en red, impulsando simplificadas uniones cooperativas directas entre productores y consumidores, como entre prestadores y usuarios, evitando el sojuzgamiento actual de tantos intermediarios y lucros injustificables.
Ante los despojos, aprendizajes, escenarios futuros y desafíos poscoronavirus, el devenir cooperativo que propugnamos no solamente es posible sino imprescindible, al menos en el corto y mediano plazo del tortuoso tiempo por venir. Porque si la necedad de egoísmo e indiferencia prevalece sobre la cooperación y la solidaridad, comencemos a prepararnos para lo peor de un camino sin retorno.
Investigador, Cijs – UNC