Un curtido dirigente radical, que con dietas y tintura procura esquivar al estereotipo del cincuentón, deslizaba –pícaro- que, de aplicar en Córdoba los reglamentos de emergencia nacionales respecto al coronavirus, se ralearían (por descabezarse) medios de comunicación, gobierno, legislatura, universidades, arzobispado, Bolsa de Comercio… al aplicarse el protocolo sanitario particular para mayores de 65 años.
Lo escucho y recuerdo que el radicalismo se jactaba en 2011 de haber realizado la renovación generacional, cuando arrancaba un gobierno municipal que sólo repetía del pasado (nada más y nada menos que la marca Ramón Mestre”). Junto al vástago del notable sanjuanino, un racimo de cuarentones de buen aspecto asumía el desafío de hacer de la ciudad capital algo parecido a lo que grandes administradores radicales, lograron alguna vez. Era un voto de confianza del cordobesismo”, que para entonces ya había ubicado a Ramoncito” en el Concejo Deliberante (2003-2009) y en el Senado de la Nación (2009). La buena relación con el entonces gobernador De la Sota garantizó al novel intendente protección frente a sobresaltos financieros, administrativos y políticos. Una inyección de optimismo en la dirigencia propia lo disparó algunos pasos adelante, retrayendo a los que siempre en la UCR están pendientes de oponerse, entre ellos figuras de la generación anterior, como Aguad o Negri; mientras Angeloz o Martí ubicaron discretamente funcionarios en las segundas líneas del amplio organigrama municipal.
Núcleos distantes, como los liderados por Mario Rey o Dante Rossi, se incorporaron a la gestión, como algún extrapartidario (la socialista Laura Sesma) y el radicalismo universitario. En tanto, los intendentes radicales del interior tomaron posiciones, muchos en favor de Mestre Jr. Algunos llegaron a plantear en la Casa Espejada, para sorpresa de sus inquilinos: De la Sota Presidente, Mestre Gobernador”.
Así se vivían aquellos tiempos de estudiantina política. Imaginar una sociedad entre los radicales, Luis Juez y el aún pequeño PRO estaba fuera de los planes. Pero los hombres del radicalismo cordobés que seguían ocupando bancas en el Congreso acercan esa posibilidad, capitalizando su vasta experiencia para el mejor cometido que puede encargarse a un radical: la rosca. El rol de Negri y Aguad, respaldando a Sanz en aquella incierta convención radical de Gualegaychú que resuelve la adhesión a Cambiemos, brinda frutos en Córdoba, incorporando además a Juez y su estructura. Pero aquel cruce de caminos, paradójicamente, encendió el principio del fin.
Nuestro amigo radical afirma que la renovación se mancó tanto por el renacer de los veteranos, como por el desgaste en la gestión municipal. El núcleo duro de la gestión se fue conformando por amigos incondicionales, o relaciones de familia. Relegadas, las figuras no mestristas fueron abandonando el barco. Hubo además resentimiento de muchos dirigentes propios, por distintas razones. Ejemplos: Javier Bee Sellares, un viejo compañero de ruta (desde la Universidad) del ex intendente, que fue desairado en el cierre de las listas, cuando al concurrir a firmar la aceptación de su candidatura se enteró de que no sería el compañero de fórmula de Rodrigo de Loredo; Brenda Austin masculló entre íntimos su decepción por no ser ella la candidata a viceintendenta -habría sido tentada por de Loredo-, aunque antes había sido defenestrada por el mestrismo paladar negro”, dada la autonomía desplegada por la dirigente en Diputados…
El último elenco de funcionarios de Mestre perdió perfil y sobraban los ofuscados. Alguien reflexiona, afligido: La cantidad de votos que sacamos en la Capital en la última elección a gobernador apenas nos alcanzan para imaginar un Chateau casi lleno”. Colofón de una gestión pobre en resultados.
Un trasfondo sentimental, impropio de estadistas como Angeloz o Mestre (padre), cruzó la gestión y las decisiones políticas. La sobrecarga emocional fue tal, que habría motivado a Ramón a quebrarse varias veces en reuniones con dirigentes, sin perjuicio de sumirlo en profundos precipicios. No son pocos -lo dijo el experimentado Miguel Nicolás en los medios- los que piensan que esta camada malogró su chance. Paralelamente, radicales macristas como Orlando Arduh exigen, heridos, ubicar a los suyos en un espacio híbrido, con un objetivo: ser mayoría en la UCR, y después definir un socio al cual ofrecer su estructura. No descartarían a nadie. Ni siquiera a Schiaretti.
Mario Negri, a quien algunos dirigentes acusan de haber rechazado un allanamiento in extremis de Mestre a declinar su candidatura en 2019, espera tranquilo. Siempre se jactó de andar con mochila liviana”, y no son tantos los conmilitones que, tras la caída de Cambiemos, se habrían quedado sin trabajo. El problema mayúsculo lo tiene el mestrismo, que apenas agrupa en ámbitos distantes -intendencias fieles, Concejo Deliberante, Legislatura y Congreso- a militantes seleccionados que hoy deben contentarse con algunas migas: quienes administran esas miserias sólo se topan con reclamos cruzados. Los universitarios habrían sido reabsorbidos por ese útero gigantesco llamado UNC. Y no hay lugar para mucho más.
Pasó la convención de Villa Giardino y el radicalismo no sale del archipiélago. Tampoco su último líder. Los sectores internos, muchos más que los enumerados, hablan de una próxima elección interna en la que admiten arriesgar más de lo que están dispuestos a perder. Demasiado poco, para tanta historia.