Que los humanos usamos ciertas plantas en tiempos de enfermedad, es tan viejo como la propia humanidad: más de la mitad de los medicamentos producidos actualmente por las grandes farmas son de origen vegetal, o derivados. Pero desde cerca de 11.000 años que transcurrieron desde la domesticación de las plantas, hoy nos toca ser testigos de la última revolución verde: la agrobiotecnología moderna.
Hace poco más de veinte años nacía la «agricultura molecular»: la estrategia de introducir en las plantas los genes necesarios para producir a granel y en forma barata moléculas útiles que antes resultaban muy raras o demasiado caras. En una hipérbole casi de novela de ciencia ficción, volvimos a las plantas en busca de nuestras medicinas, pero desde un lugar distinto: enseñándoles nosotros a producir los medicamentos que la naturaleza nunca les enseñó cómo producir.
Hoy, las noticias nos cuentan que una empresa de base canadiense llamada Medicago, con varios años de trayectoria en la reprogramación genética vegetal, tiene lista la primera vacuna contra el Sars-CoV-2 producida en plantas. Y los ensayos clínicos realizados (en parte en Argentina) fueron un éxito rotundo.
Una vacuna es una forma de entrenamiento de nuestro sistema inmunitario en condiciones seguras. Su fórmula incluye alguna versión de un patógeno contra el que queremos protegernos, pero que no representa riesgo de enfermarnos. Esto se logra inoculando el patógeno inactivado (léase «muerto»), debilitado, o simplemente alguna de sus partes. Sea cual fuera el caso, cuando nuestro sistema inmunitario detecta la presencia del componente extraño, se producen moléculas especializadas en reconocer y unirse al componente contribuyendo a su eliminación: los anticuerpos. Sin embargo, producir masivamente anticuerpos específicos contra cualquier patógeno lleva su tiempo la primera vez. Durante ese lapso, un patógeno como el Sars-CoV-2 puede hacer estragos en nuestra salud. Ahí radica el poder de las vacunas: como sus componentes no pueden producir enfermedad, el sistema inmunitario tiene todo el tiempo del mundo para aprender a reconocer a un patógeno desconocido, sin riesgos.
Luego de erradicar al componente extraño del cuerpo, nuestras defensas son capaces de recordar lo sucedido. Si en el futuro nos infectara el patógeno de la vida real, nuestro cuerpo lo recordará gracias a la vacunación y lo eliminará tan rápida y eficazmente que a veces ni siquiera llegamos a desarrollar síntomas de haber sido infectados.
La nueva estrategia desarrollada por Medicago para producir vacunas consiste en introducir en las plantas el gen para la fabricación de la proteína espiga (spike, en inglés) del Sars-CoV-2. Con esta información, las plantas producen la proteína en un marco estructural muy parecido al del virus, llamado «partículas símil virales» (virus-like particles, o VLPs). Con ellas se formula luego la vacuna bajo estrictos estándares farmacéuticos de pureza y calidad. Con su ayuda, el sistema inmunitario puede aprender a reconocer al poderoso virus aunque nunca se haya topado con él.
Para producir enormes cantidades de VLPs contra Sars-CoV-2 en plantas, solamente se requiere lo que toda planta necesita: tierra, aire y luz. Esto abarata muchísimo los costos de producción, comparado con otras plataformas de producción de vacunas, que suelen involucrar costosos mantenimientos de células en cultivo en el laboratorio.
Los ensayos clínicos de fase III en nuestro país demostraron que la eficacia de la vacuna de origen vegetal alcanza valores promedio de 71% frente a todas las variantes de Sars-CoV-2, y un 75% contra la temida variante delta. Entre los vacunados, no se detectó ni una sola infección con las variantes alfa, mu, y lambda, ni tampoco hubo manifestaciones graves de la enfermedad respiratoria causada por el virus. Tampoco se detectaron reacciones adversas de importancia a la vacunación en el estudio, que involucró a más de 24.000 voluntarios mayores de 18 años, en seis países.
Lamentablemente, no hay información sobre la eficacia contra la reciente variante Ómicron, ya que durante los estudios esta variante no se hallaba en circulación. Sin embargo, la plataforma de producción de vacunas en plantas permite que en poco menos de dos meses la vacuna puede ser ajustada para producir masivamente una versión adaptada a las nuevas variantes.
Quizás estamos acostumbrados a ver a las plantas más como la base de la cadena alimenticia que de la «cadena farmacéutica». Pero si esta nueva revolución verde nos ha de dejar una moraleja, es que tanto la naturaleza como la tecnología todavía tienen mucho para enseñarnos. Especialmente cuando forman alianzas.
Docente de la licenciatura en Biotecnología y Bioinformática de UADE.