La historia del falso médico del COE en Río Cuarto, Ignacio Martín, transita por su capítulo final en el juicio que terminará en septiembre en los Tribunales de la otra capital provincial. Por ahora, en los alegatos, los fiscales Pablo Jávega y María Fernández López pidieron a los jueces que condenen al intrépido joven a nueve años de prisión por todos los delitos de la acusación, pero con una pena sostenida fundamentalmente por la muerte de un hombre que falleció y fue atendido por Martín y por lo tanto el reproche penal de homicidio simple. Desde la defensa, Agustín Cattáneo insistirá en que el imputado no tiene nada que ver con la muerte de Matías Tambone de 29 años, y así lograr una pena inferior que le permita recuperar la libertad a la mayor brevedad posible.
Sin embargo, se hace difícil aceptar que lo ocurrido se puede reducir a una aparición fantasmagórica de Martín en un contexto complicadísimo de pandemia y como quien surge de un repollo. Es verdad que en los inicios de los contagios y la propagación de la enfermedad no había suficientes trabajadores de salud, y el miedo y la incertidumbre nos atravesaba a todos. Pero… quienes mandaron a Martín a Río Cuarto, ¿no se dieron cuenta ni sospecharon que se trataba de un mentiroso con conductas megalómanas y una fantasía propia de la serie «The good doctor»? Durante su descargo ante el Tribunal, Martín acusó al ex integrante del COE Diego Almada, y al secretario de salud de la provincia Pablo Carvajal, de hacer posible su mutación de voluntario a falso médico con un sello propio y con el cargo de jefe del COT o centro de operaciones tácticas.
Seguramente Martín será condenado y habrá que ver si los magistrados además piden o no ampliar la investigación a otros posibles implicados, aunque parece poco probable. En tal caso no faltarán los «mal pensados» que digan que generalmente el hilo siempre se corta por lo más delgado.