Pedro D. Allende (especial para HDC)
Reflexionaba Maquiavelo en “El príncipe” (1513), que el gobernante “debe hacer uso del hombre y de la bestia: astuto como un zorro para evadir las trampas y fuerte como león para espantar a los lobos”.
Hace cinco siglos, ni la democracia ni el género ocupaban el centro de la escena, y por eso las referencias “al” primus inter pares, que por su especialísimo linaje “nunca carece de razones legítimas para romper sus promesas”. Al que, señala Maquiavelo, todo se le acepta, domina a su voluntad, conforma su séquito y lo modifica a su puro arbitrio: establece su corte, elige sus bufones y puede alternarlos en su función simplemente por desearlo.
Determinantes experiencias civilizatorias matizaron desde entonces al mural de la historia (la que según el florentino era “la ciencia de los hombres -la humanidad- en el tiempo”); aunque aquella idea de una persona dueña de la potestad, con capacidad para definir sobre los destinos de grupos más amplios rodeada por núcleos concéntricos, sigue siendo, más allá de la suavización de los paradigmas gubernamentales, la esencia misma de la organización humana.
Cuando se observa contemporáneamente a los grupos tenedores del poder, de cualquier jurisdicción, ese atavismo de un o una “potestas” capital rodada por una comitiva donde hay ciertas jerarquías (con posibilidades de ganar o perder el espacio que se posee), se conserva como en los retratos de Maquiavelo.
Actitudes y discursos concuerdan, pese a los supuestos tamices que la organización constitucional -y su evolución- presuponen. Gestos marciales, ademanes específicos, máximas tensiones y despliegues furibundos, se reparten entre los mandamases y las guardias imperiales siempre coloreadas por la histeria. Siguen siendo noticia -siempre en off- líderes o lideresas célebres por aplicar la violencia verbal y aún física a sus funcionarios más leales -que a veces replican el modelo, hacia abajo-. Hiper estimulando, cual síndrome de Estocolmo, sometidos sentidos de pertenencia, donde el servicio exige el abandono de todo, aún de la vida propia. Prácticamente una abducción hacia otro planeta dentro del planeta; donde sigue habiendo amos y esclavos.
Muy duro es, paradójicamente, alcanzar esos círculos de confianza. Más exigente es permanecer en ellos, y alcanza ribetes trágicos perder la pertenencia. A personas que muchas veces no saben hacer otra cosa que política -lo cual no tiene nada de malo, pero cuando se acaba el patio para practicar suele ser dramático-, se les puede venir el mundo encima. Defenestración e invisibilidad. De ahí la desesperación, condimento principal de la lucha por el poder.
Sobran periféricos
Si repesamos el listado de dirigentes cordobeses kirchneristas, advertimos un variado espectro de hombres y mujeres legítimamente ansiosos por pertenecer, pero fuera de su tiempo glorioso.
Néstor Kirchner nunca hizo pie en esta jurisdicción, y careciendo de tropa propia vaciló entre armar su propia fuerza -limitado por el dominio del peronismo y afines que consolidó Unión por Córdoba- o “comprar hecho” segmentos dentro y fuera del PJ, nutriéndose inicial y transversalmente del juecismo, algunos peronistas y radicales, más la izquierda universitaria -destacando en ese grupo la ex rectora de la UNC, Carolina Scotto, hoy retirada de la política-. En paralelo, las relaciones formales entre el Frente para la Victoria y Unión por Córdoba pasaron por diversos estadios, pero jamás por un denominador común, más allá de transitorios acercamientos. Amén de la nombrada Scotto, las universidades cordobesas contribuyeron con figuras como Alberto Cantero, Martín Gill o Francisco Tamarit; las organizaciones de derechos humanos, con nombres propios como Martín Fresneda. El gremialismo, con dirigentes universitarios como Pablo Carro, o sindicalistas clásicos como Pablo Chacón (hoy fuera del espacio) y Mauricio Saillén. La política territorial aportó dirigentes con recorrido, de diferente perfil, desde Eduardo Di Cola a Cecilia Merchán o nuevas figuras de estirpe K, como Gabriela Estévez.
Entre ambos sectores, una zona gris transitada hacia ambas direcciones -incluso sin posiciones definitivas-, encuentra a Walter Grahovac, Eduardo Accastello, Nora Bedano, Carlos Caserio, Adriana Nazario, Carmen Nebreda, Walter Saieg o el Movimiento Evita. A intendentes de diferente extracción, como Fabián Francioni (Leones), Luis Trotte (Monte Maíz) o Edwin Riva (Monte Buey). La lista es mucho más amplia.
Más allá del prestigio, hablamos de dirigentes de mediana relevancia, probados al frente de listas sin mayor cambio en la cantidad de adhesiones. Como si el techo fuese el piso, o al revés.
El albertismo tampoco tiene entre los dirigentes cordobeses mayores acólitos y se remonta a algunas amistades cultivadas por Fernández en forma previa a su súbita entronización a candidato. Entre ellas el propio Caserio, hoy en busca de algún despacho en la cartera nacional de transporte que controla Sergio Massa.
Las disputas por espacios inequívocamente estrechos en competencias, en cantidad de cargos disponibles para referentes y militantes, en posibilidad de crecer nacional y provincialmente a partir del ejercicio de algunas funciones, en chances para abrir espacios a intendentes de la provincia, etcétera, suelen ser tan desgastantes que limitan aún más las expectativas.
El reemplazo del secretario de Obras Públicas de la Nación, encuentra a otro intendente del conurbano bonaerense con un despacho clave que le cae del cielo. Tanto los intendentes justicialistas de Córdoba como los de la UCR, exhortaron en diciembre pasado a los concejales villamarienses que debían renovar la licencia de Gill en la Intendencia, para que la autorizaran, a fin de facilitar la continuidad de aquél en dicho cargo. Por causas que se procuran establecer, estos ediles le bajaron la persiana a la única puerta importante que se abría regularmente a intendentes cordobeses de todos los partidos.
En tanto sigue la incertidumbre sobre las posiciones a tomar en el Congreso por el cordobesismo, que en paralelo avanza hacia una elección interna de incierta apertura, seguro resultado y dudoso pronóstico. Amén de estos aprestos ¿Podrá prescindir en 2023 la candidatura de Hacemos por Córdoba del magro pero determinante 11% consolidado del kirchnerismo?
Decía el florentino: “Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”. Duro estigma para los K cordobeses: por no pertenecer al círculo, pierden visibilidad. Aunque aparezcan esfuerzos serios desde adentro por revertirlo. ¿Encontrarán sintonía?