Las alegrías”, de Martín Cristal (Caballo Negro, 2019)
Dos amigos medio fumancheros que se acaban de mudar juntos a un departamento, una vecina que es diseñadora freelance con muchas manías pero escasa vida social, y un encargado sospechosamente piola, deciden hacer una gran fiesta de inauguración del departamento de los primeros, que luego se hace extensiva a todo el edificio. La información circula de boca en boca y para el momento de apertura el número de invitados desborda todas las expectativas imaginables.
Lo que podría ser una premisa simple y poco novedosa, más afín a una película de los 80, con un temprano Tom Hanks (o un Patrick Dempsey en el apogeo de su carrera) que a la narración en prosa, se convierte en manos de Martín Cristal en una clase magistral de novela realista y sobre cómo narrar el flujo del tiempo. Después de una decena de títulos a sus espaldas y una disciplina samurái en el oficio sostenida año tras año –disciplina que, de vez en cuando, es justamente galardonada con premios importantes– Cristal se pone a jugar con numerosos personajes con la paciencia y felicidad con la que un niño desplegaría una multitud de playmobil sobre el piso de su pieza.
La presente novela es la tercera entrega de la tetralogía elemental iniciada en 2011 con Las otras”, que fue sucedida por Mil surcos” (2014). La idea es que cada novela trate sobre un elemento de la física presocrática. El agua (Las ostras”), la tierra (Mil surcos”), el aire (Las alegrías”) y el fuego. El proyecto busca abarcar cuatro generaciones de personajes, entre padres, hijos, nietos y abuelos. Los eventos de Las alegrías” se sitúan siete años después de la historia de Las ostras”. Además, comparte algunos personajes de las dos novelas anteriores. En el caso de Las alegrías”, la búsqueda formal y temática fue por el lado de las afinidades aéreas: la ligereza del tono coloquial, el tiempo presente y la juventud evaporándose a medida que las palabras se suceden. La fiesta como celebración de los placeres efímeros.
Los personajes son jóvenes y no tanto. Algunos trabajan, otros no. Tienen pocas cosas en común, más allá de las frustraciones existenciales y el aburrimiento que pueden representar para cualquiera la esclavitud de la rutina (los que tienen trabajo), la incertidumbre y el vacío del tiempo libre (los que no trabajan), el pánico a envejecer, el apuro por vivir, la necesidad de acción y diversión en una ciudad que, pese a ser grande, ofrece poco y nada a precios exagerados. Gente común, digamos, que no por ser muchedumbre dejan de tener definición y carácter. En eso reside uno de los grandes logros de la novela: los personajes tienen rostro, personalidad, marcas del habla, están vivos. A su vez, hay un retrato bastante preciso de lo que puede ser una fiesta clandestina en Córdoba. Al igual que en el libro de relatos La música interior de los leones”, Cristal demuestra que se puede situar la acción de una novela en nuestra ciudad de manera detallada y verosímil sin caer en localismos ni lugares comunes.
Hay un personaje que deslumbra con una logística organizativa casi sobrehumana. Hay un par de páginas que incluyen una ruptura visual respecto al resto del libro. Hay una playlist con la gráfica del winamp que acompaña la sensación del transcurrir (y funciona, además, como una amable banda sonora sugerida). Si bien la historia está contada en tercera persona, el foco de la atención se desplaza según el capítulo siguiendo los pasos de tal o cual personaje, sus pensamientos, percepciones y diálogos, de manera tal que la experiencia de lectura se vuelve sumamente variada en lo sensorial. Hay sabores, olores, sonidos, colores. Momentos antes del final, todo parece fundirse en una sola masa multicolor, como un caleidoscopio arrojado a las entrañas de un volcán. El desenlace llega en el momento oportuno, como cuando se intuye que hay que marcharse antes de que la cosa decaiga.
Martín Cristal (Córdoba, 1972)
Es autor de las novelas Las ostras” (Premio Alberto Burnichón” 2011-2012), Mil surcos” (mención del Fondo Nacional de las Artes, 2013). Con Aplauso sin fin” obtuvo el Premio Cáceres de Novela Corta (España, 2017); y con los cuentos de La música interior de los leones”, el Premio Literario Fundación El Libro (2018/2019). También es autor del libro de crónicas de viaje El camino del peyote” (Postales japonesas, 2018), los libros para niños El árbol de papas fritas” (2007) y Carolina Cacerola” (2019), los microrrelatos de Bosque bonsái” (2019). Otras obras son: La casa del admirador” (2007, 2011), Bares vacíos” (2001, 2012), Mapamundi” (2005), Manual de evasiones imposibles” (2002), Las alas de un pez espada” (1997).