Tras el magro 25% cosechado en la elección del domingo 14, resignando una banca de diputado y mascullando la bronca por los anticipos fallidos, el gobierno provincial arrancó la semana sin mirar atrás. El equipo de Juan Schiaretti continuó con sus asuntos: presentación del presupuesto 2022, visitas a obras en marcha y nuevas referencias a las calamidades del unitarismo porteño, mientras se repartía con sigilo a la prensa amiga la partitura de la próxima canción: un nuevo nombre para un partido definitivamente provincial y otra máscara para la inmodificable estrategia “nacional y federal”.
Pero mientras el núcleo duro del Panal ensayaba el paso adelante, una bomba de estruendo con epicentro en el moderno palacio legislativo que se erige a pocas cuadras conmovió el panorama a mitad de la semana, debiendo exigir a las principadas espadas justicialistas para contener la onda expansiva. No se trató de un gran plan de la oposición. Tampoco fue un cimbronazo producido por designios del vilipendiado centralismo. Curiosamente, fue brote de propia siembra: un pedido de declaración propuesto al cuerpo por el legislador Patricio Eduardo Serrano, de inclaudicable militancia en el circulo áulico de Alejandra Vigo, de homenajear a la Pantera Rosa. Iniciativa que, por unas cuantas horas, pareció borrar de un plumazo todo el esfuerzo schiarettista para arrancar con el pie derecho tras el “stop” dominical.
Consideramos que Serrano ha sido malinterpretado. Diremos en su defensa que es un político con experiencia. Tiene desempeño legislativo: antes de ocupar la banca que ejerce -por la que además integra el Tribunal de Conducta Policial- fue concejal de la ciudad de Córdoba. Desde hace más de tres lustros se le conocen labores en áreas vinculadas al desarrollo social, y un paso por la dirección del Cementerio San Vicente, en tiempos de Daniel Giacomino. Experticias variadas que probablemente insuflen un imaginario ideológico de sorprendente sincretismo, como lo muestra un recorrido integral por sus proyectos: no son tantos, en rigor de verdad, pero denotan gran intensidad.
Uno de ellos impulsa, por caso, la adhesión y beneplácito a la fiesta de la Pachamama, en tributo al “vínculo con la madre tierra y el entorno en el que transitamos”. En otro -firmado en coautoría con legisladores de otros partidos- propone el amplísimo “repudio a todos los actos de violencia que se suceden en distintas partes del mundo”, en el marco de la Declaración de Abu Dabi, que, como sabemos contó con la intervención del papa Francisco. Finalmente, completando una tríada ecumenista y transversal, saca un as de la manga y postula el homenaje al productor cinematográfico David Hudson DePatie (1929-2021) creador junto al artista gráfico y productor “Friz” Freleng (1906-1995) de las secuencias iniciales (animadas) de la película “The Pink Panther” (1960), dirigida por Blake Edwards -quien encargó las animaciones a “Friz”- y protagonizada por Peter Sellers, que mostraban a un simpático personaje, la Pantera Rosa, protagonista de un premiado cortometraje posterior.
Sorprende que la prensa haya cuestionado tan duramente la propuesta de Serrano: los de izquierda, desconociendo su indigenismo y pacifismo; los de derecha, sin entender que, en su panóptica, Serrano abarca con eficiencia todo el espectro, al mejor uso hegeliano. Las raíces telúricas que lo emparentan con el más actualizado progresismo latinoamericano; la referencia vaticanista que sugiere un centro prudente pero comprometido; y el necesario guiño a los poderes concentrados, apelando a un ícono “friendly” de la industria cultural norteamericana exportado hace más de cinco décadas al mundo entero.
Triunfo del “Modelo Córdoba” al fin, Serrano logró, con su comentado proyecto, en cuestión de pocas horas, las menciones nacionales e internacionales que el enjuto 25% no permitieron consolidar. Podrán sentirse orgullosos sus mentores: las semillas sembradas a lo largo y a lo ancho de los poderes del Estado, donde abundan cuadros del espesor de Serrano, están cuajando en tallos firmes.
Guillermo O’Donnell, pensador argentino al que José Manuel de la Sota y Eduardo Angeloz prestaban atención, señaló como uno de los males posibles de la transición entre Estado autoritario y Estado de derecho a la deformación institucional que denominaba “democracia delegativa”, en la que quien gane las elecciones “tendrá el derecho a gobernar como él (o ella) considere apropiado, restringido sólo por la dura realidad de las relaciones de poder existentes y por un período en funciones limitado constitucionalmente”.
Así, la figura del líder crece a niveles insospechados: el mundo debe amoldarse a su respiración. Pero la realidad puede bañarlos de sopetón, y entonces ninguna estructura parece alcanzar.
Y volvemos a O’Donnell: “El cambio desde una amplia popularidad a una difamación general puede ser rápido como dramático. El resultado es una curiosa mezcla de omnipotencia e impotencia gubernamental”.
Un gobierno de contadores, asistido en materia de opinión pública por empresas tercerizadas, probablemente no tenga la vocación de tomar nota de estos detalles, pero debería incorporar la costumbre. Aún quedan dos años por delante, y no será homenajeando a la Pantera Rosa como Córdoba dará el paso adelante que necesita Schiaretti, si su idea es seguir presentando batalla.
Porque la culpa no fue de la pantera, sino de quien, año tras año, le viene dando de comer.