María decidió ser madre, hizo los controles durante el embarazo, preparó la ropa del bebé, pensó cómo nombrarlo, acarició su panza, una normalidad que se rompió, como su cuerpo y sus emociones, cuando fue a parir y fue víctima de violencia obstétrica, y se convirtió, muy a su pesar, en la primera argentina en llegar a la ONU reclamando una reparación.
Ella es psicóloga y aceptó hablar con la agencia informativa estatal (Télam) preservando su identidad -por eso el nombre es ficticio-, es generosa en su relato y más generosa cuando comparte que decidió recurrir a instancias internacionales porque, cuando comenzó a investigar si otras embarazadas habían sido violentadas, se conmovió e impactó «por las cantidad de casos».
«Empecé a ver online relatos de otras mujeres. Me indigné, no puede ser esta impunidad. Me da fuerzas que pueda haber una reparación, que lo que me pasó, movilice algo para cambiar la situación», invoca.
Respira al otro lado del teléfono, pide unos minutos, y sigue.
Sigue con la historicidad y los detalles de la violencia que se remonta a febrero de 2018, cuando llegó a un sanatorio privado de la ciudad de Buenos Aires, con su compañero, a parir a su hijo que hoy tiene 2 años y 10 meses. «Nunca me explicaron lo que hicieron antes y durante el parto»
«Iba a controles cada vez que me lo pedían, hacía clases de yoga, con la panza grandota seguía haciendo voluntariado en una organización que acompaña a personas en situación de calle, trabajaba en la consulta privada y en el centro de salud. Es decir, llegué muy bien a la internación que fue programada», relata.
Llegó al sanatorio a las 9.30, tal como le había pedido la obstetra y ginecóloga que la atendió el día anterior, cuando le había adelantado que le harían «una inducción para que nazca el bebé».
«La partera, a quien yo había visto de paso alguna vez, me puso una línea, se me inflamó la mano, me quedó un hematoma. Después vino con un palito, intentando romper la bolsa. Me hizo tacto varias veces y me llevó a la sala de parto, donde no dejaron entrar a mi compañero», continúa.
En la sala «estaba sola con el anestesista y la partera, que le dice que yo no tengo tolerancia al dolor, porque me pedía que me sentara con la cabeza gacha, que hiciera fuerza hacia abajo y yo me sentía mal».
«Entro en estado de microsiesta. Me desperté y había un montón de gente en la sala. Al único que reconocí fue a mi compañero», rememora mientras recuerda un reloj que tenía enfrente y que fue marcando los minutos del maltrato.
«La partera hizo fuerza con sus antebrazos sobre mi panza, como intentando bajar al bebé. Grité. Mi compañero estaba paralizado, y ella le decía: La tengo que ayudar porque no sabe hacer fuerza», recordó.
Lo que hizo la partera, luego lo supo María cuando comenzó a indagar, es la Maniobra de Kristeller, que consiste en ejercer presión sobre el abdomen de la mujer con el supuesto fin de facilitar la salida del feto por el canal de parto.
«En cuanto a la presión fúndica del útero (Maniobra de Kristeller) no hay evidencia que avale que deba ser realizada; es más, puede ser perjudicial tanto para el útero como para el periné y el feto», se lee en la Guía para la Atención del Parto Normal en Maternidades, del Ministerio de Salud. Mientras, el reloj siguió girando inexorablemente «y a la 13.05 entró mi obstetra, frenó la maniobra, me dejó sentar. El nene nació a las 13.19», evoca.
«Nunca me explicaron lo que hicieron antes y durante el parto», destaca María, un derecho de toda mujer. Cinco días después se confirma que el bebé tenía fractura en la clavícula.
Ella sigue con dolores intensos que se mantienen un año, durante el cual se constata que «el dolor era a causa de una fractura en la rama pélvica y por ese diagnóstico tardío se generó una trocanteritis», la inflamación de la parte lateral de la cadera, en su caso del lado derecho.
En el mientras tanto, la obstetra que la siguió controlando la medicaba «con analgésicos, dejaba constancia en cada consulta de mis dolores y hasta me dijo: Qué raro, tuviste un parto tan lindo».
«Mi vida se fue acotando por las secuelas. No salía, me costaba dar de mamar, agacharme, sostener a mi bebé. No pude trabajar. Me separé», enumera como una elegía.
Y la médica encontró allí un justificativo para el reclamo de dolor corporal: «Te pasa porque te separaste, me dijo».
Presentación del pedido de reparación
Hay más detalles sobre el deterioro físico de esta mujer de 39 años que llegó sana a parir que son innecesarios acá, pero que fueron detallados con las pruebas correspondientes en la presentación que hizo la ONG Las Casildas, en conjunto con el equipo de litigio en derechos humanos de Justicia y Reparación.
El martes de esta semana realizaron el primer pedido de reparación por violencia obstétrica de una argentina ante el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (Cedaw) de Naciones Unidas.
La petición -técnicamente denominada comunicación- se solicitó a causa de la imposibilidad de acceder a la justicia en el país.
«Todo trámite es online. Hice la denuncia ante la Consavig (Comisión Nacional Coordinadora de Acciones para la Elaboración de Sanciones de Violencia de Género). Allí me derivaron al Inadi, pero no pasó nada. También a la Defensoría del Pueblo de la Nación y me derivaron al Ministerio Publico Fiscal. El sanatorio presentó un equipo de abogados que negaron todo. Yo no tenía abogado, a pesar de buscar, ni plata para pagar uno», es el resumen de su intento de encontrar justicia.
Es que la ley 26.485 de Protección Integral a las Mujeres incorpora a la violencia obstétrica, pero no contempla sanciones.
A nivel internacional sí se logró dictamen, ya que por primera vez, ONU emitió este año una condena por violencia obstétrica contra España.
En su búsqueda por Internet, María se encontró con Las Casildas, una agrupación feminista fundada en 2011 por Julieta Saulo, que difunde y visibiliza la violencia obstétrica.
«Julieta fue pilar fundamental. Su amorosidad. Me contó que Justicia y Reparación brinda la posibilidad de hacer la presentación ante Cedaw y bueno…acá estamos», comparte María.
Ella sigue con el tratamiento de rehabilitación, su dolencia no es operable.
«Estoy mejor, camino bien. Hoy dormí a upa a mi hijo ¿sabés lo que es eso para mi?», es la frase que cierra la entrevista de esta mujer que representa a cientos de argentinas que se reconocen en su historia, esa que ella ya está cambiando.