Pasaron 10 años, parece que fue ayer nomas, tarde noche fría y lluviosa del 31 de marzo de 2009, la nación perdía a su último líder, la democracia su padre y los argentinos –todos, sin distinción de ideas partidarias- quedábamos un poco huérfanos. A los 82 años fallecía Raúl Ricardo Alfonsín.
Nombrar al ex presidente nos remite casi inexorablemente a la identificación que su figura tiene respecto a la democracia y a los derechos humanos, sin lugar a dudas Alfonsín fue un demócrata cabal, reconocido y admirado por su vocación y entrega a la causa democrática, no solamente en Argentina, donde el pueblo lo reconoce como su padre, sino por América y el mundo.
“No vamos a aceptar la autoamnistía, vamos a declarar su nulidad; pero tampoco vamos a ir hacia atrás, mirando con sentido de venganza; no construiremos el futuro del país de esta manera. Pero tampoco sobre la base de la claudicación moral que sin duda existiría si actuáramos como si nada hubiera pasado en la Argentina”, señaló con contundencia en su discurso de asunción como presidente frente al Congreso de la Nación.
Esta definición no solamente expresaba cómo iba a actuar con respecto a la violación de los derechos humanos atrozmente ejecutada por la última dictadura, sino fundamentalmente expresaba la convicción de optar por el camino del conocimiento, de la verdad para establecer la condena ética de la sociedad y por el rigor de la ley y el ejercicio de la justicia como piedra basal de la naciente democracia.
Fue consecuente durante toda su vida con sus convicciones, le puso el cuerpo a sus ideas, como cuando fundó junto a un grupo de intelectuales y dirigentes sociales, políticos y sindicales de distintas expresiones ideológicas la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) en el año 1975, en respuesta a la creciente escalada de violencia con la consecuente vulneración de derechos humanos que se daba en la Argentina, o en su actuación como abogado, presentando innumerables habeas corpus en búsqueda de información sobre el paradero de los desaparecidos, o en defensa de perseguidos por la dictadura.
Fue el único dirigente político argentino en denunciar la locura de ir a la guerra, mientras muchos vitoreaban en plaza de mayo, la mesiánica idea de enviar a jóvenes inexpertos a la muerte segura.
Le puso el cuerpo a sus convicciones, cuando impulsó la ley de patria potestad compartida y la ley de divorcio vincular y abrió un debate extraordinario en el país acerca del rol de la mujer, a sabiendas de que sus ideas entraban en colisión con dogmas de la iglesia católica.
Se empecinó en terminar con las hipótesis de conflicto entre los pueblos hermanos de Latinoamérica, allí quedó plasmado el Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile de 1984. El texto firmado entre ambos países determinaba la solución completa y definitiva de las cuestiones a las que él se refería, esto es, la fijación del límite entre ambos países desde el canal de Beagle hasta el Cabo de Hornos, para luego sentar las bases del Mercosur en la declaración de Foz de Iguazú en 1985 junto al presidente de Brasil Jose Sarney. Estaba claro que Alfonsín soñaba con la integración de la patria grande, en consonancia con las ideas doctrinarias del americanismo Yrigoyeneano.
No se quedó callado cuando la Sociedad Rural lo silbó en Palermo en el año 1988, o cuando le cantó las cuarenta a Ronald Reagan en los jardines de la Casa Blanca. Defendió con pasión sus ideas, respetando siempre la opinión del que pensaba distinto. Era un político sin miedo a que lo rotularan por lo que pensaba. No esquivaba ni evadía la discusión ideológica, al contrario, la provocaba.
Cayó derrotado en varias batallas, como por ejemplo la ley de democratización sindical o la ley de medios, que le costaron 14 paros generales en el primer caso e injustas campañas de descrédito en otro, pero siempre -aún en la derrota- sosteniendo estoicamente sus ideas como banderas.
Su honestidad, austeridad, sacrificio, responsabilidad, esfuerzo, fueron algunos de sus dotes personales, Alfonsín entró y salió de la misma manera de la función pública, no se sirvió de ella. Se fue con la tranquilidad del deber cumplido. Trabajó denodadamente durante toda su vida para constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, como tantas y tantas veces lo repitió.
Por eso, hablar de Alfonsín hoy, es hablar de democracia, república, derechos humanos, diálogo y consensos, honradez y transparencia, humildad y austeridad, libertad e igualdad, movilidad social ascendente, solidaridad social, Socialdemocracia y radicalismo, en definitiva, hablar de Alfonsín es hablar de ideas.