Invisible es el hambre en Río de Janeiro. De tan palpable, ha dejado de verse. El neoliberalismo tiene cara de hereje.
Arriba, una de las fotografías de Domingos Peixoto publicadas en el matutino Extra. En una escala antes de convertirse en jabones y alimento balanceado para mascotas, los huesos, grasas y restos de piel son ofrecidos en la caja del camión a moradores de Glória, barrio del centro-sur de Rio. El dolor de la pobreza: escarbar en lo que nadie quiere.
Invisible como los meninos de Rio. Menino do Rio, calor que provoca arrepio/ Dragão tatuado no braço/ Calção corpo aberto no espaço/ Coração. Caetano Veloso transforma en dulce poesía el impacto que produce traspasar por primera vez Guarulhos, o el Antonio Carlos Jobim, incluso arribando desde países latinoamericanos con índices similares: una cucha improvisada en cada esquina.
En el dramático nomadismo urbano se pierden los miles de pibes negros que duermen -a cualquier hora- despatarrados en plena rua. El mobiliario: un televisor sin nada dentro, la Folha de São Paulo soñando un colchón. A la segunda visita, ya forman parte del paisaje y dejan, por lo tanto, de hacer tanto ruido.
Están ahí, pero nadie los ve. ¿Están ahí?
Recuerdo con frecuencia una interpretación, ahora que el colapso de 2001 es una efeméride: si la política moderna hacía pie en la estructura del materialismo, es decir, la historia iba aconteciendo a medida que el hombre trabajaba sobre la materia, los cartoneros argentinos llegaron como fantasmas a invertir el orden. Se dejaba de trabajar sobre la materia. Lo residual se convertía en la última esperanza de la supervivencia.
Del granero del mundo a los precios desbocados. Del toro de oro a la vaca magra. El 16 de noviembre pasado la Brazilian Stock Exchange (conocida como B3, la bolsa de valores de São Paulo) colocó frente al edificio un símil con bastante falta de tacto: un gemelo del cornudo dorado de Wall Street. A las pocas horas de estacionado fue vandalizado de diversas maneras. Como protesta a la instalación, los sin techo prendieron un fueguito y asaron trozos de carne seca.
Estúpida la idea del toro en stand by de ataque como imagen de riqueza. Lo que da, sin dudas, es la imagen de cuando esa riqueza se pone en cuestión. Seis brasileños –todos hombres– concentran lo mismo que la mitad más pobre de toda la población, más de 100 millones de personas. Una proporción a la que ni siquiera se la puede llamar desigual. El 5% más rico tiene los mismos ingresos que el restante 95%, según Oxfam internacional.
Para la Red Brasileña de Investigación sobre Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional (Red Penssan), más de 19 millones de brasileños pasan hambre. La pandemia neoliberal, sumada a una economía informal que en los distritos más alejados de las metrópolis funciona con verdadera dinámica imperial, casi duplica los 10,3 millones de hambrientos estimados en 2018.
116,8 millones de brasileños (55,2% de la población) no siempre realizan tres comidas al día. A esto se le ha puesto un título: inestabilidad alimentaria. De hecho, esa es la principal lanza de campaña del precandidato por el Partido de los Trabajadores para 2022: “Mi deseo es que los brasileños y brasileñas puedan comer tres veces al día”.
Cuando cae la noche tropical quedan en el centro de São Paulo los homeless, quienes juntan plástico y latas de aluminio, arrastrando carros o bolsones deformes. La zona podría funcionar como el escenario urbano de Bacurau, la película de Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles. En el film, la disputa por los recursos y la necesidad de una respuesta humanista a la violencia avanza con alegorías terribles donde zombies y ovnis no están excluidos.
“Un hombre vale más por el mal que por el bien que puede hacer”, la línea de uno de los personajes de Bacurau. Un axioma de los discursos de odio y las campañas de “fakenews” que tuvieron en Brasil, durante 2018, un gran laboratorio del arte de lo imposible, la información falsa y el algoritmo.
El toro de oro no duró una semana. Como si la estatua hubiera tenido vergüenza, la taparon con cartones y plástico y la subieron en grúa a un camión, al cierre de la jornada especulativa.
Las señales del desorden y el regreso en Brasil: los precios de los alimentos subieron un 15,3% entre julio de 2020 y junio 2021; la carne, un 38%. Un dato para acoplar a la obscenidad de las cifras: Brasil ostenta el mayor número de cabezas de ganado, superando incluso su número de habitantes.
Marcia Pinheiro, artista nacida en Ceará, aprovechó el vacío singular que dejó el toro de oro y colocó una nueva estatua, la vaca magra y hambrienta, acorde al Brasil de Bolsonaro, el país -entre los emergentes- más desigual del mundo. La artista dijo querer mostrar al mundo que “nuestra situación está empeorando”.