Google continúa recopilando datos de ubicación de personas que visitan clínicas de aborto, a pesar de que se había comprometido a no hacerlo. Esta es una amenaza a la privacidad y la autonomía corporal de millones de personas que buscan atención de salud reproductiva en EEUU, donde los abortos están prohibidos o en espera de que lo estén. Las consecuencias son reales, ya que los fiscales están haciendo todo lo posible para utilizar estos datos confidenciales para arrestar incluso a las mujeres más vulnerables.
Estamos entrando a un mundo en el que, por propia elección, los detalles minuciosos de nuestros cuerpos, nuestras vidas y nuestros hogares serán rastreadas y compartidos de manera rutinaria con el potencial de una mayor comodidad y seguridad, pero también, y principalmente, para el abuso de los piratas informáticos, los ladrones de identidad, los vendedores sofisticados y, sobre todo, los que mantienen el poder económico y político.
Cada vez más nuestro mundo está lleno de controles de ID, cámaras de vigilancia, escáneres corporales, base de huellas dactilares, filtros de correos electrónicos e interceptores de teléfonos móviles diseñados para asegurarse de que los rastros electrónicos no se pierdan. Que quien observa sean las agencias de represión política, las compañías telefónicas o las corporaciones, las consecuencias son las mismas: la desaparición de la vida privada, la manipulación de nuestras conductas y el control gubernamental.
Lo que Orwell no profetizó en su famosa novela fue el hecho de cuán omnipresente sería la vigilancia, no sólo en países dictatoriales, sino también en el llamado “mundo libre”. El ejemplo lo encontramos en su propio país. En las décadas del 70 y 80 los municipios empezaron a instalar circuitos cerrados de cámaras de televisión en las calles y parques, estaciones de tránsito, estadios y centros comerciales. En los 90, debido a los ataques del Ejército Republicano Irlandés y el aumento de la delincuencia urbana, hubo una masiva proliferación. En las décadas siguientes se instalaron tantas cámaras que el gobierno británico perdió la cuenta; actualmente se estima que el visitante medio de Londres es capturado en video 300 veces en un solo día. Según el sociólogo Clive Morris las cámaras se han vuelto tan omnipresentes que todos los británicos deben asumir que su comportamiento fuera del hogar está siendo monitoreado.
En Mandelieu-la-Napoule, una de las ciudades más ricas de la Riviera francesa, se instalaron cámaras parlantes para reprender a las personas por infracciones que incluyen mal estacionamiento, no recoger los excrementos de perros, tirar basura y otros comportamientos antisociales. Una voz del cielo para advertirte que no te pases de la raya.
Inglaterra tiene hoy día el dudoso honor de tener la mayor cantidad de cámaras de vigilancia per cápita en Europa, con más de seis millones, aproximadamente una por cada 10 personas, superando a China. Pero, más inquietante, en China, en la ciudad de Guiyang, la base de datos contiene una imagen digital de cada residente. Las cámaras rastrean el rostro de una persona desde su tarjeta de identificación y siguen sus movimientos a través de la ciudad durante una semana. El sistema sabe quién eres y con quien te juntás.
En ciudades de EEUU, dice el sociólogo William Staples, se han instalado en los colectivos equipos con sofisticados sistemas de vigilancia de audio para escuchar las conversaciones de los pasajeros. En Las Vegas, Detroit y Chicago se utiliza el sistema “Intellistreets”, que son faroles con micrófono y cámaras integrados, capaces de grabar las conversaciones de los peatones. Y en los lugares de trabajo, los cubículos de las oficinas están cada vez más invisiblemente vigilados.
El sistema les dice a los gerentes cuán productivas son la personas, al analizar cuanto tiempo pasa un individuo socializando en el trabajo. Según el profesor Staples, las estrategias modernas de vigilancia son utilizadas tanto por las organizaciones públicas como privadas para influir en nuestras elecciones, cambiar nuestros hábitos, monitorear nuestro desempeño, recopilar conocimiento o evidencia sobre nosotros, evaluar desviaciones y, en algunos casos, penalizar.
Australia, Canadá, Nueva Zelandia, Gran Bretaña y los EEUU forman la alianza de inteligencia “Five Eyes”, con capacidades para vigilar a vastas poblaciones. Todavía no tenemos la forma de saber cuánto acceso tiene a nuestras comunicaciones privadas de video y audio, pero sí sabemos que sus sistemas se vuelven más sofisticados, más expansivos y más intrusivos.
Estamos siendo vigilados, adentro y afuera, en el trabajo, en la casa, en las calles, los parques y los centros comerciales. Y aunque nuestros temores tienden a dirigirse a los piratas informáticos, la observación más grande y sistemática a nuestras vidas privadas viene de ese agujero negro que son las cámaras web.
Como notaba Gilles Deleuze, lo que estamos viendo es el reemplazo de las sociedades disciplinarias por las sociedades de control. Las primeras se iniciaron en los siglos XVIII y XIX, y alcanzaron su apogeo en el siglo XX, con el objetivo explícito de organizar vastos espacios de cerramiento, en donde el individuo nunca cesa de pasar de un entorno cerrado a otro, cada uno con sus propias leyes. Primero la familia, luego la escuela, en donde ya no estás en tu familia. Luego el ejército, la fábrica o la oficina y, de vez en cuando, el hospital, la prisión, la instancia preeminente del entorno cerrado.
La fábrica, por ejemplo, es un cuerpo que contiene sus fuerzas internas en un nivel de equilibrio, el más alto en términos de producción, el más bajo posible en términos de salario. La corporación reemplaza hoy día en el occidente el modelo de la fábrica, que es la que constituía a los individuos como un solo cuerpo con la doble ventaja de que el patrón inspeccionaba cada elemento dentro de la masa y los sindicatos movilizaban una resistencia de masas. Pero este modelo, como reconoció Foucault, es fugaz.
Sucedió al de las sociedades de soberanía, cuyo objetivo y función era bien diferente: imponer impuestos y gobernar sobre la muerte en lugar de administrar la vida. Fue Napoleón el que efectuó la conversión de una sociedad a otra. Sólo que esta, a su vez, también entra en crisis en beneficio de nuevas fuerzas. Las sociedades disciplinarias eran lo que fuimos y que ya empezamos a dejar de ser, cualquiera sea el periodo de su expiración.
Es en este tipo de sociedades disciplinarias que empiezan a desaparecer la firma que designa al individuo, y el número o numeración administrativa indica su cargo dentro de una masa. Las disciplinas nunca vieron ninguna incompatibilidad entre uno y el otro porque el poder individualiza y masifica al mismo tiempo. Es decir, constituye a aquellos sobre quienes ejerce el poder en un cuerpo y moldea la individualidad de cada miembro de ese cuerpo.
En las sociedades de control, en cambio, lo importante ya no es una firma o un número, sino un código, una contraseña. El lenguaje numérico de control está hecho de códigos que marcan el acceso a la información o su rechazo. Una tarjeta electrónica puede levantar una barrera determinada, pero también puede ser rechazada con la misma facilidad. Lo que cuenta no es la barrera sino la computadora que rastrea la posición de cada persona, licita o ilícitamente.
Aquí ya no nos encontramos con el binomio masa / individuo, sino que los individuos, indivisibles, la unidad más pequeña a la que puede reducirse la sociedad y poseedores de cualidades únicas, ahora se han convertidos en “dividuos”: seres con múltiples perfiles, visibles y online todo el tiempo. Y, a su vez, las masas se convierten en muestras, datos o “bancos”.
La experiencia humana privada se convierte, entonces, en materia prima gratuita para traducirla en datos de comportamiento que luego se computan y empaquetan como productos de predicción y se venden en mercados de comportamientos. El funcionamiento de los mercados se transforma así en el instrumento del control social que es a corto plazo y de rápida rotación, pero también continuo y sin límite, a diferencia de la disciplina que es de larga duración, infinita y discontinua. El ciudadano ahora ya no está encerrado, esta endeudado.