Comprender la complejidad de este fenómeno asociado a las cifras millonarias obtenidas por sus obras cuyo valor se disparó durante la pandemia, las exhibiciones no permitidas, su gran exposición pública a pesar de su anonimato y la difusión en las redes, y por sobre todo, la institucionalización de una marca con su nombre, implica revisitar otras narrativas y recorridos.
El artista callejero anónimo Banksy (1974, Inglaterra) inició sus pasos en el movimiento grafitero siendo adolescente en su ciudad natal, Bristol, registrando su firma en trenes y calles en 1993, y ya hacia 2001 sus obras de stencil (plantillas y aerosol) estaban en todo el país.
Entre sus obras más conocidas figuran Niña con balón” («Girl With Balloon»), subastada en octubre de 2018 por 1,3 millones de dólares, que cambió su nombre a Love is in the Bin” («El amor está en la papelera») cuando intentó destruirse durante la venta y pasó a ser la primera obra de arte de la historia creada en directo en una subasta.
Otra es la pintura de grandes dimensiones «Parlamento involucionado» (2009) donde representa la Cámara de los Comunes invadida por chimpancés, que fue subastada en 2019 con un precio récord de 12,1 millones de dólares en Sothebys, en medio del debate sobre el Brexit.
Y este año se subastó la obra «Niño jugando con enfermera» (2020) cuyo valor fue donado al sistema de salud británico y con el cual el artista homenajeó al personal de salud en el transcurso de la crisis sanitaria por el coronavirus.
Autor de grafitis, pinturas y serigrafías, entre sus temas, retratados de modo irónico y con sentido del humor, aparecen su mirada crítica sobre la tragedia de la migración a Europa y los muertos en el intento, el racismo -el año pasado se pronunció sobre el asesinato de George Floyd y el movimiento Black Live Matters-, la pobreza, la hipocresía, la codicia, el amor, la esperanza, los sueños cancelados, la vigilancia, la represión policial y las guerras.
Sus imágenes más icónicas son las ratas -una herencia de Blek Le Rat, el grafitero francés pionero del stencil-, como las que pintó en el subte de Londres con la reapertura del servicio tras el confinamiento, o en pleno aislamiento en el baño de su casa. También los cuadros que retoman a grandes maestros de la pintura a los que reversiona, como el tríptico «Mediterranean sea view 2017» (subastado en 2020 y cuyo monto fue donado a un hospital de Palestina), en el que aborda la crisis migrante europea representada con el estilo románico de las pinturas del siglo XIX.
Marca, copyright y transgresión
Pero el arte de Banksy es también una marca, un sello. Esto se aclara en la página pestcontroloffice.com donde se administra su obra y se da cuenta de la autenticidad con sus certificados correspondientes, además de ser el medio de comunicación con el artista que solo usa Instagram como red social, y que «no está representado por ninguna otra galería o institución».
Desde Pest Control, por ejemplo, se advierte a los seguidores sobre las exposiciones falsas de la obra de Banksy. Unas 27 exhibiciones se realizaron sin su consentimiento ni participación; siendo las más recientes las inauguradas en Berlín, en Madrid y el último 20 de mayo en Londres.
Su versatilidad también está el documental «Exit through the gift shop» («Salida por la tienda de regalos», 2010), una crónica sobre el arte urbano (ganador en Cannes y Venecia) donde aparecen las incursiones de un Banksy que instala algunas de sus obras en museos reconocidos.
El artista Martín Ron, quien retomó el motivo del globo en forma de corazón -uno de los íconos de Banksy- para tres de sus últimos murales y es considerado uno de los diez mejores muralistas del mundo, asegura que «Banksy es un fenómeno increíble. Es la cara visible del movimiento arte urbano, así como Picasso fue al cubismo y Dalí al surrealismo, Banksy es definitivamente al arte urbano».
«Tiene todo: es anónimo, es disruptivo, es ilegal, sus obras están super valuadas, se sigue reinventando sin perder su esencia. Con todas estas facetas genera una revolución al utilizar el espacio público para expresarse, para dejar testimonios de todo lo que le pasa. Es un ser global porque no solamente hizo crítica en Bristol, sino que intervino en el muro de Palestina. Está siempre mojando la oreja en todos los conflictos internacionales, todo donde se puede criticar el sistema capitalista. Pero se termina mordiendo la cola porque se convierte también en un engranaje más del sistema que aporta un montón de valor», reflexiona.
Como ejemplo de la contracultura que se vuelve mainstream, Ron ejemplifica con la subasta de «Niña con globo» donde la obra es triturada a medias por un dispositivo que había en el propio marco de madera: «El mensaje que termina siendo me burlo del sistema y termino rompiendo todo se convierte en una obra mucho más valuada y más sólida, porque acaparó la atención de casi todo el mundo. Ese es el debate hoy por hoy».
Desde la academia, el doctor en filosofía Ignacio Soneira considera que la paradoja no es tal y explica que uno de los que ha pensado esta relación es Jacques Rancière en su libro «El espectador emancipado», por lo que Banksy se inscribe en esta transformación del arte crítico como fenómeno de mercado que es algo que ya sucedió en los 60 y 70 en el mundo.
En cuanto a la eficacia, «el objetivo inicial de ese arte crítico de generar conciencia, transformar el modo de pensar de ese espectador-transeúnte, en rigor no se lleva adelante y es lo que dicen Rancière y otros autores», explica e indica que lo de Banksy «no es un tema nuevo» sino que «se trae a escena por la venta multimillonaria».
El discurso crítico del sistema «ha sido fagocitado por el mismo sistema y se ha establecido una modalidad más de consumo», y en tal medida «el arte crítico que denuncia al arte capitalista burlándose de sus símbolos, denunciándolo y vinculándolo a escenas de marginalidad, pobreza, guerra, muerte, que formó parte de toda narrativa de los 60 en el mundo fue transformado en fenómeno del mercado pero con una trama más compleja, que no tiene que ver con que el arte se comercializó y el mercado transformó esas obras en producto de mercado».
La gran paradoja de la cultura crítica es que se trata de una cultura prosistema, por lo que «militar el discurso crítico siendo un actor del sistema puede ser también un modo de formar el sistema, reproducirlo, porque el discurso crítico es una modalidad más de consumo», dice Soneira.