La señora revolvió su café sin levantar su mirada, dijo: “Voy a votar a Milei, desde el 83 he votado cosas que no funcionaron. Mi hija dice que hay que arriesgar”. Todos miramos a la joven, una estudiante universitaria que en los ojos cargaba el mundo incendiado. Se sintió observada, algo incómoda: “¿Algo más malo puede pasar? Que se desarme todo de una vez, después veremos”.
En una Argentina generalmente dominada por el ritualismo a la hora del voto, con cierta tendencia a repetir la elección de un partido o sector político-ideológico como patrón cuasi hereditario, contenido por un sistema político que propicia el bipartidismo (y que ha reproducido el formato “peronismo/no peronismo” en la alternancia gubernamental) el escenario electivo de este año ha sido inédito. Los jóvenes cooptaron la decisión electoral, evangelizando a propios y extraños en una opción que se les manifestó en redes, especialmente durante la pandemia. Opción que, en la simplificación “casta o yo”, se les presenta como una resolución rápida y adrenalínica a tanta frustración y caos:
Nuevas esperanzas; “fast resolution”; fin del Estado; reducción de la burocracia al cumplimiento de las funciones más elementales; revisión de los derechos conferidos en las últimas décadas, denostando la máxima argentina de que “donde hay una necesidad nace un derecho”.
Reseteo a la argentina
Está analizado que en el voto a Milei convergen dos inéditos. Por un lado, su voto no es de clase, es transversal y geográfico: lo votaron más en el interior de provincias; y, por otro lado, es generacional (y algo patriarcal podríamos agregar): lo votan mayoritariamente jóvenes varones y las mujeres menos identificadas con las cuestiones relativas a la perspectiva igualitaria de género.
La gente no piensa como Milei, se siente representada por él. Se ha producido un trasvasamiento del voto de lo racional ideológico (aún sectorial y partidario) hacia lo emocional y simbólico. Alguien que grita y proyecta un poco de esa locura e inestabilidad que todos sentimos ante un país que no crece hace diez años, que ha alcanzado el 40% de pobreza en un contexto colindante a una hiperinflación, donde los derechos básicos no son garantizados.
Según los “focus grups”, la gente no quiere ni la desaparición del Estado ni la reducción de partidas presupuestarias relacionadas a salud, educación, asistencia social y otras áreas que considera esenciales y cuya sumatoria abarcaría el 70% del presupuesto actual. La gente, entonces, quiere (y necesita) la reducción del gasto de la política. Esa es la representación de la motosierra.
El libertario, ¿entenderá esa delimitación de la voluntad popular si le tocase gobernar?
Milei, como fenómeno político, no es un perro verde luego de la reinstauración democrática. Los incumplimientos generados por la promesa aquella de que “con la democracia se come, se cura, se educa” llevó a la sociedad argentina a darse discusiones en profundidad. Primero sobre lo político y lo apolítico, a partir de lo cual llegaron los “outsiders”, que no hicieron sino reproducir sus prácticas más oscuras bajo el disfraz de novedad. Se dio también la discusión entre técnica y política, que permitió la emergencia de los equipos de expertos, o los “mejores equipos de los últimos 50 años”, entendiéndose a la técnica como si fuera una posibilidad ascética, sin fisuras posicionales, puestas en juego en cada valoración o enfoque que sostiene o rechaza.
Así, sin haberlas resuelto, llegamos a la actual discrepancia acerca de la desburocratización del Estado sobre la que ha focalizado Milei en su campaña. No debería sorprender, aún cuando, como operación semántica, oculta razonamientos en profundidad. Max Weber, ya en el siglo pasado, llegó a ponderar a la burocracia como una organización ideal desde el punto de vista de la correspondencia medio/fines. ¿Cómo es posible que hoy sea sinónimo de deficiencia, lentitud, corrupción y lo idealizado sea su desaparición?
Mucho han contribuido los políticos, pero la respuesta requiere profundización. Los Estados latinoamericanos, a los que el Estado argentino no escapa, dejaron trunco su proceso de burocratización, quizá como la propia construcción del Estado. Detentan una burocracia incompleta, débil, cuya completitud se produce a partir de lógicas patrimonialistas y clientelares. Aquí la burocracia se plantea como una mixtura entre lógicas racionales o legales, que apenas dan cumplimiento a lo procedimental y normativo. Conviviendo ellas con decisiones discrecionales y clientelares, como el favoritismo en el ingreso a la Administración Pública, entre otros. O sea, responden a lógicas pre burocráticas.
Así, el problema no sería la burocracia, sino la falta de completitud en el proceso de burocratización del Estado, o en algunas áreas del mismo.
Aquí se abre un espectro de posibilidad para una discusión, y varias propuestas que logren anclar en lo ineficaz e inconcluso, y puedan proponer una lógica de transformación verosímil que logre completar el camino que aún falta.
Milei puede ser llevado al gobierno por quienes no comparten sus ideas. Y, ante el escaso recurso legislativo propio, deberá romper para dar cumplimiento a sus propuestas.
Visto está: en América Latina los países que se rompieron no se arreglaron. Venezuela devino en dictadura; Perú se desmembró; y Ecuador corrió suerte similar. Puras penas propias, y vacas ajenas.
Los que defendemos la política como herramienta de transformación, de democratización, y como una función esencial para lo social, podemos abrir una posibilidad para pensar, votar y aspirar (obturando, fisurando, rasgando) a una democracia institucionalmente sólida con burócratas aptos e idóneos, que optimicen el funcionamiento del Estado en cumplimiento de sus fines, sin romper.