(Segunda parte)
El arquitecto Salamone, nacido en Italia y formado en Córdoba, posee un legado de obra pública enorme. Se trata de grandes e incomprendidos edificios diseminados en pequeños pueblos de la Provincia de Buenos Aires. Estos trabajos, decenas de cementerios, sedes municipales y mataderos, se inauguraron durante la década infame y fueron borrados de la historia hasta hace pocos años cuando diferentes grupos de estudiosos y bohemios lo reivindicaron.
Mariano Llinas realizó la obra maestra del cine nacional “Historias extraordinarias” siguiendo la pista del legado salamónico. Adrián Caetano le dedicó el documental “La piedra líquida”, mientras que Pino Solanas le reconoció, al igual que el Indio Solari. Por otro lado, el fotógrafo Martín Aurand es la persona detrás del -tan poético como apocalíptico- perfil Mondo Salamone.
Muchos proyectos, muchísimos problemas
Después del encargo de Balcarce llegarían proyectos para Guamini, Alsina, Rauch, Tornquist, Saldungaray, Laprida, y muchos otros. Siempre con su modelo constructivo, basado de forma premonitoria en el uso del hormigón armado, aceleró tiempos de ejecución y posibilidades estéticas. Asímismo sus costos, debido a una suerte de pacto con Fortabat, eran rupturistas debido al interés del empresario en potenciar el uso de su producto.
Las licitaciones de aquel entonces eran tildadas de poco prolijas en general, y éstas en particular. Al igual que envidiadas por los colegas. Por todo esto el arquitecto comienza a hervir en una olla de envidia.
Las alucinantes criaturas de hormigón representaban una lluvia de extraterrestres con un semblante aleccionador. Seres de otro mundo, pero coherentes con el gobierno de Fresco, un fraudista de inspiración totalitaria que soñaba Estados, con mayúscula. Muchas se emplazaban sobre las viejas sedes, que eran demolidas en una suerte de colonización cívica. Por otro lado, las obras siempre debían superar la altura de cada iglesia, en cada pueblo.
Lo miraban todo de arriba, actitud que desencadenaría el rechazo de ciudadanos, pares constructores, e instituciones.
Estos titanes de cemento escoltados por bucólicos árboles pampeanos resultaron tan angustiantes que muchos jefes comunales se negaron a participar de la ceremonia de inauguración. Las anécdotas de sacerdotes que negaban una primera bendición se acumularon junto a pueblos enteros que daban la espalda a estos edificios jamás bautizados. No hubo foto inaugural en muchos casos.
La decisión de hacer monumentos de proporciones desproporcionadas, su impronta y cantidad (recordemos las 73 obras realizados en 36 meses) también llegó hasta el entorno de sus edificios, debido a que diseñó 282 muebles, 28 modelos de farolas y 48 tipos de bancos para plazas, como una suerte de onda expansiva de la bomba Salamone.
Caída desde lo alto
Hoy es posible sentarse en un banco de su autoría, allí donde dejamos al arquitecto, en el entorno de la plaza de Balcarce. Eso sí, su primera gran obra, conocida sarcásticamente como “el Pastel de Bodas” no nos acompañará. La bronca popular contra Salamone impulsó su penosa demolición, apenas diez años después de inaugurada. Por distinta e incomprendida, en 1947 el comisionado municipal Martínez mandó a demoler la plaza central. Al terminar, alzó las manos con actitud triunfante y los cascotes en alto.
Es el único acto de gobierno que se le conoce.
El violento ingreso al cementerio de Laprida (población actual 800 habitantes) es la segunda obra religiosa más alta de Sudamérica, después del Cristo redentor de Río. Guarda relación con la cabeza de otro Cristo, inserta en un plato monstruoso, que da la bienvenida a la Ciudad de Saldungaray desde su cementerio. Tiene un tamaño tan amenazante como incomprensible. Son unos pocos ejemplos entre muchos del estilo vanguardista que debía dar por terminada la barbarie en territorios extramuros de la Capital para insistir con la llegada de la civilización.
La necrópolis de Azul -otro ejemplo- está custodiada por un ángel exterminador de 21 metros de alto, y un inclemente RIP que ostenta 43 metros de frente. “Parece construido por el diablo”, dijo el intendente en su inauguración. Este coloso cubista y maldito contrasta con la delicada sensación de ondulación que tiene su plaza al mirarla desde arriba. Esas vistas, hoy más habituales por el uso de drones, eran tenidas en cuenta solamente por Salamone que unía las ciudades comitentes en su avión, obviamente, piloteado por él mismo. Otro elemento para la bronca.
Spoiler y final triste
Visto con el paso del tiempo, su estilo vanguardista es un extraño error para un periodo marcado por el conservadurismo y la infamia. Formas despojadas y limpias, sucias con la -nunca comprobada- corrupción, conforman un estilo único e inclasificable. Su planteo es potente, inclusive algunos académicos, como el estudioso Alberto Bellucci, les consideran anticipatorias a la iconografía de Las Vegas o Disneylandia.
Pero su fortaleza formal no pudo evitar la rápida caída en desgracia.
Ocultos y hasta prohibidos, los gigantes se volvieron invisibles. Su creador, por su parte, sufrió una persecución judicial y social. Se refugió en Uruguay hasta conseguir la reivindicación en la primera circunstancia. De la segunda jamás escapó.
A pesar de tantos relojes colocados en palacios municipales, se dio cuenta -como casi todo en la vida- demasiado tarde del derrumbe. Alejadas de las capitales, incomprendidas, sus criaturas fueron embalsamadas en vida. Eso sí: jamás perdieron la adusta firmeza del cemento.
Mientras tanto el arquitecto -paradigmática condición de reminiscencias divinas- quedó enredado en el infierno de los hombres y sus miserias. Falleció en el olvido para muchos, y en el desprecio par los pocos que aún le recordaban.
Epílogo contemporáneo
Su aporte al urbanismo institucional ha ganado terreno en estos años protagonizando, no sólo los episodios artísticos antes mencionados, sino un sinnúmero de estudios, tesis y publicaciones de arquitectura, historia y patrimonio. Numerosos circuitos turísticos recorren su legado en la actualidad.
Su valor y condición visual también han incomodado el ojo de la prensa nacional, así como la academia que históricamente le ignoró con vehemencia. Los municipios han comenzado a tipificarlos como monumentos e inclusive se iniciaron tareas de restauración desde 2001, cuando les consideraran Patrimonio Cultural de la Provincia de Buenos Aires.
Más tarde, en 2014, muchas criaturas salamónicas pasaron a ser Bienes o Monumentos Históricos Nacionales. El Estado los convocaba.
En Balcarce, allí donde todo se fue de las manos, está radicado uno de los grupos más entusiastas. Gladys, que conduce el Centro de Interpretación Francisco Salamone situado en un matadero restaurado, desde el mismísimo medio de la nada, cree que van a reconstruir la Plaza. Ella cada día trabaja para que suceda.
Afuera el calor chamusca las hierbas al costado de un camino de tierra con sabor a polvo mojado.