La respuesta a la pregunta del título seguro que es variada. Algunos dirán que vamos hacia el apocalipsis; otros serán optimistas; otros diremos “depende…”; y las mayorías no lo saben. Quienes pretendemos presuntuosamente “saberlo”, daremos muchos argumentos conceptuales o teóricos, otros mencionarán hechos y otros señalarán los elementos negativos que dominan el mundo (o al menos nuestro entorno).
Claro que, los que explican sus vaticinios por los buenos y malos, se autoperciben como “buenos” y señalan a sus adversarios como “malos”, lo que se parece a los argumentos religiosos de antaño, pero que desde el siglo XX se han ampliado al ámbito político y geopolítico que, obviamente, se basan en intereses. Los que explican la sociedad desde los hechos, suelen utilizarlos aislados que, encadenados en un relato, parecen demostrar sus pronósticos con alcance universal. Los que pretendemos explicarlo con argumentos basados en el comportamiento humano, social y económico utilizamos algunas teorías que, en una primera etapa, sólo circulan por ámbitos intelectuales, hasta que son apropiados por la vida cotidiana, con lo que dejan de ser simples teorías descriptivas para convertirse en máximas prescriptivas.
Así pasó con la teoría posmarxista de Laclau y Mouffe respecto de la búsqueda del antagonismo y la hegemonía política que adoptaron los movimientos populares latinoamericanos desde principios del siglo XXI: de ella surgió el apelativo “populismo”, con el que sus opositores los estigmatizaron, pero que luego terminaron adoptándolo en sus prácticas políticas, por lo que luego de ser una buena idea se transformó en una prescripción ideológica que partió el mapa ideológico y abrió la “grieta”.
También en el ámbito empresario, la teoría de los juegos, de John Forbes Nash, demostró los beneficios de la cooperación imperfecta, o sea entre desiguales. Sus consecuencias las podemos ver en el cada vez más acelerado proceso de fusión, absorción y concentración de empresas a escala global, aunque esos mismos promuevan la competencia entre pequeñas empresas y ciudadanos, a sabiendas de los beneficios de la cooperación, que los harían mucho más poderosos.
La teoría sistémica de los grupos sociales, que enunció Nicklas Luhmann (1927-1998), todavía permanece oculta en los ámbitos académicos, pero se ha mostrado válida para explicar lo que ha pasado en las últimas décadas, y se está utilizando para lograr lo que él pronostica, en especial en las redes sociales. Luhmann dice que todos los grupos sociales son autorreferenciales (o sea, solo se observan a sí mismos) y autopoiéticos (o sea, se auto reproducen) generando hacia su interior subgrupos que se agrietan hasta dejar a cada individuo solo. Afirma que los grupos sociales no son individuos, sino las comunicaciones binarias (si/no, me gusta/no me gusta) que establecen entre ellos. Así, la visión casi apocalíptica de Luhmann es convalidada por el éxito de las redes que miden esas relaciones binarias y promueven la autoafirmación de los grupos con los algoritmos, que nos llevan a los “sesgos de confirmación”, ya que sólo recibimos de ellas los contenidos que confirman lo que pensamos.
También en la creciente violencia que se desarrolla en esas mismas redes, que produce hacia dentro de los grupos sociales constituidos sucesivas rupturas personales, hasta dejarnos solos y aislados, sobre todo afectivamente. Por lo que no parece extraño que los más jóvenes, sólo formados en esas redes sociales, respondan a esos comportamientos inducidos desde allí.
Algunos de los que fuimos formados en el siglo XX procuramos infructuosamente contradecir los pronósticos apocalípticos de Luhmann y las redes, como lo hicimos antes con las prescripciones ideológicas de Laclau y Mouffe, que ahondaron las grietas y las consecuencias concentradoras de la teoría de Nash. Es que el problema no son las ideas o teorías, sino su transformación en prescripciones y prácticas aprovechadas por los constructores –políticos, empresarios y sociales- para mantener nuestras conductas en nuestro propio perjuicio.
Cabe preguntarnos, entonces, ¿cómo podemos los no dirigentes aprovecharlas en nuestro beneficio? La teoría posmarxista, de Laclau y Mouffe, puede considerar la “agonía” enunciada por Mouffe en los últimos días de su esposo (Laclau), en donde reivindica la institucionalización de la sociedad civil moderadora de los extremos -antagonismo y hegemonía- que producen la grieta y, así, le permiten construir un mundo políticamente más estable.
La teoría de los Juegos, de Nash, muestra la conveniencia de la cooperación como forma de lograr relaciones de cooperación ganar-ganar, que reemplacen las relaciones de competencia en las que uno gana lo que el otro pierde. Lo que permitiría desarrollar a la sociedad auto organizada.
Por último, las conclusiones de la teoría sistémica de Luhmann pueden ser reinterpretadas con una visión positiva, en las que sus afirmaciones teóricas son aprovechadas para concluir que los grupos sociales crecen cuando incluyen y se transforman, se estancan cuando dejan de incluir, se diluyen cuando algunos de sus miembros se alejan porque encuentran mejores opciones y explotan cuando se rompen acuerdos internos.
Por lo que las tres teorías, así como pueden llevarnos a un círculo vicioso y destructivo, también pueden hacerlo hacia un círculo virtuoso si se consolidan las organizaciones sociales de todo tipo, se promueve la cooperación en lugar de la competencia y la inclusión transformadora de los grupos sociales.
¿Será utópico pensar así? Por mi parte, elijo creer.