Se publicó recientemente “Capitalismo y pulsión de muerte”, la última obra de Byung–Chul Han (Seúl, Corea del Sur, 1959), uno de los filósofos y pensadores más lúcidos de este tiempo. En rigor, se trata de una compilación que reúne 14 artículos y dos conversaciones, lo que determina que el acercamiento al tema central se torne más fragmentario. Y como los distintos escritos incluidos en esta publicación abordan ideas que ya fueron esbozadas y desarrolladas por el ensayista surcoreano en obras anteriores, como por ejemplo, en “La sociedad del cansancio” (2010, Berlín) y en “La sociedad de la transparencia” (2012, Berlín), no encontramos demasiada originalidad en sus páginas.
A pesar de ello, “Capitalismo y pulsión de muerte” logra ofrecerle al lector la pintura de una época signada por la auto explotación, la exposición de los datos personales, el fenómeno de las “selfies” (“un vacío angustioso”), la muerte de los rituales, la falta de ideales, la aceleración del tiempo histórico, la falta de solidaridad y la problemática de los refugiados, entre otros tópicos.
En el texto que inaugura el libro, titulado precisamente “Capitalismo y pulsión de muerte”, Byung dialoga imaginariamente con pensadores de la talla de Walter Benjamin, Jean Baudrillard, Gerges Bataille, Theodor Adorno, Arthur Schnitzler, Bernard Maris y, como era previsible, dada la temática bajo análisis, mantiene un diálogo imperdible con Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis.
Acaso las ideas más innovadoras se encuentran en el comienzo de la obra. “El Capitalismo está obsesionado con la muerte. Lo mueve el miedo inconsciente a la muerte. Sus imperativos de acumulación y crecimiento surgen en vista de la amenaza de muerte”, aclara el autor, quien nos advierte sobre las consecuencias de esta expansión capitalista, que se sienten en dos planos diferentes: las catástrofes naturales o ecológicas y las catástrofes mentales.
Tan obsesionado está el capitalismo con la muerte, que “una rigidez cadavérica recubre la vida”. Hoy somos “zombies” del rendimiento, el fitness o el bótox. La separación de vida y muerte que construye la economía capitalista “genera la vida sin muerte”, es decir, la muerte en vida. El capitalismo crea una paradójica pulsión de muerte, que indefectiblemente le quita vida a la propia vida. “Su afán de una vida sin muerte acaba siendo mortal”, y de este modo, “la vida se anquilosa en mera supervivencia”, sentencia el filósofo surcoreano.
El panóptico digital es otra de las cuestiones que se abordan en el libro. Según Byung, este dispositivo torna posible “un control psicopolítico de la sociedad”, ya que a través de él hasta se podría penetrar en nuestros pensamientos. Así, exponemos todos los datos personales voluntariamente y nos comunicamos afiebradamente, sin soportar vacíos, y lo hacemos por una “necesidad interior”, sin recibir ninguna “coacción externa”.
Entonces, está claro que “el estado policial de Orwell, con telepantallas y salas de tortura, es algo totalmente distinto al panóptico digital actual, con internet, smartphones y Google, donde impera la apariencia de una libertad y comunicación ilimitadas”. Aquí ya no se tortura, sino que directamente se tuitea. Por ello, “la vigilancia que se identifica con la libertad es muchísimo más eficaz que aquella que actúa contra la libertad”, afirma el pensador oriental con su habitual crudeza.
“¿Por qué hoy no es posible ninguna revolución?”, es la pregunta que se hace Byung en un escrito que lleva ese interrogante como título (en donde aparece un interesante contrapunto con el autor italiano Antonio Negri). Y de inmediato el autor nos brinda una respuesta que, al menos, parece honesta. En esta imposibilidad se entrecruzan diversas variables. Ante todo, el hecho de que el poder ya no es “represivo”, como ocurría en la sociedad disciplinaria e industrial, sino que ahora se presenta como “seductor” y “tentador”. Los trabajadores se consideran empresarios de sí mismos, y, por lo tanto, están “auto explotados”. Ya nadie los explota, porque el sistema les enseñó a explotarse a sí mismos. Ya no hay un enemigo tan visible. En la sociedad disciplinaria el sujeto creía estar ante un Estado opresor que le sacaba información contra su voluntad. En cambio, en la “infocracia” nos “desnudamos voluntariamente”. Esto es considerado como lo normal, incluso está mal visto no hacerlo.
En palabras del propio autor: “Desnudarse voluntariamente obedece a la misma lógica de la eficacia de la auto explotación libre. ¿Contra quién protestar?, ¿Contra sí mismo? (…) Esta nueva técnica de dominación neutraliza la resistencia de una manera muy efectiva. La opresión de la libertad provoca resistencia; la explotación de la libertad, por el contrario, no”. Las personas están agotadas, depresivas, aisladas. Luego, ¿Cómo podrían conformar una masa revolucionaria?
En este contexto, hasta el comunismo queda atrapado en la lógica capitalista. En todas partes se insta cada vez más a compartir y participar, pero “la economía del compartir en último término lleva a la comercialización total de la vida”, sostiene el profesor coreano, radicado en Alemania desde los 22 años. Es más, en su opinión, “en plena economía colaborativa (o cooperativista) impera la dura lógica del capitalismo”.
En el último tramo del libro Byung recupera un tópico que figura sin dudas entre sus principales obsesiones: el tiempo. Allí reafirma algunas ideas ya delineadas en “La desaparición de los rituales” (2019, Berlín), una obra de lectura imprescindible que, afortunadamente, fue publicada también en lengua castellana. Su hipótesis central es que el “tiempo laboral” se ha convertido en “tiempo total”. Así las cosas, el descanso no instaura un “tiempo distinto”. Se descansa sólo para volver a rendir.
En su apocalíptico recorrido, elabora sin embargo dos propuestas concretas, se trata de dos revoluciones que habría que librar para poder vivir mejor. La primera es una “revolución de la conciencia” que devuelva “la muerte a la vida”. Se debe tomar conciencia que “la vida solamente es viviente en un intercambio con la muerte y que el rechazo de la muerte destruye todo presente vivo”. Y la segunda propuesta es la de “una revolución temporal”, que no implica necesariamente una desaceleración, sino el comienzo de un tiempo distinto, ajeno al del yo: “el tiempo del prójimo”. Y a diferencia del tiempo del yo, que nos individualiza y aísla, el tiempo del prójimo genera “un tiempo común”, una suerte de vivencia en comunidad. En definitiva, el sujeto sólo se siente vivo en comunión con los demás.
El libro replica el tono escéptico de los últimos ensayos de Byung–Chul Han, así como el formato breve y de fácil lectura. En sus 154 páginas descubriremos muchas frases punzantes, definiciones claras y reflexiones profundas que aluden a la relación entre el sistema capitalista y el mundo interior de quienes lo (sobre)viven y padecen. En fin, los artículos aquí compilados tienen la virtud de hacernos pensar, después de leerlos nos dejan pensándonos y repensándonos, en un ejercicio que resulta de vital importancia para intentar comprender en toda su complejidad la realidad actual, nuestra realidad.