Continuando su camino por el país para escribir “Viaje a Portugal” (1981), José Saramago accede a las Beiras y visita Fundão: “Después de Vale de Prazeres empieza a verse Cova da Beira. Ésta es tierra de gran fertilidad, y, a esta hora, de gran belleza. Cae sobre ella una neblina que no impide la visibilidad, sólo la diluye, vagos vapores que bajan del cielo o de la llanura suben. En sucesivos planos, las filas de árboles, las áreas cultivadas, se abren a un lado y otro. Es un paisaje de pintura antigua”.
El texto de ingreso a la ciudad es grandilocuente, pero a diferencia de lo que sucede en otras localidades del territorio nacional a las que accede en calidad de viajero, en esta oportunidad no está movido tanto por los atractivos naturales o culturales identificables cuanto por una anécdota.
A inicios de los años 70, el autor se desempeñaba como cronista y escribía para el “Jornal do Fundão”; en esa condición recibió una noticia que hoy sería absolutamente banal por repetitiva: un grupo de jóvenes de São Jorge da Beira –una localidad interiorana prácticamente desconocida- atacó hasta dejar malherido a un muchacho de esa villa, llamado José Junior, sin ninguna otra razón que la propia anomia. El entonces periodista Saramago se deja conmover por el hecho porque entiende que los jóvenes agresores transformaron a la víctima en un “blanco humano para dar libre expansión a sus ferocidades ocultas” y “todo esto porque el pobre José Júnior es un José Júnior pobre. Si tuviese bienes abundantes en la tierra, fuerte cuenta en el banco, automóvil en la puerta, todos los vicios le serían perdonados”. Es, pues, esta carga de violencia irracional la que moviliza al escritor a hacerse eco de su tragedia en el texto “¿Y ahora, José?” que escribe al fragor de esas circunstancias.
Al torcer el automóvil para acceder a Fundão, las imágenes sueltas de aquel suceso se le amontonan y pugnan por salir a luz. El escritor sabe que tiene una tarea a cumplir en esa tierra: caminar por sus calles, visitar la o las iglesias y relevar lo más característico que pueda identificar. Sin embargo, el imperativo que lo mueve es diferente al de los otros pueblos: “No conoció el viajero a José Júnior, nunca le vio la cara, pero un día, hace ya muchos años, escribió algunas líneas sobre él. Las motivó una noticia del diario, el relato de una situación pungente, pero no rara en estas tierras nuestras, de ser un hombre víctima de esa forma especial de ferocidad que se dirige contra los tontos de aldea, los borrachos, los desgraciados sin defensa… Ahora el viajero se siente llamado por un fantasma. Irá a São Jorge da Beira, ya los mapas le han dicho dónde está, no lleva recriminaciones ni sabría a quién dirigirlas. Quiere, sólo, recorrer las calles donde aquel caso aconteció, ser, él mismo, por un rápido segundo, José Junior. Sabe que todo esto son idealizaciones del sufrimiento ajeno, pero lo hace sinceramente y no se le puede pedir más”.
En el registro que hace en el lugar, cita algunos párrafos de la vieja crónica y agrega información adicional que sólo conoce una vez arribado a la villa: “la vida no volvió al principio: José Júnior murió en el hospital”.
Es interesante este posicionamiento de Saramago de cara a la condición humana, aun cuando el objetivo que lo mueve es recorrer un territorio y hacer una semblanza subjetiva de lo que ve y siente en cada lugar. Anticipa, de alguna manera, al escritor comprometido en que se transformará a partir de entonces cuando inicie su carrera rumbo al Nobel que no tardará en ofrecérsele.
Así, en la crónica recuperada, el autor no sólo se limita a evocar a José Junior cuanto a preguntarse por otros que –en su misma condición- sufren vejámenes parecidos que exponen la indiferencia y miserabilidad que hacen también a nuestra especie: “Estos nombres sólo designan casos particulares de un fenómeno general: el desprecio por el prójimo, cuando no el odio, tan constantes allí como aquí mismo, en todas partes, una especie de locura epidémica que prefiere las víctimas fáciles”.
De Fundão a Donas y Alpedrinha el escritor sigue por la misma ruta teniendo en la mira los objetivos que pusieron en marcha su viaje al interior de Portugal. Sabe que la travesía es larga y que le faltan muchos kilómetros por recorrer. De São Jorge da Beira lleva algo consigo y no son sólo las anotaciones de su bitácora. Atesora un recuerdo y la memoria de una injusticia.