¿Cuánto vale el trabajo? Desde hace unos 2.500 años este ha sido el principal motor de los debates, acciones y reacciones de todas las culturas y sociedades. Con diversas formas, justificaciones y fundamentos poco ha cambiado hasta nuestros días.
Los humanistas griegos asumieron que era mejor esclavizar a los soldados vencidos, en lugar de ejecutarlos. Aristóteles, el creador de la filosofía de la ciencia y el método científico que nos rige hasta nuestros días, afirmaba que la esclavitud era una condición natural mientras condenaba la crematística” de comerciantes y prestamistas.
Desde antes, los tributos que cobraban los vencedores a los pueblos vencidos, era el modo en que los sucesivos centros de poder –de África, Asia, Europa o América- sometieron a los pueblos dominados (como el pueblo judío en el que nació Jesucristo), generalmente justificados en deudas por los costos de guerra y el mantenimiento del orden. En Roma poco cambió, salvo la rebelión de los esclavos (o Tercera Guerra Servil de Espartaco”), que, del 73 a 71 aC, se rebelaron y pusieron en jaque a las imbatibles por entonces legiones romanas. Tras su caída, en la edad media, la dominación de los plebeyos por los señores feudales siguió llevándose a cabo con la esclavitud y el pago de tributos.
En la edad moderna, producida por la revolución agraria que aumentó la productividad y disminuyó las hambrunas, generó grandes migraciones a las ciudades, mientras que la creación de los sistemas financieros que agilizaban el comercio y financiaban guerras se convertían en deudas para los pueblos vencidos sometidos a tributos impagables, mientras que se mantenía la esclavitud.
Hoy, la reducción a la servidumbre o esclavitud de migrantes, generalmente ilegales”, en la agricultura, tanto en California (Estados Unidos), Almería (España), Costa de Marfil (África), o Brasil, aquí nomás en América del Sur; como en las manufacturas (en Malasia, Indonesia, India); sexual; trabajo doméstico o infantil; es consentida, protegida o promovida por muchos países que amenazan con expulsarlos si se rebelan. Y por cadenas de valor globales, que afirman no poder controlar la producción en origen”, mientras reducen sus costos y maximizan sus ganancias.
En el siglo XVIII, antes y durante la guerra de secesión de EE.UU., un esclavo podía costar hasta US$ 30.000 de hoy, mientras que un africano, en Almería, cuesta US$ 200; y un niño en Costa de Marfil cultiva cacao por comida, o, en el mejor de los casos; por US$ 30 mensuales.
Mientras tanto, nosotros, los consumidores de chocolate, frutas, verduras, café o manufacturas asiáticas, las consumimos sin preguntarnos por su origen inhumano, que afecta entre 21 y 100 millones de personas en el mundo, según fuentes inobjetables.
Por toda esta historia, incluida la más reciente, podemos concluir que las guerras, la deudas resultantes, la dominación de pueblos mediante los tributos, y las personas mediante la esclavitud o la flexibilización laboral, ha sido y es el único problema que ha trascendido toda la historia y todas las culturas.
No parece extraño que las mayores empresas de Argentina y sus representantes políticos, promuevan la eliminación de las indemnizaciones por antigüedad, que producirán un efecto terrible en el corto plazo a todos los que no sean empleadores, y absolutamente a todos en el mediano y largo plazo si pretendemos desarrollarnos en el país.
La afirmación precedente requiere que solo nos hagamos unas pocas preguntas de sentido común, cuyas respuestas conocemos.
¿Alguien conoce a muchos o solo algunos empleadores que no despedirían a trabajadores de 50 años con adicionales por antigüedad de 40% o 50% para tomar jóvenes sin ese salario, si ello no le genera un costo indemnizatorio?
¿Dónde conseguirían trabajo esos trabajadores despedidos?
Si el trabajo será con menos paga y aportes ¿quién aportaría para pagar las jubilaciones actuales y las que se produzcan en el futuro? ¿Quiénes consumirán lo que se produzca?
El reciente premio Nobel de Economía 2021, David Card, desacredita empíricamente el argumento que dice que el aumento de salarios mínimos reduce la generación de trabajo, con la que se fundamentan los cuatro proyectos de ley (Lousteau y Stefani de JXC, y los empresarios Karagozian, e IPA, la asociación de Industriales Pyme de Argentina) en donde las indemnizaciones y los pagos por antigüedad son salarios o costos excesivos.
Es claro que, en pandemia o tras ella, con un proceso de robotización vertiginoso, con ricos más ricos y pobres más pobres, con o sin trabajo, digitalizados o no, los proyectos serían una carnicería de trabajadores adultos, jubilados o con poca calificación, más allá de los ya establecidos en la construcción (donde las obras comienzan y terminan), turismo, hotelería o trabajo rural temporal o estacional, que ya están contemplados como casos especiales en nuestra legislación.
La próxima elección pone nuevamente en juego este problema eterno, así como la forma que gestionaremos las deudas del Estado, que nos expone excesivamente como pueblo al pago de tributos a los países vencedores, tal como ocurrió en los últimos milenios.