Partiendo de una matriz conocida (Fortalezas, Oportunidades, Debilidades y Amenazas), algunos teóricos explican la acción de gobernar como una resta: en el minuendo se integrarán las dos primeras. En el sustraendo, la otra dupla. La diferencia, es la realización del gobernante”. Pero en un Estado, que cuenta con tres Poderes conformados por muchas personas, ¿gobernante” identifica solo a uno?, ¿o denota un entramado complejo? ¿O refiere el equilibrio entre una realidad institucional que debe poseer contenido (agenda, actores) y un liderazgo? La teoría se completa: si hay objetivos y principios, la conducción aportará al minuendo el valor suficiente para un diferencial positivo. Si la actuación del gobierno no supera los problemas, el sustraendo será mayor y la resta se explicará en números negativos.
Estudios recientes presentan la actividad del gobernante” como de arbitrio permanente entre tensiones internas o externas: intereses que buscan prevalecer, voluntades que desean imponerse en uno o varios puntos de una agenda. Así, quien ejerce el liderazgo prácticamente no tiene tiempo para reflexionar. A menor calidad institucional, la complicación es mayor.
En ese desafío, una opción para el líder será defenderse con la estructura: la que el sistema ha construido en su práctica histórica, recostándose especialmente en la que constituye su núcleo. La otra es aislarse, tomar distancia para encontrar las decisiones correctas.
Frente a un 2020 que excedió la imaginación de la mente más febril, el presidente Fernández y el gobernador Schiaretti parecen ejercitar posturas diferentes: el primero no ha dudado en echar mano al sistema ampliado. Sin caer en la tentación de estimular el albertismo”, por ahora, se sabe partícipe menor de un triunfo cuyo capital duro aún se sostiene por el protagonismo de Cristina Kirchner. ¿Por qué optar por un puñado de amigos y dar la espalda a la dueña de gran parte de los votos con los que llegó a una impensada Presidencia?”, me dice un analista lúcido con llegada a la Rosada. Es cierto, y Alberto parece ir aún más allá. Su trasegar por el sistema histórico le dio vínculos con un sector del alfonsinismo, con restos del antiguo Frepaso, con dirigentes del peronismo no kirchnerista y, lo más importante, con Sergio Massa, hoy un pivote muy importante en la estructura del poder oficialista.
Alberto trabaja, además, con paciencia, acuerdos con gobernadores e intendentes, partiendo del Conurbano que hoy lo hospeda. En ese barrenar permanente ha logrado vínculos razonables con opositores con responsabilidades de gobierno. De edad intermedia entre la generación senior (Cristina, Solá, Zanini, Parrilli, Alicia Kirchner, Ishii, Gioja, Moyano o Daer, por nombrar algunos) y la que va tomando responsabilidades (Massa, Máximo Kirchner, Kicillof, Manzur, Ferraresi, Insaurralde…) es probable que el Presidente se vea a cargo de una transición, de la que quizá fue parte también el propio Macri. Sin replegarse, ensaya a acierto y error. Un amplio espectro provee secretarios, ministros, legisladores, embajadores. La chequera, relación directa con todos, incluyendo a personajes emergentes en provincias (en Córdoba, Martín Gill o Martín Llaryora).
La confirmación de gravosos escenarios socioeconómicos otorga un rumbo obligatorio. ¿Cómo se entiende entonces la advertencia de Duhalde, sobre una posible reacción popular por la crisis y la necesidad de gobernar con la oposición? Un veterano político cordobés desliza: El petiso (Duhalde) es muy racional. No habló porque sí”. No se extrañe el lector de que el ex presidente sea otro más de los que componen este heterogéneo frente oficialista.
Mientras tanto, en Córdoba todos hablan de un repliegue, aún frente a la conmoción provocada por dos gravísimas situaciones sobre las que habló el país entero. En un Panal desierto, solo acompañado por su esposa (plenamente involucrada en la táctica cotidiana) y asistido por algún secretario disfrazado de terapista, el Gobernador asume su rol con la inveterada responsabilidad que se le reconoce y que lo ha hecho merecedor de la confianza pública.
Pero ni siquiera sus colaboradores más leales pueden penetrar el blindado marco que se ha impuesto. Ministros y legisladores se preocupan, off the record, por este aislamiento. Problemas importantes esperan definiciones. ¿Todo puede conducirse de manera remota? A diferencia del Presidente, que busca salir del atolladero surfeando en la interrelación constante, Schiaretti apuesta por un máximo concentrar en las decisiones, para salir de uno de los pasajes más complejos. Pero las memorias de Blas Correa y Solange Musso se erigen frente al aparato oficialista con elocuencia y urgencia; recordando al joven que en las jornadas pekinesas de junio de 1989 se plantó inerme frente los tanques del ejército chino. ¿Hacia dónde se moverá el pesado vehículo? ¿Volverá a disparar? ¿Bloqueará el camino? ¿Detendrá su marcha? Si la respuesta es incorrecta, el sustraendo se hará irremontable; la diferencia será, inequívocamente, negativa.
Dos visiones para transitar contingencias dramáticas. Dos estilos que deberán mostrar bondades suficientes para ratificar la confianza en sus ejecutores. Quizá Schiaretti no esté tan solo y Fernández no tenga tanta compañía. Son dos animales políticos destinados a encontrarse permanentemente; lo que sobran son problemas y nadie puede prescindir de nadie.