La entropía es la segunda ley de la termodinámica, que determina el grado de desorden de un sistema aislado, en el que una parte de la energía se pierde –generalmente como calor- e impide que el resultado sea igual a la energía utilizada por el sistema. La humanidad y los humanos, somos el resultado de otros fenómenos entrópicos anteriores desde que el Big Bang se produjo, y que continuará con nuestra extinción –otro fenómeno entrópico- si no somos capaces de aprovechar la consciencia con la que hemos sido dotados.
Nunca en la historia humana, la humanidad ha producido tantos fenómenos entrópicos. Calentamiento global, pérdida de biodiversidad, guerras, pandemias, grietas sociales, económicas, son todos fenómenos entrópicos que nos incluyen y en los que los humanos estamos haciendo un “trabajo” en el que se pierde energía, produciendo un resultado que es mucho menor que la energía que utilizamos del sistema mundo.
Así estamos destruyendo el mundo, del que somos parte y en consecuencia a nosotros mismos, que podríamos fácilmente –algunos dicen que es fatalmente- convertirnos en una anomalía temporal más, del proceso entrópico que comenzó hace miles de millones de años.
Revertir o detener esos procesos entrópicos, es un deber moral de supervivencia de la especie y del sistema social, natural, biológico, mineral y químico de nuestro planeta como sistema aislado, en el que los sueños onanistas espaciales de Elon Musk y otros, son sólo un sueño utópico de los más poderosos, de huir a un nuevo mundo aislado, tras la destrucción de la vida en el planeta que habitamos y que ellos mismos producen.
Por el contrario, organizaciones multilaterales –a través de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)-, el papa Francisco –con su encíclica Laudato Si, sobre el cuidado de la casa común- y otras organizaciones y líderes mundiales buscan disminuir la entropía de nuestra existencia.
La competencia por “ganar” individualmente es entrópica, en contraposición con la cooperación que produce sinergia, o sea un resultado mayor a la suma de las partes. Así, reducir el consumo irresponsable, reutilizar y recuperar productos escasamente biodegradables reduce la entropía. Pero más allá de algunas iniciativas de poco alcance –economía circular, fortalecimiento de algunas organizaciones sociales- en nuestro entorno cercano se promueven actitudes, razonamientos, formas de organización, distribución de recursos y culturas competitivas entrópicas.
Por ejemplo, el “emprendedurismo” competitivo por sobre los emprendimientos sociales, que implican cooperación, o la enseñanza en colegios y universidades de “leyes” sobre la competencia –inclusive de comportamientos de maximización de resultados individuales asociados con el abuso de posición dominante, que utilizan los monopolios para dominar al resto- sin hablar siquiera de la economía de la cooperación.
Lo más llamativo y perverso es que una versión desde el poder de la economía de la cooperación –la teoría de los juegos, de John Forbes Nash- es sólo mostrada como el fundamento de las fusiones de grandes empresas para lograr el monopolio en mercados donde competían, mientras se impulsa la competencia en las personas y empresas más pequeñas, como si se quisiera aumentar su entropía que hace fracasar sus esfuerzos.
En las formas de organización, se promueven formas corporativas, de individuos, empresas, sindicatos, grupos de poder y presión que así legitiman su accionar entrópico.
En la distribución de recursos, los recursos aportados por las propias entidades para la educación y promoción del cooperativismo (Ley 23.427) son desviados –en nuestra provincia desde hace 25 años- de su asignación específica; y en las facultades de Ciencias Económicas, el contenido temático obligatorio de las carreras de Contador Público (Res. ME 3400/17) respecto del régimen jurídico de cooperativas, mutuales y Asociaciones Civiles, es casi ignorado.
En lo cultural, nuestro país se ha caracterizado en al menos las últimas seis décadas por frases individualistas como “yo, argentino” en los 60, que implicaba “yo no me meto”; en los 70 fue “algo habrá hecho”; en los 80 “a mí no me va a pasar”; en los 90 “ese no es mi problema” (o su versión anglosajona del “primer mundo” it´s not my business); en los 2000 “estos son mis derechos”, o, desde el 2010, “la culpa es del otro”, con lo que se ratifica la eficacia de la promoción del individualismo y una cultura entrópica.
No obstante todas estas evidencias, es cada vez más visible que comienza a asomar silenciosamente en la base social un fenómeno de resistencia al individualismo puro y duro, que se muestra ineficaz y sin perspectivas en el mundo, aún en aquellos que hace sólo un tiempo podían soñar con capilarizar económicamente huyendo a otros países, generando entropía en el nuestro.
¿Será esa una ilusión mía? ¿Y si lo fuera, no sería igual de válida para seguir caminando con esperanza?