En el ya lejano y distópico 2020, el Fondo Nacional de las Artes decidió, dadas las circunstancias extraordinarias que vivía el mundo, realizar una convocatoria de excepción: premiar obras de los géneros Fantasía, Terror o Ciencia Ficción, y los premiados serían seleccionados de diferentes regiones. Una idea que obtuvo apoyos y aireados rechazos. Una de las principales objeciones era a causa de convocar obras de género; otra, venía del universo de los poetas: ¿poesía de terror o fantástica?
Finalmente, quienes escribieron poesía y resultaron premiados fueron tres. Uno de ellos, Cristian Pelletieri, (región de Chubut), por su poemario “Gótico patagónico”.
¿Qué es “Gótico Patagónico”? Es un poemario, compuesto de trece textos que, a veces, coquetean con lo experimental, y que se desarrollan en paisajes del sur de la Argentina. En los poemas desfilan mitos, seres fantásticos, supersticiones. Como sostuvo el autor en una entrevista, el sur es un lugar que “está muy bien, pero no busca caerte bien. Es parco, agreste”. Estas breves palabras sirven, también, para destacar algunas de las características de “Gótico patagónico”: sus textos cuentan a medias, no son obsecuentes con el lector, no desnudan todo su contenido, pero a la vez aportan suficientes elementos como para realizar una composición de lugar y de situación.
En el prólogo, Mariano Llinás rastrea el término “gótico” desde la tradición del “Gótico americano”, y puntualmente hace un interesante análisis de la famosa pintura así titulada. Sobre la misma, reflexiona: “Gótico americano. ¿Qué esconden esos labriegos con tanto celo? ¿Qué aberraciones se adivinan en el ático de esa humilde construcción que defienden con autoridad casi macabra? Defienden lo siniestro. Defienden el Secreto. A esa misteriosa alusión (que, gracias a lo ambiguo del título, se extiende a cada granja aislada de Iowa, de Virginia, de Ohio, de los Adirondacks) debe la obra su potencia, y no es exagerado decir que su capacidad de revelar y ocultar a la vez el aspecto inquietante de un territorio supera en potencia a cada una de las esforzadas descripciones (profusas en adjetivos y en chotacabras) con que Lovecraft ha acometido objetivos similares.” Allí está la idea de “revelar y ocultar”, de sugerir en vez de decir, de no forzar descripciones.
En ese ejercicio es donde el libro de Pelletieri se hace fuerte, y donde trasciende desde una simple y lejana leyenda folk, hasta el punto de causarnos inquietud al leer sobre ella.
El libro abre con “chonchon”, una leyenda mapuche que se continuó manteniendo en tierras de Chile y de Argentina. El Chonchón se suele presentar como una extraña especie de ave, de color gris ceniciento, formada a partir de una cabeza humana, de la que nacen garras afiladas, y unas enormes orejas que semejan alas de murciélago que usa para volar.
“Cuando aún no había tregua
cuando ellos venían volando a
profanar
tumbas de recién nacidos
para tajear en los rituales”
dice el texto en un momento. Se adivina a un padre que perdió a su hijo bajo las garras de estos monstruos, a un padre que busca venganza.
“por última vez
mira
la foto de su hijo”
dice sobre el final, cuando el desenlace se acerca.
Tanto en “inchimallen”, como en “las animitas de cerro”, sólo quienes entran en el oscuro universo del libro son los niños en forma directa. En el primero de los poemas, nos enteramos que hay algo inhumano que se junta con a jugar con sus hijos (porque eso que en el día/ se junta con los niños en los cerros/ eso/ que no es un niño/ vuelve cada noche), y en “las animitas…” hay un niño, Andresito, que es objeto de una invocación, de un proceso que parece ser de reanimación, y termina entrando con un cuchillo en la mano en la guardería. Nada bueno se puede esperar de eso.
En otros poemas trata diferentes formas del miedo y la soledad, como, por ejemplo, en “hombre de negro” (la meseta es soledad/ y periferia); o la presencia de un súcubo salido de la mitología chilena, titulado “trauca” (a tu lado, papá/ la aparecida/ no la mires no la nombres/ a tu lado/ sangre en el vestido vaporoso); en “nahuel huapi” no puede faltar la monstruosidad marina, esquiva, innombrable.
Otra presencia importante en el libro es el petróleo y la explotación petrolera, y, si bien no parece ser la denuncia uno de los objetivos de Gótico Patagónico, admite una segunda lectura en la cual nada positivo hay relacionado a la actividad petrolera.
En “el arcoíris negro” es donde más patente se hace (vi al difunto empetrolado/ como un santo levitaba), y también en el paisaje de “chenques, orbes y la luz mala”.
“Gótico patagónico”, de Cristian Pelletieri, resulta ser una obra novedosa por la propuesta y por contenido, que tal vez no redunde en cientos de páginas para ser un best seller, ni tampoco goce de la efímera gloria de la moda, pero que merece ser leída por amantes del género de terror y horror, y también por lectores curiosos que gustan de un libro de literatura difícil de clasificar.