Domingo Sarmiento también lo intentó en la Argentina, a tono con las ideas progresistas y cosmopolitas impulsadas por las élites intelectuales de fines del XIX: un jardín público en Buenos Aires, donde –además de las especies autóctonas- los viandantes de los fines de semana pudieran sentarse a la sombra de todos los árboles del mundo. (Con Sarmiento, en todo caso, hasta la progresía era un exceso: los ejemplares de la flora autóctona que dejó en los bosques de Palermo fueron minoría respecto de los ejemplares importados, y hasta hizo traer barcos enteros de jaulas de gorriones, desde la China, que soltó en sus copas para que desplazaran la vocinglería de las bandadas de cotorras rioplatenses).
Yo recorro con mucho placer y detenimiento estos espacios abiertos y extraños, de los que casi ninguna gran ciudad, en Occidente, se permitió el desliz de prescindir. Además del obvio interés botánico, estos jardines dicen mucho de la cosmovisión que impulsaba el armado y el desarrollo de las grandes capitales. Suelen ser, además, ejemplos exquisitos de planificación y diseño paisajístico (las 140 hectáreas del Botánico de Rio de Janeiro, en el Parque de Tijuca, son un caso paradigmático de ello); y hasta de imponentes experimentaciones arquitectónicas de vanguardia: el inmenso palacio del “umbracle” del Parc de la Ciutadella, en Barcelona, con sus altas varillas de madera generando una media sombra fresca y luminosa, es quizás el mejor lugar del Mediterráneo para echarse a leer en las siestas del verano.
Manhattan por supuesto que no quedó fuera de esta tendencia modernista, y unos 15 años después de que Domingo Sarmiento se largara a plantar todos los árboles del mundo en Palermo, fundaron en un predio de 100 hectáreas del norte de la isla el “New York Botanical Garden”. La mayor diferencia con su coetáneo de Buenos Aires pasa porque el neoyorquino fue declarado patrimonio muy rápidamente, y no hubo posibilidades de irle sacando pedazos por vía de concesiones medio dudosas (en Palermo fueron cortando trozos para la Sociedad Rural, para la Sociedad Hipódromo Argentino, para restaurantes y bares…); en cambio aquellos terrenos originales expropiados al magnate del tabaco Pierre Lorillard siguen enteros, con entrada en la intersección de 200th St. y Kazimiroff Boulevard, en el mismísimo corazón del Bronx.
Más de 50 colecciones y jardines recrean aquí las arborizaciones del mundo; el invernadero victoriano, de hierro blanco y cristales, es tan bello como los jardincitos artificiales que recrea en su interior. Y en el medio del parque –denotando también una intencionalidad política, un tinte levemente nacionalista- una entera porción del antiguo bosque original neoyorquino, nunca talado, con añosos robles, abedules y fresnos. Y unas hayas ancianas, desde cuyas copas pareciera, en cualquier momento, pegar un salto el último mohicano.