Los FinCEN files” parecen ser la versión del siglo XXI de lo que Bergman describía en su película, ambientada hace 100 años en la Alemania vencida en la primera Guerra Mundial, como el huevo de la serpiente”. Son una muestra pequeñísima de lo que todo el mundo conoce pero oculta, invisibiliza o prefiere ignorar. El lavado de activos, fraude, evasión, o fondos vinculados al narcotráfico o al terrorismo, y la debilidad de gobiernos y organismos multilaterales para evitarlos, mantener o recuperar el control de una sociedad inclusiva y democrática, son así el nido en que se incuba ese huevo.
Los FinCEN files” son 2.100 reportes de operaciones sospechosas, emitidos entre 2000 y 2017 por el organismo antilavado de EEUU –de los más de 2 millones de alertas anuales informadas por los bancos- y aparentemente obtenidos de los informes a la comisión investigadora de la Cámara de Representantes (hoy con control Demócrata) en sus investigaciones sobre la influencia de Rusia en las elecciones 2016 y otras averiguaciones (por ejemplo, las referidas a los movimientos de capitales financieros en Venezuela).
O sea que la muestra está, evidentemente, sesgada, como antes lo estuvieron los denominados Panamá Papers”, en 2016 (entre los cuales no había, significativamente, ningún ciudadano estadounidense), o los Paradise Papers”, en 2017. Por lo que las informaciones y conclusiones de los más de 400 periodistas del Consorcio de Investigación (ICIJ) tienen ese límite.
No obstante, alcanzan para revelar la absoluta incapacidad de impedir, o al menos de frenar, esas operaciones, tanto por la complicidad de los bancos –sus alertas carecen de datos clave de sus clientes, de las operaciones, etc.-, que ganan fortunas con esas transacciones; de las autoridades antilavado, que no denuncian; de los gobiernos –las penas pecuniarias y penales son ridículas para el volumen de las operaciones-; y, por qué no decirlo, de los países más desarrollados, que mantienen paraísos” o guaridas” fiscales donde operan esos fondos.
Como en aquella película de Ingman Bergman, donde todos sabían de las teorías supremacistas, de la selección genética, del resentimiento alemán por las indemnizaciones de guerra, y aunque fracasaron en su primera movida –el intento de golpe de Hitler- siguieron acumulando frustraciones y bronca, que finalmente eclosionó en el nazismo y la segunda Guerra Mundial.
Es que, a la complicidad explícita de los bancos, que ganan mucho más con esas operaciones que lo que pierden por multas y penas de cárcel, se suman las de las autoridades antilavado, muchas veces controladas por personeros de los mismos bancos (que, además, controlan a los bancos centrales), de los gobiernos y congresistas –cuyas campañas, impulsadas por medios afines a esos intereses, son financiadas por lobbys con esos fondos- que mantienen guaridas fiscales y bajas penas. Y de las propias sociedades de los países centrales, que prefieren no ver, o ven pero prefieren no admitir, porque las migas de ese banquete les llegan a ellos.
Todo lo cual nos llevará a un nuevo apocalipsis, que ya no será europeo sino global, en donde la víctima será la democracia tal como la conocemos o imaginamos.
En nuestro país, una de las víctimas más paradigmáticas del endeudamiento estatal y la fuga, no debiera extrañarnos que el Banco Central (BCRA); el ministerio de Economía; y la UIF (unidad antilavado), hayan sido controlados en el anterior gobierno por ex funcionarios de esos bancos y fondos de inversión.
Que se hayan invisibilizado las revelaciones de los Panamá Papers” y los Paradise Papers”, neutralizado las consecuencias judiciales para los funcionarios y empresarios involucrados.
Y que solo unos pocos hayan sido procesados por ese tipo de operaciones.
Así, no resulta extraño tampoco que tengan éxito los experimentos políticos populistas de derecha como el de Jair Bolsonaro en el vecino Brasil, basándose en el odio irracional, pero legitimado por fake news” o títulos engañosos, repetidos como los de Goebbels en la Alemania nazi, y así se esté incubando un nuevo huevo de la serpiente.