Por Milena Heinrich
A cada red social le cabe un fenómeno y a cada identidad una comunidad: eso pasa en Instagram con los bookstagrammers, lectoras y lectores que comparten reseñas de libros, imágenes o escenas que expanden el universo literario y forman parte del engranaje para comunicar novedades editoriales, bajo la certeza de que a la lógica de la moda y las individualidades lo que se impone es una necesidad de compartir con otros el placer por la lectura.
Hay influencers para distintos órdenes de la vida, que pasan de compartir los tips de una vida saludable a pronunciar discursos alentadores sobre las contradicciones humanas, los hay disruptivos en temas como maternidades, masculinidades, crianza, artes, alimentación; influencers de astrología, pastelería, medicina, física y psicología. Hay también influencers de la nada, aquellos que se exhiben en decorados artificiales y consiguen el estatus «grammer» gracias a la compra de seguidores.
Porque si a cada red social le cabe un fenómeno, el que copa ahora la relación entre lecturas y redes sociales es el de los llamados bookstagrammer. Aunque en un tiempo no importará el soporte, serán otras las plataformas donde estos «books» desplieguen su pasión, como lo hicieron en un primer momento con las extensas reseñas en blogs, que luego en versión audiovisual dieron lugar a la aparición de los booktubers. Ahora, mientras los bookstagrammers se amplían a distintas generaciones, los más jóvenes migran a TikTok para devenir booktokers.
«Todas las redes sociales tienen fecha de vencimiento, sin embargo para muchos haber encontrado un grupo de personas con las cuales compartir la literatura no es una moda», asegura Rocío Colabianchi en Instagram.
Con comunidades afianzadas, las cuentas bookstagram en Argentina gozan de buena salud y hay para todos los gustos, edades y perfiles, y aunque quienes administran esos espacios no suelen considerar lo que hacen como un trabajo sus publicaciones inciden en las nuevas formas de comunicar novedades y en el engranaje editorial. Como dice Santiago Satz, gerente de prensa de Grupo Planeta: «Las y los influencers ocupan un lugar muy destacado a la hora de comunicar y difundir una o varias publicaciones, forman parte del ecosistema en la estrategia de comunicación que implementamos en cada lanzamiento».
En este compartir hay también un potencial pedagógico, porque en cada contenido no sólo se presenta una reseña-reflexión en formato texto o video. Lo que se promueve es una experiencia integral de la lectura en la que los comentarios y los libros se muestran con el culto a la estética visual: imágenes enmarcadas en escalas monocromáticas, entornos naturales, tazas de café; escenas que recrean una pausa, bibliotecas sacralizadas en su orden y su composición de colores según los lomos de los libros, o a través de reels, ese recurso que IG popularizó de videos muy cortitos.
El proyecto Dime que Lees”, desarrollado y administrado por Brenda Algozino, incluye varias plataformas que maridan en la jerga que cada red social exige. La influencer recomienda libros pero también despliega una experiencia lúdica que convida movida lectora. «El foco está puesto en la lectura como un hábito y en la posibilidad de sumar más lectura a nuestra vida cotidiana. Para ello, simplemente comparto mi día a día en relación a la lectura e intento llegar a un público más amplio, no solo a los lectores y lectoras más habituales. Eso es todo un desafío», dice Algozino.
Para Georgina Dritsos, especialista en prensa y estrategias en redes sociales que hace muchos años viene siguiendo estas tendencias, lo que hay es «un fenómeno de leer en comunidad, tanto en redes, como en clubes de lectura. Esto incluye desde adolescentes hasta adultos mayores, es algo muy horizontal que seduce a todos los que amamos leer», dice sobre esta práctica marcada por el tono de cada plataforma, ya que «las distintas redes suponen muchísimas diferencias para la difusión de libros».
«Por ejemplo -explica-, bookstagram, que es como se conoce a los comentarios, reseñas y difusión de libros en Instagram es una plataforma muy visual donde por un lado tenemos las fotos de libros, destacadas y aderezadas con algún elemento que sea atractivo a los lectores» y por el otro ahora están los reels, «una competencia directa a la yugular de YouTube donde la persona sube distintos videos mostrando libros, sus colecciones, sus bibliotecas, a veces hacen lo que se llama ´bookhaul´ con los libros para reseñar o libros que les regalan».
La pandemia contribuyó al espíritu de comunidad que buscan propiciar las redes: «Hay más lecturas conjuntas, más debates, por ejemplo se reúnen a debatir vía Zoom o WhatsApp, porque todos los medios son válidos cuando quieren hablar sobre sus impresiones de libro. Y también ayudó a fidelizar a los lectores. Estos influencers no solo comparten libros, también hacen actividades con autores, los invitan a sus clubes, les hacen notas, hacen vivos, realizan sorteos de libros, desafíos de lectura», apunta Dritsos.
Tal vez en esa necesidad de compartir se exprese el crecimiento sostenido de bookstagrammers, cuyo origen se despega del exhibicionismo ególatra o del rédito económico y se sostiene sobre el gesto de leer y el intercambio.
Algo similar describe Colabianchi, cuyo espacio virtual nació de las ganas de «compartir mi mayor pasión, que es leer con alguien, ya que en mi círculo íntimo ni había lectores. Y cuando entré a Instagram me encontré con otra gente que le pasaba lo mismo que a mi», dice.
Álvaro Garat está estudiando Letras y al igual que sus colegas lo impulsó «la necesidad de compartir opiniones con lectores y lectoras» y si bien «obviamente contemplé desde un principio este intercambio colectivo de opiniones, jamás me imaginé crear espacios y proyectos cargados de compañerismo y amistades increíbles, sumado a oportunidades de crecimiento personal y profesional».
Agustina de Diego, también de Letras, consolidó una comunidad que supera los 20.000 seguidores. «Tenía mucha curiosidad por expresarme sobre literatura fuera del ámbito académico y de una manera más descontracturada y menos técnica. Quería, además, crear un espacio que me invitara a leer más autorxs contemporáneos y que la red se convirtiera en el lugar ideal para el intercambio con otrxs. Pensé que solo iba a ser eso, compartir una foto y un comentario de vez en cuando, pero de a poco se convirtió en algo más, talleres de lectura, charlas, entrevistas a autores, hasta llegar a sacar una edición de Un cuarto propio de Virginia Woolf», editada por Fera», dice.
En todo estos influencers hay una convicción casi generalizada de que las redes sociales permitieron amplificar voces y democratizaron el acceso para que cualquiera volcara su pasión, «sin intermediarios». «Cuando era chica, creía que el único espacio posible para hablar de libros o hacer entrevistas eran los medios más tradicionales. Gracias a Instagram pude construir mi propio lugar desde el cual hablar y sigue nutriéndome», reflexiona Algozino.
Por su parte, Garat encuentra en su comunidad «cierta codificación de una forma de confianza» y es desde ese lugar que «uno se establece en estas plataformas como comunicador, aparte de creador de contenido: se difunden noticias, novedades, información sobre autores y lanzamientos de adaptaciones», dice el bookstagramer que hace algunas semanas lanzó junto a otras reconocidas cuentas de «books» la experiencia Re Club.
¿La nueva crítica?
Para Brenda Algozino recomendar, sugerir, compartir textos no es hacer crítica porque «son formatos y estilos diferentes». Y agrega: «Mis criterios para recomendar los títulos son puramente subjetivos y también elijo compartir sólo las lecturas que me gustan. No hablo de los libros que abandono o que no me enganchan porque creo que cada libro encontrará sus propios lectores/as más allá de mis opiniones».
Por su parte, Álvaro Garat comparte sugerencias pero también tips de lecturas como el contenido «Me duermo leyendo clásicos» donde brinda ideas para entrar mejor a esos textos, define sus publicaciones «como difusiones de lecturas, recomendaciones y, en máxima instancia, reseñas literarias», mas que como crítica porque «no considero que me detenga lo suficiente a crear un crítica, principalmente porque, más allá de si lo hiciere o no, no comparto la profundidad de análisis que requeriría tal clasificación».
Además de Letras, Garat se especializa en Marketing Digital y reconoce que «tanto un booktoker como un bookstagrammer pueden capitalizar su contenido, ya sea bajo el establecimiento de su contenido como un producto, así como la utilización de su audiencia como un medio publicitario para diferentes empresas vinculadas al sector editorial. En mi caso no enfoco mi espacio como algo capitalizable, es una decisión meramente personal, pero debo afirmar que se puede obtener remuneración considerable en estas plataformas».
Es que, con el paso de los años, la consolidación de sus comunidades y el crecimiento de followers estas cuentas empezaron a ser más demandadas. Así lo cuenta Colabianchi: «Como lo hago con mucha pasión y me gusta nunca me puse a pensar cuántas horas semanales le dedico, pero la verdad es que son muchas: armar un posteo, sacar la foto, escribir la opinión sobre el libro lleva tiempo. Pero también hay otras actividades como organizar retos literarios, participar en algún compromiso con alguna editorial», ilustra.
Y agrega: «Muchas veces te llegan mensajes personales pidiendo recomendaciones de talleres, de librerías, clubes. Yo siento que a veces a los seguidores les resulta más fácil preguntarme algo a mí que a una editorial o autor. A mí me gusta hacerlo pero ese tiempo no lo ve nadie. Me escriben en plural pensando que detrás de la cuenta hay varias: Hola soy Rocío, una sola, acá no hay nadie mas que yo».
En ese sentido, Agustina de Diego pone en el acento el feedback con seguidores: «Lo que destaco es el vínculo que se fue forjando con desconocidxs, gente que hoy es muy querida y quizás nunca vi en persona. Es muy lindo saber que sos la persona con la que pueden hablar de libros y con la que se sienten cómodos de compartir lo que pensaron o sintieron mientras leían algo que les recomendaste, o incluso que se dé el diálogo para que te recomienden a vos», dice.
Como resume Dritsos, la periodista especializada en estrategias de difusión digital, estas tendencias reflejan «la renovación de las formas de comunicar del mundo editorial. Los llamados influencers, que pueden ser bookstagrammer, booktoker, booktuber, ocupan un lugar importante, no hacemos comunicación sin ellos porque son aliados para la difusión de libros y autores».