La retirada de las últimas tropas estadounidenses de la base aérea de Bagram, a 60 km al noroeste de Kabul y símbolo de la lucha contra el terrorismo en las últimas dos décadas, se ha hecho sin grandes ceremonias. La entrega al ejército afgano de esta base, que llegó a albergar hasta 100.000 efectivos estadounidenses en 2012, marca el final de la guerra más larga en la que se ha visto involucrado EEUU. El número exacto de efectivos estadounidenses que permanecen no está claro. El mes pasado el Pentágono dejó de dar detalles. Quizás lo más urgente para Washington sea ahora desenredar los visados especiales para aquellos afganos que han ayudado a EEUU durante estos años y cuyas vidas penden ahora de un hilo. También están presionando para persuadir al gobierno turco para que mantenga sus fuerzas en Kabul con el fin de mantener abierto el aeropuerto internacional, y con él, las embajadas extranjeras. De nuevo, vemos como EEUU está llevando a cabo una retirada sin planificar todos los detalles.
Los expertos no parecen ponerse de acuerdo en lo acertado o no de la decisión de Joe Biden de retirarse definidamente de Afganistán. Por un lado, están los que afirman que ya no pueden resolver los problemas, que las bases ya no son efectivas para protegerse del terrorismo, y que no se puede seguir justificando ni la pérdida de vidas ni el gasto; por otro lado, están los que afirman que la decisión hace perder credibilidad a EEUU frente a sus aliados, que la retirada se hace sin haber establecido unas mínimas condiciones, y que Afganistán volverá a ser una base para los terroristas, un error estratégico como el que cometió Obama al retirarse de Irak y que llevó al despegue del Estado Islámico (Isis, Daesh).
Donde sí están todos de acuerdo es en el negro panorama que le espera a este país.
Ahora los talibanes viven su momento, avanzando por el norte, mientras el ejército afgano ha perdido el control de más de dos docenas de distritos en pocos días. Pero existe un consenso entre los afganos de querer lograr la paz, aunque no a cualquier precio. No están dispuestos a que se haga a expensas de las mujeres ni de los avances democráticos, a pesar de las dificultades y de los errores como los fraudes electorales, la corrupción y la mala gestión pública.
Los afganos buscan la paz, pero tienen además dos grandes preocupaciones: la reducción de la ayuda internacional, y la intensificación de un conflicto subsidiario. Les preocupa la posibilidad de que haya un menor compromiso político y diplomático de EEUU y otros países de la Otan una vez que los efectivos militares se hayan retirado, asociándolo en gran medida a una drástica disminución de la ayuda internacional.
El gobierno y las instituciones afganas dependen en gran medida de la ayuda externa. Esto no cambiará incluso si los talibanes llegan a formar parte de un futuro gobierno. Por otro lado, no hay que olvidar que muchos de esos fondos internacionales han sido pieza fundamental para comprar la lealtad de facciones dentro del país a través de un sistema patrimonialista, y que se ha convertido en un elemento clave de corrupción. La ausencia de esa ayuda podría interrumpir de alguna manera este sistema, pero al mismo tiempo podría incrementar la competición y violencia sobre los recursos que permanezcan.
Hay una alta percepción de que el conflicto afgano se convierte en un conflicto regional subsidiario. Paquistán, India, Irán, China, Rusia y los países del Golfo tratan de ganar influencia en Afganistán. Pero a pesar del creciente temor a una guerra civil con apoyo de las potencias regionales, todas ellas están de acuerdo en que el conflicto solo se puede resolver a través de un proceso político.
La mayoría de estos países apuestan por un gobierno compartido con los talibanes, pero ninguno desea un Afganistán como el de finales de los 90. Paquistán apuesta por un gobierno interino que reemplace al actual, y está presionando a los talibanes para que hagan ciertas concesiones; Rusia (y quizás China) parecen apoyar también un gobierno interino donde los talibanes tengan un espacio; India se opone, temiendo que los talibanes se hagan con el poder acompañado de una creciente influencia de Paquistán; Irán se ha opuesto a un gobierno interino en el pasado, temiendo un dominio de los talibanes, pero podría aceptar un acuerdo de reparto de poder. Las rivalidades regionales, principalmente entre India y Paquistán, pero también entre China e India, y entre sauditas e iraníes pueden complicar aún más situación.
La responsabilidad ahora será de estas potencias regionales.