Por Mauricio Petrei
En el quinto piso un bebe llora desesperado. Tiene hambre. No quiere mamadera, no quiere chupete. Quiere teta. Quiere la teta de su madre que todavía está trabajando.
A la misma hora, pero en el octavo piso, una mujer sale del baño y le dice a su pareja que el test quedó adentro, que le toca a él. Los dos están incómodos, no es la primera vez que hacen esto, pero siempre se ponen nerviosos. Él entra ansioso en busca de las dos rayitas. Sólo encuentra una y mucho silencio. Hace un año que el “no” se volvió rutina y ya no le quedan respuestas para su mujer: “Si se sigue demorando así vamos a quedar piel y hueso de tanto sexo”. El intento de chiste rebota en la espalda de ella y cae al vacío del silencio.
¿Cuánto tiempo se puede sostener el deseo de ser padre? ¿Cuándo es el momento de bajar los brazos?
En el noveno piso cenan un viudo y sus tres hijos. Aunque ninguno lo dice, todos sienten una gran falta. Ninguno habla de esa mujer que supo superar un cáncer de mama, a la que los médicos le sugirieron no buscar más niños por el riesgo de que se desencadenara todo de nuevo. El deseo de ser madre era tan grande que a pesar de ya tener dos hijos continuó buscando. Logró quedar embarazada y tener ese hijo. Pero también logró que la enfermedad volviera. Luchó por años de la manera más racional e irracional que se puede, hasta el último segundo.
¿Hay que dejar la vida por nuestros deseos o hay que dejar los deseos por una vida?
En el tercero un niño juega con sus naves espaciales. Es fanático de todo lo que tenga que ver con el espacio y, si tiene algo en claro, es que de grande va a ser astronauta. Mientras comanda el despegue de su Apolo 13, su padre está unos metros más atrás mirándolo en silencio. Piensa en la noche en que estuvo en ese hotel de la ruta. Se acuerda casi de todo: de los gemidos del cuarto vecino, de lo linda que estaba ella, de esa sensación de amor eterno, de un susurro al oído y de uno de los mejores orgasmos de su vida. La pastilla del día después nunca fue una opción para ellos. Él dejó pasar la oportunidad de probarse en un equipo de afuera y después, de jugar al fútbol. Ella, el cursillo a medicina y sus aspiraciones profesionales. Contra esa vida que no deseaban, pero eligieron, fueron limando todos sus sueños, incluso el del amor eterno. Solo les restan 20 años de no separarse por los niños.
¿Hasta cuándo hay que sostener algo cuando no hay deseo?
En el primero está sonando el teléfono. El ex fumador que vive ahí nunca atiende. Prefiere quedarse recordando cuando el amor de su vida lo llamó llorando porque tenía un atraso: “¿Qué vamos a hacer?”. Aunque era muy pronto y tenía miedo, le respondió contento: “Lo vamos a tener y va a salir todo bien”. Ella seguía llorando.
Se pasaron un mes discutiendo hasta que entró el último llamado: “Me ayudó a abortar una vieja del barrio. Él la insultó, lloró y ya nunca volvió a atender”.
¿Cómo se hace con esos deseos en los que se necesitan dos para concretarlo?
El niño del quinto sigue llorando. Nadie sabe si esa madre va a volver. Si está demorada por el tránsito, si ha quedado en el camino o elegido otro destino. Tampoco qué desea realmente ese niño, ni cuánto va a llorar o si va a volver a mamar.