Les invitamos a que piensen dónde se acumula más el polvo, según cada experiencia. Seguro habrá coincidencias en las respuestas que distintas personas podamos dar. Entonces, podríamos acordar que los objetos y lugares más “polvorientos” son aquellos que tienen poco-nulo uso o escasa-nula circulación. Adornos, repisas, rincones, ni qué decir de esas cajas donde depositamos recuerdos, objetos de distinto tipo, “chucherías” que nos prometemos organizar algún día.
Ese polvo se convierte en una capa que cubre, que denota inactividad y que hasta puede llegar a destruir algunos objetos; sin embargo, están ahí, los mantenemos. ¿Cuántas cosas hay que guardamos y que “olvidamos” que las tenemos? ¿Cuántas cosas que tenemos, las guardamos para no olvidar, para recordar, pero no las utilizamos?
Esta evocación a cuestiones de la vida cotidiana tiene la intención de ilustrar una problemática central del proyecto de investigación en el que trabajamos actualmente en el programa Producción, preservación y circulación de conocimientos en América Latina (arte, ciencia y escrituras): el desafío de “desempolvar”, el empuje a reunir, preservar, dar y mantener con vida las huellas del patrimonio cultural, artístico y científico de Córdoba a 40 años de democracia.
La intención de quitar el polvo funciona como una alegoría que intenta enfrentar la pulsión de muerte que opera en todo archivo, esa de la que habla el filósofo francés Jacques Derrida cuando la menciona como aquello silencioso que paradójicamente resguarda y conserva, pero también destruye y olvida. La pulsión de muerte es una metáfora freudiana que utiliza Derrida y que podríamos pensar o representar con otra metáfora: la del polvo.
Imaginemos que decidimos abrir esa caja olvidada con objetos y chucherías y optamos por sacar algunos de esos recuerdos, los sacudimos y los ponemos “más a la vista”, en esa repisa que tiene un lugarcito. Ahora ya no están escondidos dentro de una caja, pero ¿eso impedirá que se llenen nuevamente de polvo?, ¿les dará actividad?
Supongamos que uno de esos objetos es una plancha antigua de hierro, ¿la desempolvaremos para utilizarla como plancha? Lo más probable es que ahora se convierta en un adorno, ¿no? Se borrará su esencia de plancha para conservarse y aun así estará latente la pulsión de muerte, la posibilidad de seguir acumulando polvo, de estar inactiva.
Esta idea se complejiza un poco más en la práctica archivística; la pulsión de muerte en el archivo se entiende como esa amenaza latente de destrucción, olvido y hasta de caos; una posibilidad de borramiento (aunque deje huellas) que justifica la constitución de todo archivo, algo que (podría pensarse) trabaja también “contra sí mismo”. De allí esa suerte de paradoja, un “mal de archivo” -según Derrida-, que se hace muy reconocible en la actualidad con esa pulsión tecnosocial por registrar todo, aunque eso luego no se refleje en un deseo de conservar cada detalle, de pretender que se preserve. La paradoja es que no puede haber deseo o pulsión de archivo, sin la posibilidad del olvido, de la destrucción, de la silenciosa amenaza de muerte.
Por eso, quitar el polvo es como una promesa de un porvenir y es una de las apuestas que como grupo tenemos en nuestro proyecto, donde lo que intentamos es buscar, desempolvar producciones culturales, artísticas y científicas de Córdoba. Nos interesa rastrear, establecer una política de exhumación, como dice Analía Gerbaudo, para “restaurar el valor de las huellas” de aquello que con intención o con indiferencia parece quedar en el olvido, sobre todo considerando que muchas de ellas nos llevan a testimonios más que a objetos o documentos, a voces que encarnan parte de la memoria que se encierra en los borramientos y silenciamientos que atravesaron las esferas políticas, sociales y culturales en nuestro país en el periodo que nos interesa estudiar, esto es: desde la gestación de la última dictadura hasta las primeras décadas del siglo XXI.
Asumimos este reto “ungidos” por una voz que, aunque ya no está presente físicamente, fue parte de este Programa de investigación y nos acompaña, y acompañará, en cada desafío que afrontemos: nuestra querida Pampa Arán, quién nos recuerda que en todo archivo se construye una tensión entre pasado y futuro, que si bien toma huellas de origen, alberga espacios y tiempos heterogéneos, cuyo orden es abierto, se actualiza con cada lector y en cada época. Es esa la promesa de un porvenir, la apertura a una nueva interpretación.
Tomamos esto como la clave para continuar nuestra apuesta que no sólo se reduce a intentar rastrear y quitar el polvo, sino también a hacer frente al proceso de borramiento, de pulsión de muerte que late sobre los archivos ya existentes, es decir sobre lo que ya está siendo conservado pero cuyo uso no se traduce en algo parecido a la vitalidad. Los archivos pueden desaparecer, corren el riesgo de quedar “sólo en la repisa”, como la plancha antigua, empolvados, inaccesibles, o desconocidos, sin llegar a tener una dinámica social. Nuestro desafío, por ello, es pensar en estrategias, prácticas, políticas, ideas que a partir de asumir esa pulsión de pérdida y olvido abran la posibilidad de otros modos de entender, de interpretar, de un porvenir.