Si algo nos enseñó 2025 es que, pese a tanto esfuerzo y ornato, el mundo avanza a los tumbos. El año nos entregó una mezcla explosiva de vértigos: guerras que no terminan, amenazas nuevas, redes sociales convertidas en circo romano, tensiones de toda índole, sorpresas, curiosidades.
Para quienes intentamos la crónica de tales circunstancias, fue un ciclo vertiginoso y también un privilegio. Varias de las notas que publicamos semana a semana, en actitud observacional a veces preocupada, a veces pretenciosamente incisiva, pero siempre franca, lograron entrar en el ranking de las cinco más leídas -debatíamos entre nosotros hasta cuándo se podrá decir “leídas” sin sustitutos como “vistas”-; ese podio para el que supuestamente ningún columnista trabaja, pero que a todos nos interesa y siempre miramos de reojo.
Este balance, entonces, es también un agradecimiento para quienes leen, comentan, disienten, comparten y ayudan a que cada texto tenga sentido.
Si uno quisiera explicar 2025 en una sola imagen, quizás debería tomar alguna de aquellas que nos ha conmovido. El funeral del papa Francisco, las multitudinarias marchas contra Donald Trump en los EE.UU, la devastación de Gaza, los ataques en el Donbás, las negociaciones entre la Casa Blanca y el Kremlin en la helada Alaska, la impotencia de los organismos internacionales “clásicos” como la ONU, la UE o la OTAN en tantas reuniones fatuas, joyas reales francesas del Louvre robadas -como emblema de la declinación europea-. Temas que hemos transitado cada lunes, en un contexto de incertidumbre geopolítica, de derrumbe de la cooperación internacional, de crisis de legitimidad institucional. Repasamos avances y retrocesos en diferentes frentes de conflicto, cotejamos continentes como África y América Latina, despedimos a Bergoglio y saludamos a León XIV. Nos referimos a las tierras raras que tantas intrigas generan globalmente. Intentamos penetrar los pliegues y repliegues del llamado “mundo árabe”.
El mundo, sin embargo, avanza en direcciones inéditas: más pantallas, más algoritmos decidiendo qué miramos, más control sobre los individuos, más vidas empaquetadas en saquitos de consumo rápido. No es casual que muchos lectores se reconocieran cuando hablamos de arcadas ante el exhibicionismo, de estoicismo fit, de la industria de la felicidad, de los escritores que no escriben o de que leer dejó de ser importante: son síntomas de patologías más graves, mientras nos atiborramos de opciones aparentemente instantáneas, quizá cuidadosa -y ocultamente- planificadas.
Pasamos un año electoral en la Argentina, donde nos interrogamos al iniciar el año: sin PASO, ¿será la elección una gran primaria para 2027? En tanto, la nave libertaria adelantó pasos en su agenda reformista, aunque conservadora, heterodoxa en la forma pero ortodoxa en el fondo, confirmando un profundo giro internacional y doméstico hacia el trumpismo. Y así nos preguntamos, sin malicia: ¿Qué nos pedirán los Estados Unidos en el futuro? Mientras el mundo se reacomoda, la periferia está doblemente exigida a la hora de alinearse.
Pero en paralelo intentamos trabajar sobre nervios comunicantes: tecnología, arte, deporte, espectáculo, religión. Buscamos echar raíces evocando a Alberdi o celebrando a Miguel Mateos; analizando la legislación universitaria sancionada en democracia y episodios conexos; reflexionando sobre el “Nunca más” o los riesgos de insultar para dominar; o intentando defender un concepto: alta cultura.
Argentina, como el planeta, cerró 2025 con preguntas abiertas: sobre su rumbo, su inserción internacional, su relación con otros países, su capacidad de decisión. No son preguntas nuevas. Lo novedoso es que el clima global las potencia en su incógnita e impacto.
El mundo en modo borrador
El planeta sigue reescribiendo su diario. Asistimos a un final de año acongojante: la OTAN o algunas de sus potencias europeas parecen dispuesta a guerrear en el Donbás sin testaferros. Putin afirma que, si lo buscan, lo encontrarán. Mientras tanto, una poderosa sección de fuerzas armadas norteamericanas ancló en el Caribe y su comandante en jefe anunció que podrían atacar objetivos en Venezuela como en Colombia.
Frente a ese panorama, la pregunta por los grandes principios volvió a escena: ¿qué lugar queda para la diplomacia tradicional? ¿Para el derecho internacional? ¿Para instituciones como la ONU, cuya necesidad es inversamente proporcional a su eficacia?
Los lectores acompañan esa inquietud, quizá porque la intuición es compartida: si el mundo se sigue desordenando, los más vulnerables profundizarán su sufrimiento.
2025 también fue un año en el que la inteligencia artificial, adolescente en su evolución y sumamente potente en su aptitud ejecutora (pese a su inexperiencia), aceleró su introducción en diversos frentes: educación, trabajo, arte, pensamiento ¿cómo estudiar, trabajar o crear, si todo lo acelera un programa? ¿Qué lugar reservamos a la imaginación en un mundo que pide resultados inmediatos?
La respuesta implicará defender ciertos espacios de lentitud, de pausa, de introspección. La cultura como trinchera, pero también como mangrullo. El pensamiento como acto en defensa propia. La lectura como refugio y como herramienta.
Y así llegamos a la última columna de un año que no fue sencillo para nadie. Pero tuvimos una certeza: fueron muchos quienes se tomaron unos minutos para entrar a estas columnas y las hicieron circular o efectuaron devoluciones.
No sabemos qué traerá 2026, pero anhelamos algo: seguir pensando juntos. Con humor cuando haga falta, serios cuando la gravedad lo pida, con responsabilidad en todo momento.
Muchas gracias al diario y a los lectores, por estar y por leer. Por recordarnos que, incluso cuando el mundo deambula sin instrucciones, el intento reflexivo puede seguir siendo una brújula. Felicidades… y hasta el próximo año.









