Los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y de Estados Unidos, Joe Biden, se reunen virtualmente para tratar los entredichos acumulados entre ambas potencias, formando una maraña que arriesga desatar un conflicto bélico en el este de Ucrania. Pero esta cumbre no puede obviar el espíritu aventurero que guía al régimen que gobierna Ucrania, capaz de encender el polvorín de sus zonas orientales, con tal de obligar a los aliados occidentales a sostenerlo. Si Washington y Moscú no ponen frenos a las trapisondas de Kiev, la alianza automática de la Otan con Ucrania puede hacer volar el mundo.
“La solución del problema de Ucrania sólo puede obtenerse si se consigue una garantía de no agresión de Kiev al Donbas”, anunció Dmitri Peskov, vocero de la Presidencia rusa, pero añadió que “Rusia se verá obligada a actuar, si las tropas de la Otan se despliegan en Ucrania”.
Por su parte, la Casa Blanca dijo que la reunión entre Biden y Putin es una oportunidad para mostrar el apoyo de EEUU a la soberanía de Ucrania. EEUU se opone a las “líneas rojas” de Moscú, y en Washington preparan un paquete de sanciones bastante agresivo en caso de que Rusia invada Ucrania. Una opción es desconectar a Rusia del sistema de pagos SWIFT y negar a sus productores de energía el acceso a los mercados de deuda. En caso de una invasión rusa a Ucrania es también probable que EEUU proporcione ayuda militar a los aliados en Europa Oriental.
Después del golpe de Estado de febrero de 2014, que derrocó a Víktor Yanukóvich, asumió un gobierno pro occidental prohijado por el entonces vicepresidente Joe Biden y la entonces subsecretaria de Estado, Victoria Nuland. Junto con el gobierno interino (que rigió hasta las elecciones que ungieron presidente al magnate Petró Poroshenko), milicias que reivindican a los nazis ucranianos tomaron el poder en el oeste del país. En el este industrial, de población mayoritariamente rusohablante y en la península de Crimea, el golpe de Estado produjo alzamientos contra el régimen de Kiev y el llamado a Rusia, para que viniera en ayuda.
Así, las fuerzas armadas rusas ocuparon Crimea en 2014, lo que rápidamente fue convalidado por la mayoría de la población local en un referendo. Las regiones industriales de Donetsk y Luhansk, por su parte, se levantaron en armas y defendieron su autonomía contra los neonazis, más tarde sustituidos por el ejército ucraniano. Después del acuerdo de Minsk con los representantes de Rusia, de Ucrania, de las potencias occidentales, y con la supervisión de OSCE, cesaron las hostilidades. Sin embargo, Ucrania no cumplió con ninguna de las estipulaciones del acuerdo; por el contrario, sus fuerzas continuaron hostigando a las regiones autónomas.
En 2019, el ascenso a la presidencia de Volodymir Zelenski, joven actor y director de cine aupado por la principal cadena de TV, alineó a Ucrania definitivamente con la Otan y la Unión Europea. Desde febrero de 2021, repetidas e insistentes visitas de los más altos oficiales del ejército británico indujeron a Zelensky y sus ministros a anunciar la “pronta” recuperación de las regiones orientales. En abril Rusia concentró 90.000 efectivos en la frontera común. La señal bastó y el régimen ucraniano se calmó.
Sin embargo, después de la derrota norteamericana en Afganistán, mientras escalaba la crisis de los refugiados en la frontera bielorruso-polaca, el ejército ucraniano aumentó el ritmo de los bombardeos contra el Donetsk. Los ataques a civiles y a instalaciones productivas escalaron. Las reiteradas visitas de oficiales de la Otan (sobre todo británicos), la entrega de armamentos al ejército ucraniano, la masiva intromisión de buques norteamericanos y aliados en el Mar Negro, los frecuentes sobrevuelos de sus aviones, y el avance ucraniano hacia el este, convencieron al alto mando ruso de que el peligro de guerra es real.
Biden no va a aceptar negociar un tratado de seguridad con Rusia sobre Ucrania o la expansión de la Otan. Sin embargo, el Presidente ha insinuado un «conjunto de iniciativas más amplio y significativo» para discutir con Putin. Dicho esto, las posibilidades de un retroceso de EEUU y la Otan en Ucrania son prácticamente nulas. La óptica de una «retirada» será simplemente demasiado negativa para Biden, después de Afganistán. Además, la transformación de Ucrania en un Estado antirruso sigue siendo una tarea inacabada.
Las tensiones en Ucrania permiten a EEUU reafirmar su liderazgo transatlántico. El secretario general de la Otan, Jens Stoltenberg, dijo «solo Ucrania decide cuándo está preparada para entrar en la Otan. Rusia no tiene nada que decir y no tiene derecho a establecer una esfera de influencia, tratando de controlar a sus vecinos». Y Washington puede ofrecer poco a Rusia, dado que está atado por sus compromisos con el régimen de Kiev.
Putin no quiere iniciar otra guerra en Ucrania, pero Moscú tampoco puede aceptar los crecientes lazos militares de EEUU, el Reino Unido y la Otan con ese país, así como su adquisición de nuevo armamento. Aquí es donde reside el riesgo: si no se abordan las legítimas preocupaciones de Rusia en materia de seguridad, por la creciente presencia militar occidental en Ucrania y la constante transformación de ese país en un Estado antirruso con el tácito apoyo de Occidente, Rusia no tendrá más remedio que recurrir a la diplomacia coercitiva, lo que pondría al mundo al borde de una guerra de proyecciones impredecibles.