Mauricio Claver-Carone se convirtió en el primer presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) proveniente de los Estados Unidos: otro quiebre histórico en la arquitectura de gobernanza global de la posguerra.
La reconfiguración del sistema político mundial, finalizada la segunda Guerra Mundial, se dio a través de una nueva institucionalización, que tomó forma con la creación del Banco Mundial (BM) en 1944; el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1945; y el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) en 1947. En América Latina se materializó con la creación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) en 1947; la Organización de los Estados Americanos (OEA), en 1948; el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en 1959; y la Alianza para el Progreso (ALPRO), en 1961.
En la década del 50, ya en Guerra Fría, Occidente debía cubrir un conjunto estratégico de objetivos políticos, económicos y sociales. El libre comercio era necesario como impulsor del crecimiento económico y de la paz, acompañado de mecanismos estatales e internacionales de compensación y distribución. De ahí la insistencia en que las funciones sociales debían ser asumidas por los Estados de la posguerra y el reconocimiento de que los países más adelantados tenían que poner en práctica políticas de ayuda exterior, fomento de inversiones, transferencia tecnológica, y otras, para ayudar a los países menos adelantados a insertarse en la economía global. El crecimiento del mercado podría acompañarse de políticas enmarcadas en planes a largo plazo, diseñadas con la intervención de organismos multilaterales. A estas políticas se las llamó políticas de desarrollo, o de cooperación al desarrollo. El BID fue el primer banco regional instituido.
Al BID lo integran 26 países prestatarios de la región (reciben préstamos del organismo), mientras que otros 22 países forman parte pero no son prestatarios, entre ellos Estados Unidos y Canadá, 3 países asiáticos (China, Corea y Japón) y 17 europeos. Los países prestatarios de América Latina y del Caribe tienen el 50,02% de los votos, y durante su devenir institucional se hizo regla una costumbre que confería la presidencia a un latinoamericano y el segundo cargo ejecutivo a alguien de nacionalidad estadounidense.
Donald Trump, coherente en relación a su política exterior, decidió quebrar esa tradición, generando diversas críticas entre ex presidentes latinoamericanos como Ricardo Lagos, Fernando Henrique Cardoso, Julio María Sanguinetti, Juan Manuel Santos y Ernesto Zedillo.
Debe observarse el contexto. La crisis económica global, que ya ha superado con creces a los quiebres del año 29 y a la de 2008, anticipa una nueva agenda de desarrollo para Latinoamérica, con catastróficas proyecciones de caída de su producto bruto interno. El BID fue superado por China como principal fuente de financiamiento de la región, e incluso por el Banco de Desarrollo de América Latina. Es una oportunidad de ejercer una clara influencia y dar respuestas a necesidades y demandas a la región que, en los últimos años, se han vuelvo irrelevantes. En esta nueva Guerra Fría, más enfocada en el comercio y las finanzas, se espera que Claver-Carone plantee canales bien abiertos con los países al sur del Río Bravo.
Al hacer pública la nominación del candidato, en junio pasado, el Departamento de Estado norteamericano manifestó que Claver-Carone encabezó durante su tiempo en la Casa Blanca una iniciativa llamada América Crece” para apoyar el desarrollo económico en la región, catalizando la inversión del sector privado en proyectos de energía e infraestructura. El mensaje llama a cerrar frentes contra China y contra las políticas exteriores no alineadas.
Los países que apoyaron a EEUU con la candidatura de Claver-Carone asumieron dicha postura: las Bahamas, Bolivia, Brasil (impulsor principal), Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Guyana, Haití, Honduras, Jamaica, Panamá, Paraguay, República Dominicana, Surinam y Venezuela. Se agregarían Uruguay, Canadá, Haití, Israel y (a horas de la votación) Japón, interesado también en neutralizar a China.
La abstención, impulsada por Argentina (que desistió de la nominación de Gustavo Béliz para evitar una confrontación directa con la Casa Blanca), fue acompañada por Chile, México, Perú y Trinidad y Tobago, con más la Unión Europea (a la que importa más frenar los alcances de Trump que los de China).
En los últimos años recobraron presencia los tres pivotes del sistema interamericano con participación estadounidense: TIAR, por su invocación en el caso de Venezuela; OEA, por la vocación mediática de su Secretario General, Luis Almagro y el veto aplicado al brasileño Paulo Abrao como secretario ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos; y ahora el BID.
Las relaciones entre América Latina y EEUU se están reconfigurando, con aquiescencia de la mayoría de los países de la región. ¿Y la integración regional? bien, gracias. Solo basta observar los diferentes y contradictorios votos para el presidente del BID dentro de países que son parte de procesos de integración, como el Mercosur, la Alianza del Pacífico, o, más reciente y difuso, el Prosur. Probablemente como en los años 50, las amenazas externas, las tensiones entre potencias y la gravísima crisis sociopolítica que atraviesa el continente exijan de estos instrumentos utilidad efectiva. Se verá si la gestión que se inicia está a la altura: también lo necesita Washington.