Está claro que la vida, la salud y los medios de vida están en el centro de todo, no el beneficio y el desarrollo (in)sostenible. Se exigirá más Estado con más seguridad sanitaria para todos, un Estado que satisfaga las demandas colectivas y promueva un desarrollo que obedezca a los límites y al alcance de la naturaleza. Como el problema del coronavirus es global se hace necesario un contrato social global, con un cuerpo plural de dirección y coordinación. O salvamos a la naturaleza y a la Tierra o engrosaremos la procesión de los que se dirigen al abismo.
¿Cómo buscar una transición ecológica, exigida por la acción mortífera del Covid-19? ¿Por dónde empezar? No podemos subestimar el poder del genio” del capitalismo neoliberal: él es capaz de incorporar los datos nuevos, transformarlos en su beneficio y usar para ello todos los medios modernos de robotización, la inteligencia artificial con sus miles de millones de algoritmos y eventualmente las guerras híbridas. Puede convivir sin piedad, indiferente, con los millones de hambrientos y arrojados a la miseria. Por otra parte, los que buscan una transición paradigmática deben proponer otra forma de habitar la Casa Común, con una convivencia respetuosa de la naturaleza y cuidado con todos los ecosistemas. Para esa inmensa tarea tenemos que descolonizarnos de las visiones del mundo y de falsos valores. Tenemos que ser antisistema y alternativos.
El primero presupuesto de una transición es la vulnerabilidad de la condición humana, expuesta a ser atacada por enfermedades, bacterias y virus. Dos factores están en el origen de la invasión de microorganismos letales: la excesiva urbanización humana que ha avanzado sobre los espacios de la naturaleza destruyendo los hábitats de los virus y las bacterias, que saltan a otro ser vivo o al cuerpo humano. El 83% de la humanidad vive en ciudades. El segundo factor es la deforestación sistemática, que busca la riqueza con el monocultivo de soja o con la producción de proteínas animales (ganado), devastando bosques y selvas, y desequilibrando el régimen de humedad y de lluvias en extensas regiones, como la Amazonia.
Segundo presupuesto: la inter-retro-relación de todos con todos. Somos, por naturaleza, un nudo de relaciones orientado hacia todas las direcciones. La bioantropología y la psicología evolutiva han dejado claro que la esencia específica del ser humano es cooperar y relacionarse con todos. No hay ningún gen egoísta (como el formulado por Dawkins a finales de los 60 del siglo pasado sin ninguna base empírica); todos los genes están interrelacionados entre sí y dentro de las células. Nadie está fuera de la relación. En este sentido, el individualismo, valor supremo de la cultura del capital, es antinatural y no tiene ninguna sustentación biológica.
Tercer presupuesto es el cuidado esencial: pertenece a la esencia de lo humano el cuidado, sin el cual no subsistiríamos. El cuidado es además una constante cosmológica: las cuatro fuerzas que sostienen el universo (la gravitatoria, la electromagnética, la nuclear débil y la nuclear fuerte) actúan sinérgicamente con extremo cuidado, sin el cual no estaríamos aquí reflexionando sobre estas cosas. El cuidado supone una relación amiga de la vida, protectora de todos los seres porque los ve como un valor en sí mismos, independiente del uso humano. Fue la falta de cuidado de la naturaleza, devastándola, lo que hizo que los virus perdieran su hábitat, conservado durante miles de años y pasaran a otro animal, o al ser humano.
Cuarto presupuesto: la solidaridad como opción consciente. La solidaridad está en el corazón de nuestra humanidad. Los bioantropólogos nos han revelado que este dato es esencial al hombre. Cuando nuestros antepasados buscaban sus alimentos, no los comían aisladamente: los llevaban al grupo y servían a todos empezando por los más jóvenes, después a los mayores y luego a todos los demás. De esto surgió la comensalidad y el sentido de cooperación y solidaridad. Fue la solidaridad la que nos permitió dar el salto de la animalidad a la humanidad. Lo que fue válido ayer también vale para hoy. Esta solidaridad no existe solo entre los humanos; es otra constante cosmológica: todos los seres conviven, están involucrados en redes de relaciones de reciprocidad y solidaridad de forma que todos puedan ayudarse mutuamente a vivir y coevolucionar. Incluso el más débil, con la colaboración de otros subsiste, tiene su lugar en el conjunto de los seres y coevoluciona. El sistema del capital no conoce la solidaridad, solo la competición que produce tensiones, rivalidades y verdaderas destrucciones de otros competidores en función de una mayor acumulación.
Hoy en día el mayor problema de la humanidad no es ni el económico, ni el político, ni el cultural, ni el religioso, sino la falta de solidaridad con otros seres humanos que están a nuestro lado. El capitalismo ve a cada uno como un consumidor eventual, no como una persona humana con sus preocupaciones, alegrías y sufrimientos. Es la solidaridad la que nos está salvando ante el ataque del coronavirus, empezando por el personal sanitario que arriesga desinteresadamente su vida para salvar otras vidas. Vemos actitudes de solidaridad en toda la sociedad, pero especialmente en las periferias, donde la gente no puede aislarse socialmente y no tiene reservas de alimentos. Muchas familias que recibieron canastas de alimentos las repartían con otros más necesitados.
Pero no basta con que la solidaridad sea un gesto puntual. Debe ser una actitud básica, porque está en la esencia de nuestra naturaleza. Tenemos que hacer la opción consciente de ser solidarios a partir de los últimos e invisibles, de aquellos que no cuentan para el sistema imperante y son considerados como ceros económicos, prescindibles. Solo así deja de ser selectiva y engloba a todos, porque todos somos coiguales y nos unen lazos objetivos de fraternidad.