Los candidatos y las candidatas a la Presidencia de la Nación se vieron nuevamente las caras, anoche, en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Así, la prestigiosa UBA fue sede del segundo y último debate antes de las elecciones del 22 de octubre.
Esta vez los temas fueron “seguridad”, “producción y trabajo” y, a iniciativa del público, “desarrollo humano, vivienda y protección del ambiente”. Recordemos que en el primer debate, los temas había sido “economía”, “educación” y, también a instancia del público, “Derechos Humanos y convivencia democrática”.
Obviamente, la agenda de problemas irresueltos y necesidades insatisfechas es mucho más amplia que estos tres o seis temas. No obstante, a los fines de ver en vivo y en directo a todos quienes se postulan a la primera magistratura del país, fueron más que suficientes.
Sostenemos lo dicho en esta columna con motivo del primer debate: estas instancias no definen un resultado electoral. La inmensa mayoría de las personas que lo ven o escuchan es parte interesada. Todo lo que se dice o se muestra refuerza los prejuicios, y casi nada puede provocar un cambio.
Eso no significa que los debates no sirvan. Significa que no cambian el voto de quienes ya lo tienen definido ni ayuda a concretar el voto de los llamados “indecisos”. Sin embargo, marcan puntos de inflexión en las campañas, un antes y un después en la actividad proselitista de cada candidato o candidata.
Los debates sirven, también, para registrar las promesas que quienes se postulan hacen a lo largo de sus campañas electorales y los compromisos que asumen frente al electorado en el caso de ganar los comicios. Con el tiempo, eso permite saber quiénes mintieron y quiénes dijeron la verdad.
Cuando los debates son mano a mano, como sucede en los ballottages, la cosa es más clara. Entre otros motivos, porque los votantes de quienes no pasaron a esa instancia deben elegir entre dos opciones excluyentes. En general, eligen la menos mala o, en el mejor de los casos, eligen por descarte.
Hasta ahora hemos tenido solamente uno, en 2015, la única vez que apelamos a ese mecanismo para elegir presidente. El tiempo demostró que, en aquel debate entre Mauricio Macri y Daniel Scioli, el candidato opositor mintió y el candidato oficialista predijo lo que sucedería más adelante, lamentablemente.
Milei versus Massa
En el debate de ayer, a semejanza del primero, hubo dos candidatos que concentraron la atención, tanto de los propios como de los ajenos. Por una parte, Javier Milei, el candidato de La Libertad Avanza, y, por el otro, Sergio Massa, el candidato de Unión por la Patria. Era previsible y así se dio.
Javier Milei es el candidato con más posibilidades de ganar la primera vuelta, según las encuestas que circulan y son creíbles. Esta vez, no sería ninguna sorpresa, como sí lo fue su performance en las Paso del 13 de agosto. Es lógico que sus posturas en el debate llamaran la atención.
Sergio Massa es el candidato del oficialismo o, para ser más directos, de lo que queda del oficialismo. Según las mismas encuestas, supera en intención de voto al resto de sus competidores. Sin dudas, un fenómeno político, considerando que es el ministro de Economía del actual (des)gobierno.
Ambos se comportaron fieles al perfil que vienen desempeñando en sus respectivas campañas. Saben que ninguno puede ganar en primera vuelta. Massa plantea un gobierno de unidad nacional; Milei, un punto y aparte. Dos narrativas claras. ¿Malo conocido o bueno por conocer?
El candidato de Hacemos por Nuestro País, Juan Schiaretti, dio otro paso en la nueva estrategia del “cordobesismo”: posicionar al peronismo cordobés para el post kirchnerismo. Tal vez no le gane a Milei en Córdoba, pero postergará a la fuerza política de Luis Juez y Rodrigo de Loredo a un incomodísimo tercer lugar.
Myriam Bregman, la candidata del Frente de Izquierda y de los Trabajadores – Unidad, dio muestras, por enésima vez, de la incapacidad de la izquierda argentina de superar sus estrechos límites ideológicos. Más allá de sus cualidades personales, le siguen diciendo al mismo público las mismas cosas.
Un párrafo final para Patricia Bullrich, la gran perdedora del primer debate. Según ella, porque “estaba engripada” (sic). Esta vez, pudo lucirse en seguridad, pero se perdió en las chicanas y estuvo al límite de la chabacanería; su escasa capacidad de expresión la condenó a repetir los eslóganes de sus spots.
En su indisimulable intento de acortar las diferencias que la separan de sus principales contrincantes, la candidata de Juntos por el Cambio atacó más de lo que propuso, confundiendo firmeza con exasperación. Gracias a su fallida performance, todo huele a un ballottage entre Milei y Massa. Ellos ya lo entendieron.