A lo largo de la historia, se conocieron muchas epidemias de afectación global y pandemias, desde la peste negra”, en la Edad Media, pasando por las enfermedades que trajeron a América los europeos, que arrasaron con la población americana en tiempos de la conquista. se estima que, entre la gripe, el sarampión y el tifus, murieron entre 30 millones y 90 millones de personas en América desde 1492. Más recientemente, se evocan como antecedente la gripe española” (1918-1919); la gripe asiática” (1957); la gripe de Hong Kong” (1968); el SIDA (desde la década de 1980); la gripe porcina AH1N1 (2009); el SARS (2002); el ébola (2014); el MERS (2015); y actualmente el Covid-19 y sus múltiples (y, parece, inagotables) variantes. Sin embargo, nunca vivimos de golpe y porrazo -en ninguna sociedad moderna- un estado de cuarentena global, ni soñamos que sería tan sencilla la instalación de una suerte de estado de excepción” transitorio e intermitente, con restricciones internacionales: un verdadero Leviatán sanitario limitante, más aún en países de escasos recursos y estrategias. No estábamos preparados para este shock vivencial, psicológico, de salud y laboral. Nunca creímos que atravesaríamos como verdad lo que solo conocíamos como producciones catastróficas de ficción. Al menos no en 2020.
El otro” pasó a ser el potencial agresor de nuestro bienestar, y ladrón de nuestro tiempo productivo, y los humanos debimos distanciarnos, escudándonos de modo obligado -los afortunados que así pudimos hacerlo- tras la tecnología y las formas impersonales de trabajo. En lo que aquí nos ocupa, el cuerpo a cuerpo” del ejercicio de la abogacía se transformó en una seguidilla de remisión de mails, litigación por sistemas digitales, reuniones remotas, celulares con escáneres y sin memoria, e incansables llamadas telefónicas.
De ahí que, cuando un hecho extraordinario impacta fuerte y súbitamente en la sociedad, en esta sociedad de riesgos globales, como lo ha hecho la pandemia de covid-19, ese impacto produce efectos en el derecho y en el ejercicio de la abogacía, tanto en su positividad como en su eticidad.
Los que vivimos de nuestra apasionante y frustrante profesión tuvimos no solo que rearmarnos de paciencia, sino adquirir nuevos conocimientos e insumos, quizás hasta repensarnos. También modificar nuestras formas de aproximaros a los clientes y al público en general, y acotar nuestras instalaciones físicas, entre otras vicisitudes. Particularmente éste es un tema que roba el sueño, porque va de suyo que nada será igual en esta apuesta de supervivencia profesional, que forzosamente se nos planteó y que sigue su curso. A los de la escuela de la abogacía aguerrida y apasionada nos es imposible no reflexionar sobre cuestiones como: ¿regresarán las audiencias presenciales en las cuales el lenguaje corporal -del otro- nos permitía adelantar nuestras palabras?; ¿volverá el tête-à-tête” con el cual expondremos los intereses urgentes que apremian a los justiciables? Y, bajando al llano, ¿regresará algún día ese folclore que nutría de vida nuestros días, más allá del trabajo de escritorio, como el café o la charla de pasillo?
Mi optimismo es parcial sobre estas cuestiones, mi formación me hace soñar que sí. pero que esto no ocurrirá tan pronto como nos lo prometen nuestros gobernantes ni los ejemplos que muestran los dueños del mundo; pero que ocurrirá finalmente.
La pregunta es, ¿y mientras tanto cómo seguimos, cuando la visibilidad de nuestro trabajo actualmente es escasa y acotada, así como nuestros medios de supervivencia a mediano plazo?
Repensarnos, apropiarnos de esta realidad, proponiendo cambios en los sistemas digitales que llegaron para quedarse; opinando sin temor, con la crítica constructiva, la participación y hasta la queja. Tomar para nosotros, sin prejuicios, las ventajas de la gratuidad de las redes sociales como medio de promoción y divulgación de nuestra labor y nuestros logros cotidianos; unirnos, alternar días en espacios de trabajo comunes, promover el coworking”. Sin sonar demasiado empresarial. Ideas que incluyen la solidaridad y la innovación como puntos de encuentro. Más que una columna informativa, lo que pretendo es que nos repensemos juntos, ya que cambios negativos sin duda hubo muchos, pero éstos no deberían ser eternos. Luego volveremos a algo muy parecido a nuestra anterior forma de interactuar y socializar. Aunque, tal vez, un poco más humanos, solidarios y jerarquizando valores que teníamos un tanto olvidados.
Ése es el desafío: crecer y deselitizar nuestra profesión. Para eso necesitamos también un gremio que conscientemente nos acompañe en este trance.