Nuestro billete de 100 pesos solía tener la cara de Roca, luego la de Evita y ahora la de una taruca con ojos lánguidos y ausentes. La metamorfosis del billete implica en su primera instancia una lucha por la historia. ¿Quién hizo más por la Patria, Roca o Evita?
En una segunda instancia la lucha es más radical: no hay una disputa por la historia sino por la anulación de la historia: los animales no tienen pasado y no dejan herencia. Son atemporales, están a merced de los humanos. Tarucas, guanacos, yaguaretés, horneros y ballenas francas australes no hicieron nada por la Patria. Es un contrapunto fascinante que se plasmen en billetes, la herramienta por excelencia para coordinarnos socialmente y trazar algo así como un destino colectivo.
La anulación de la historia en los billetes alivia la disputa por la verdad y hasta suprime la responsabilidad humana cuando el presente se convierte en pasado. Pero también nos propone percibir el uso del dinero casi como un juego de mesa, algo del orden lúdico sin incidencia en el futuro ni consecuencias morales.
La vigésimo primera edición del Bafici contó con una particularidad: el búho que representa al festival se materializó en un hombre disfrazado. Inventaron una mascota siguiendo los modelos de un Mundial de Fútbol, unas olimpíadas o un equipo de béisbol. El búho pasó de ícono totémico a ‘cartoon’ tridimensional de goma espuma, cuerina y papel maché.
La función de estas mascotas aparentemente es animar, neutralizar rivalidades, alegrar al público, distraer a los niños. Entretener. El búho antropomórfico, entonces, entretenía en spots que se proyectaban antes de cada película: iba de pesca al Río de la Plata, bailaba tango en La Boca, soplaba las velitas de su cumpleaños 21, jugaba a editarse en el Adobe Premiere. Los spots eran breves y descuidaban por completo la puesta en escena. Nada cinematográfico se vislumbraba allí: el búho hacía su gracia y punto. La sala se retorcía incómoda en sus butacas y cada tanto una risa espasmódica hablaba por todos.
Si uno piensa en la identidad del Bafici a lo largo de sus dos décadas, poco puede justificar la presencia de una mascota. ¿Una mascota en un festival de cine independiente? Inclusive la excelente programación de este año se contrarrestaba con las aventuras del búho. Antes de una película de Paulo Rocha, la mascota parecía interpelarte con impertinencia: “arriba que se viene una joyita de Rocha”. Luego del traspié, te rescataba el buen gusto de los programadores.
La campaña de marketing del Bafici 21 se desentendió por completo del espíritu del festival. Las redes sociales de @FestivalesGCBA ejecutaban una previa absurda posteando fotomontajes de la mascota en diversas escenas del cine ‘mainstream’: el búho antropomórfico esquivando balas en Matrix, agarrándose la cabeza en Volver al Futuro, oficiando de referí entre Rocky y Drago. También llegó a reemplazar a Aquaman en el afiche de La Liga de la Justicia. Este falso imaginario del BAFICI culminó la noche del sábado 6 de abril en las calles de Belgrano.
Se montó una feria de temática hollywoodense con las siguientes actividades: sacarse una foto detrás de un croma y elegir un fondo de Titanic o de Forrest Gump; maquillarse como zombie; hacer fotos animadas que luego te imprimían en un librito; sacarse una selfie con personajes de Star Wars o DC; dejarte peinar delante de un espejo enmarcado con bombitas amarillas. El Bafici, en definitiva, creó un universo paralelo destinado al entretenimiento en donde esta mascota encajaba y encontraba su razón de ser. A diferencia de los espectadores interpretando una película, quienes paseaban por la periferia sí podían identificarse con ese flâneur plumífero, incapaz de hacer daño, siquiera de interpretar bien o mal, apenas una caricatura destinada a vagar atolondrada. Este subBafici era el que la Agencia de Cultura de Buenos Aires aprobaba y decidía visibilizar.
El peso simbólico del búho antropomórfico era atroz: “mascotizaba” el evento cinéfilo por excelencia, lo desproveía de sus cualidades históricas, de todo el carácter forjado en dos décadas, para arrojarlo a la ciudad en forma de chiste y pasatiempo. Al igual que con los billetes, la cultura dejaba de tener rostro humano y disolvía sus responsabilidades. ¿Acaso la mascota reemplazaría a los directores artísticos de turno, se convertiría en la cara visible del festival? ¿Sería posible que convivan dos Baficis, uno para cinéfilos y otro para peatones adictos al ‘mainstream’?
@FestivalesGCBA tuiteó lo siguiente: “Te dicen que el Bafici 21 es sólo para entendidos y vos tipo…” El texto se completa con la foto de un búho revoleando los ojos. En lo personal tampoco creo que el Bafici sea para entendidos, cualquiera puede disfrutar del cine independiente y es urgente estimular esta clase de consumo. La mala fe consiste en disfrazar un acontecimiento de algo que no es. Y el mayor peligro es que a fuerza de disfraces, el Bafici termine creyendo que es ese búho inofensivo y chistoso y no una alternativa cultural.