Rudimentariamente desarrollado en el siglo XIX y patentado en 1948 por Dennis Gabor, un físico –Nobel- húngaro, el holograma, técnica fotográfica que mediante el empleo de la luz genera a la vista humana imágenes tridimensionales (o “volumétricas” para aquellos que cuestionan, por sus flancos débiles, aquella caracterización), ha dado mucho que hablar en cuanto a sus empleos en el mundo del “show business” y la música en particular.
La patente de Gabor rindió sobradamente durante el siglo XX, en diferentes rubros, potenciada su aplicación por el aprovechamiento industrial del rayo láser. Hoy es una tecnología aplicada de alta calidad, que otorga valor agregado a un sinnúmero de actividades socioeconómicas de gran impacto, desde el turismo a la publicidad pasando por la impresión de alta seguridad o el marketing político, sumándose el entretenimiento.
La proyección holográfica, generó una revolución en el espectáculo, permitiendo la reproducción tridimensional de escenas y protagonistas (objetos, escenografías y personajes ficticios o reales), en múltiples combinaciones con diversos formatos. En la órbita musical se viene trabajando desde 2009, cuando Sinatra resucitó durante una fiesta privada del productor británico Simon Cowell. En 2012, el fallecido rapero Túpac Shakur se unió a sus colegas Dr. Dre y Snop Dogg, en una recordada performance en el festival de Coachella. Posteriormente, se conocieron hologramas de María Callas, Frank Zappa, Michel Jackson, Prince, Roy Orbison o Amy Winehouse, en distintos estados de avance de explotación “mainstream”. Sin duda, han funcionado como segundo paso, tras una primera recuperación comercial de la nostalgia con los regresos de bandas rockeras de los años ´60 a ´90, materializada durante la década pasada (negocios de taquilla por giras mundiales y la venta de recopilaciones o nuevos álbumes); y el aprovechamiento de registros de personas fallecidas, fonográficos o incluso visuales, para performances en estudio (grabaciones encontradas, duetos, voces, instrumentos o ambos sobreimpresos en nuevas producciones) o en vivo (con la imagen acoplada al trabajo de una banda, como lo hizo el remanente de Queen -Taylor & May- en sus últimas giras, con filmaciones del desaparecido Mercury.
En suma, la perdurabilidad de la obra fonográfica grabada a partir de los años ´50 y la consistencia de la imagen, potencia el interés por explotar una nueva posibilidad tecnológica, alentando a productores y artistas. La sustentabilidad es posible porque el segmento consumidor de ese producto -adultos, económicamente activos- posee capacidad adquisitiva e interés por las figuras a reproducir: a los mencionados, podríamos sumarle todo lo que cabe entre Lennon y Cerati (por no irnos más atrás o hacia los costados).
Desde el punto de vista contractual, la figura presenta un desafío a la locación de obra o de servicio, ya que el “opus” es mucho más complejo: son versiones cuya autoría total o parcial corresponden a un intérprete fallecido, serán reproducidas por personas humanas, pero integradas a un soporte tecnológico que reviste a la vez de atractivo central de la oferta, reproduciendo en imagen y sonido al artista fallecido como si estuviera “en vivo”. En principio podría caber dentro de categorías usuales; pero requerirá, para su perfección y plena operatividad en el tráfico jurídico y económico, del especial análisis de diversos elementos que habrá que considerar e instrumentar con precisión.
Se plantea si podrían proyectarse varios hologramas en escena (por ejemplo una banda completa o casi completa) o incluso hologramas de un artista vivo que procure, como complemento vocal o musical, a una versión de sí mismo. También el uso de la técnica en obras teatrales. Las posibilidades son tan diversas como lo permitan la imaginación, la sensibilidad, la tecnología y esperemos, la ética y el derecho.
Honrando a Ronnie James
La primera aparición en holograma del famoso cantante italo-norteamericano (1942-2010) data de agosto de 2016, en el festival alemán Wacken Open Air; se transmitió por streaming a todo el mundo. Hizo su aporte en un set de versiones de su obra solista. Las reacciones fueron dispares pero convencieron a Wendy Dio, su viuda y propietaria de la empresa Eyeillusion, de organizar una gira por más de 100 localidades durante este año. El show, denominado “Dio Returns” prevé la presencia de una banda –donde hay músicos que tocaron con Ronnie- y dos vocalistas que complementan en vivo la proyección del holograma (que participa en 6 de las 16 canciones).
La elección es correcta: su muerte fue un duro golpe para los fanáticos del hard rock. Un líder nato, un artista completo, de recorrido impresionante. Despertó el interés de los Purple con ELF (década de 1970), y fue gran socio de Blackmore en los primeros discos de Rainbow (1975-1978). Se transformó en puntal del Black Sabbath que arrastraba el desafío de reemplazar nada más ni nada menos que a Ozzy Osbourne, haciendo en esa primera etapa dos discos de estudio (Mob Rules y Heaven and Hell, 1980 y 1981) de un valor superlativo, y un disco en vivo de excepción (Live Evil, 1982) donde versiona sin complejos su cosecha y la del excéntrico cantante antecesor.
En los ´80, contribuyó al dinámico movimiento heavy metal que tuvo en varios de sus discos puntos muy altos, acompañándose de una banda de excepción: Vinnie Appice (batería), Jimmy Bain (bajo, también fallecido) y Vivian Campbell (guitarra). En 1992, hace otro gran disco con los Sabbath: “Dehumanizer”, con el que vinieron a la Argentina. Su trayectoria por el siglo XXI, como solista o nuevamente acompañando a los Black Sabbath (utilizando el nombre Heaven and Hell por exigencia de Ozzy Osbourne y grabando el disco “The devil your know” en 2009) es impecable.
Era un tano rudo, chinchudo e inestable pero por sobre todo, inteligente y versátil. Su grave enfermedad (cáncer de estómago), su lucha para apoyar con una fundación a la cura del cáncer, su sobria despedida de los fans desde el hospital, lo hizo más grande en el final. Abrir la mente, y recuperarlo en una imagen 3D no hará que olvidemos que ya no está, pero, si se lo trata con el respeto que su obra se merece, podrá acariciarnos el corazón, como aquel petiso enojón e ilimitadamente talentoso al que, sin transpirar, veremos reproducirse.
No lo dudo: pago para ver.