Los fundamentos de las condenas en los juicios por estafas de las causas Ribeiro y Trebucq, dados a conocer por la Cámara Décima del Crimen, son extensos, categóricos y bien descriptivos de lo que el delito de alcurnia es capaz de tramar y llevar a cabo con absoluto descaro y sin ninguna culpa a la hora de apropiarse de millones de dólares. En el caso de las estafas inmobiliarias pergeñadas por el arquitecto Jorge Ribeiro y varios integrantes de su propia familia, se pueden resumir en la venta de departamentos en boca de pozo jamás construidos y con una creativa parafernalia publicitaria que, a modo de ejemplo, provocó que una empresa comprara 107 cocheras por más de US$ 900.000, y que por supuesto nunca jamás recibirá. También numerosos cordobeses que viven en diferentes partes del mundo picaron el anzuelo y triangularon pagos que terminaron en cuentas de Curazao. De hecho, de nueve edificios RAE que se iban a construir, no se concluyó ni uno sólo. El dinero faltante se estima en el orden de los US$ 8.000.000.
En el caso de los valiosos terrenos fiscales apropiados por empresarios, abogados y escribanos, entre ellos el ex-financista Gustavo Trebucq, en la costanera de barrio Juniors apenas cruzando el puente 24 de Septiembre, la estafa ronda los US$ 4.100.000. También aquí se puede apreciar un alto «ingenio profesional» al servicio del delito y en cada maniobra y falsificación cuidadosamente planificadas.
Varios imputados ya estuvieron en Bouwer cumpliendo prisiones preventivas y podrían volver cuando las casaciones sean revisadas por el Tribunal Superior de Justicia, y posiblemente también por la Corte Suprema, lo que supone que aún queda una largo camino por desandar. Sin embargo, lo visto en estos dos juicios pinta a las claras que el fruto prohibido del Edén también es mordido por «gente de bien y con sus panzas llenas», pero que no trepidan en soltar sus pulsiones de codicia, engaño, ocultamiento y avaricia.