La autora de «Vikinga Bonsai» vuelve a experimentar con el lenguaje y la sintáxis para contar el avance de un estado revolucionario, convulsionado y violento.
En «Furor fulgor», Ana Ojeda incursiona en una ficción que con una sintaxis dislocada echa mano a las herramientas de la poesía, el lunfardo y el lenguaje inclusivo, para presentar un escenario revolucionario en el que se plantea un nuevo orden económico y social que derribe las jerarquías impuestas por el patriarcado.
Como en sus anteriores novelas, «Vikinga Bonsai» y «Seda metamorfa», Ojeda hace un abordaje experimental del lenguaje con el que no solo instaura una particular forma de hablar y nombrar las cosas, sino que además, en esta obra, da movimiento a la acción de los personajes, en este caso Tootoo Boabab, Ipiranga Trifulca y Pitón, en un universo que transcurre en las calles de la Ciudad de Buenos Aires, y donde se plantea un escenario revolucionario convulsionado y violento.
En «Furor fulgor», para neutralizar el avance de las mujeres, el Gobierno Argentino de Tipo Ornamental (o GATO) saca un DNU obligando a la población a hablar y escribir en femenino -es decir, usando la a- pensando que al entregar el lenguaje a las feministas lograrán disminuir la intensidad de sus planteos sociopolíticos, pero esta decisión no tiene el resultado deseado, sino que, por el contrario, desencadena una revolución.
A la par de ese escenario, donde las protestas ganan las calles y las mujeres son golpeadas por las fuerzas policiales, se desarrolla la historia de Tootoo que, cansada de la falta de equidad en la distribución de las tareas domésticas, huye de la casa que comparte con Ipiranga y su hijo Pitón, y se enfrenta al convulsionado escenario que se desata puertas afuera.
Ojeda manifiesta que, con esta novela, se planteó una obra coral donde se ponen en juego los cuerpos, de especial significado en la historia. «Las cuerpas que se nos presentan como el summum de lo bello hegemónico y, por lo tanto, de lo bueno y saludable son el resultado de trastornos y ansiedades de todo tipo, es decir, son fuente de malvivir», asegura la autora.
– El libro plantea una revolución que surge de políticas neoliberales. ¿Por qué creés que al liberalismo le urge la censura de toda iniciativa que venga de la mano del movimiento feminista?
– Creo, con Maria Mies (socióloga alemana), que «el movimiento feminista es básicamente un movimiento anarquista que no quiere reemplazar la élite del poder (masculina) por otra élite de poder (femenina), sino que quiere construir una sociedad no jerárquica, no centralizada en la que no existan élites que vivan de la explotación y la dominación de otros». Si esto es cierto, su mera existencia resulta amenazante para el statu quo, cuyos guardianes son -entre otros- los sectores del poder relacionados con el liberalismo, esto es, con un sistema basado en la «libre» explotación sin fin del/a otre y de lo que nos rodea, el medioambiente.
– Lo corporal está muy presente en el devenir de la historia. ¿Por qué considerás importante hacer eje en los cuerpos cansados, heridos y recuperados?
– Me parece que el cuerpo es un gran productor de pensamiento, continente del cual la literatura forma parte. Al menos en mi caso es así. Nuestras cuerpas son parte fundamental de nuestro estar-en-el-mundo, es decir, de nuestro ser, y por lo tanto constituyen un territorio pródigo en problemáticas para explorar a través de la escritura. Creo que no existen las cuerpas no-cansadas, no-heridas. Esa idea de una cuerpa «perfecta», absolutamente saludable, me parece un absurdo. No creo que exista, ni en la cultura, ni en el espacio que queda más allá de la cultura, que muches llaman «naturaleza», que también es una construcción cultural. Vemos todo el tiempo que cuerpas que se nos presentan como el summum de lo bello hegemónico y, por lo tanto, de lo bueno y saludable -alianza solidaria que se fraguó hace más de tres mil años en la antigua Grecia, tal como estudia Camille Paglia en su libro «Sexual Personae», de 1990- son el resultado de trastornos y ansiedades de todo tipo, es decir, son fuente de malvivir.
– En esta novela como en «Vikinga Bonsái» la protagonista es sostén familiar en cuanto cuidadora y criadora; en «Furor…» ese rol es el de Tootoo, que se va de la casa. ¿Qué aspectos o cuestiones de esa realidad te inquietan para que formen parte de la ficción?
– Exacto, son como las dos caras de una moneda. A Vikinga la sigo en su calidad de madre (que es además esposa), rol que termina en otro tipo de fuga, involuntaria, podríamos decir. Tootoo, en cambio, me interesa como mujer (que es además madre y esposa). Tootoo abandona el hogar familiar y esa fuga le permite en alguna medida eclosionar como ciudadana, devenir zoon politikón. Se recorta, así, el hartazgo como motor del nacimiento de una conciencia, para decirlo con palabras de Rigoberta Menchú. Todos los aspectos de la realidad que vivimos las mujeres me inquietan y forman parte de mis reflexiones y ficciones. Pienso el continuum de mi escritura como una serie que podría poner en paralelo con la que arman los cuadros que integraron la exposición de Laura Ojeda Bär este año en la Fundación Fortabat: veintiún pinturas de una escultura de Alicia Penalba y su entorno de exposición, a diferentes horas, con diferentes perspectivas, desde diferentes ángulos, con diferente luz. Me da la impresión de que siempre escribo sobre lo mismo, cambiando el enfoque, con herramientas nuevas o inexploradas, diferentes intereses y objetivos, a partir de nuevas búsquedas.
– La obra pone en cuestión el sistema capitalista y la posibilidad de un nuevo orden social y económico. ¿Cómo se sitúa la mujer e integrantes de las comunidades LGBTIQ+ ante esta posibilidad? ¿En qué medida el lenguaje está llamado a expresar los procesos de transformación de las sociedades?
– No sé si podría hablar (o pensar acerca) de «la mujer», como si existiera un solo tipo. Así como nos atraviesa el género, también estamos sujetes a la clase, el color de nuestras pieles, lo que se suele llamar «interseccionalidad». Sí creo que un nuevo orden social es necesario, un tipo de existencia en este mundo que no se base en la explotación y la acumulación obscena de capitales, en inequidades bestiales, sino en una economía de subsistencia, en la sustentabilidad de la vida, que incluye por supuesto la salud y el bienestar del medioambiente. Todos estos son temas caros al ecofeminismo, que los viene pensando desde hace ya un tiempo largo.
El lenguaje integra el mundo que vivimos, en un vínculo complejo y performativo. Se ha vuelto vulgata la frase de Wittgenstein: «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo» pero es cierto también que somos capaces de percibir cosas para las cuales no tenemos palabras, o no las tenemos aun. Estoy convencida -porque lo veo- que los procesos de transformación sociopolíticos incluyen transformaciones en el plano del lenguaje. Un ejemplo sencillo de esto es el lenguaje inclusivo.
– Entiendo que la novela se escribió antes de que el gobierno porteño prohibiera el uso del lenguaje inclusivo en las escuelas. ¿Qué reflexión te surge a partir de este correlato entre realidad y ficción?
– Creo que el arte en general y la literatura en particular tienen un gran potencial anticipatorio.
– La forma en que usás el lenguaje da como resultado una escritura que rompe con la sintaxis habitual de la prosa. ¿De dónde surge esa elección?
– Lo que hago es trabajar con el lenguaje con una intensidad, digamos, que en la actualidad por ahí suele verse más en la poesía que en la prosa. Me interesa ese desfiladero en el que se encuentran las herramientas de la poesía con los presupuestos fundamentales de la prosa. No es que sea algo nuevo, pero a mí me interesa explorarlo.
– El nombre del libro «Furor fulgor» apunta a una exasperación del ánimo en un proceso que implica luminosidad. ¿Cómo caracterizarías el proceso que se puso en marcha a partir de la lucha feminista surgida de la muerte de mujeres en Argentina?
– Como importantísimo para todes, mujeres, hombres y diversidades. De una importancia radical y una potencia política que hace mucho tiempo no se veía.