Legisladores de la Nación, en una vergonzosa asonada legislativa contra la cabeza del Poder Judicial de la Nación o Corte Suprema de Justicia, se enfrentaron bochornosamente, frustrando provisoriamente su clarísima “manda” en orden a seleccionar los integrantes precisos, para lograr finalmente, la oportuna conformación operativa del Consejo de la Magistratura.
De modo tal, sufrimos una prolongada generación política a la que no le gusta el consenso porque interpreta, erróneamente, que, consensuar, es ceder, es entregarse, es perder. El consenso es lo que nos abrió la puerta de la democracia y de la República para cuarenta años de derechos y libertades que no habíamos conseguido nunca.
Los señores legisladores de la Nación, extraviando su decoro, su prestancia e ilustración propias de las normas sociales legislativas, se prodigaron recíprocos vilipendios y falacias ad hominem, ignorando o desautorizando a Voltaire: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, todo un desiderátum del respeto mutuo a la hora de evocar el espíritu de concordia.
También confundieron el consenso con la unanimidad. La democracia es una opción. Tiene que haber distintas opciones, sin menoscabo de acalorados, leales, enriquecedores y respetuosos debates, siempre que fueren necesarios para resolver los conflictos propios de la vida en democracia, así como naturales intereses contrarios de oficialismo y oposición.
Como advierte el politólogo español Antonio Colomer Viadel, “debemos tratar de comprender el enorme valor ético y político de vivir juntos los distintos, y destacar lo que tenemos en común”. Ustedes legisladores, no son más que servidores, representantes y empleados del pueblo; no sus dueños, no sus patrones, menos sus verdugos.
A propósito, Pericles –maestro de la democracia, político de raza- tuvo tanta influencia en la sociedad que Tucídides, historiador coetáneo, lo denominó como “el primer ciudadano de Atenas”. Precisamente, Pericles definió a la democracia como un sistema que protege los intereses de todo el pueblo, no sólo de una minoría. Él sólo entendía a los cargos como carga y distinción pública; sus requisitos los resumía en virtudes y bondades; a la postre mucho de lo que, evidencias mediante, carece la membresía legislativa.
Ustedes diputados, cada uno, fue distinguido con semejante investidura para mejorar y transformar la calidad de vida de la gente. Durante cuarenta años en general, ello no aconteció, conforme acreditan los índices oficiales de pobreza, indigencia, inflación, falacias y corrupción.
Urge entonces superar de todos los modos posibles, todos juntos y satisfactoriamente, este enfrentamiento contumaz y feroz entre oficialismo y oposición para destrabar la virtual paralización de nuestro Congreso Nacional, atento sus graves e impostergables responsabilidades constitucionales, (Artículos 44, 54, 63, 75, 76 y concordantes de nuestra vilipendiada Constitución Nacional).
Por último y con la premura del caso, sólo deben legislar constructivamente, a tiempo completo, con alternancia republicana y servicio público ciudadano en único beneficio, adelanto, progreso y bienestar de nuestra comunidad inmediata, esto es, de un pueblo soberano sin más grietas ni fisuras; porque si no ya será hora de que Dios y la Patria lo demanden como de que “sepa el pueblo votar”, glosando la inmortal frase de Roque Sáenz Peña.