El hombre fue niño. El hombre se recordaba niño. Un niño con las uñas teñidas de azul. Azul índigo. Y una planta. Añil. El hombre regresó a África y muy pocos recordaban las hojas. Mucho menos cómo hacer para que el añil floreciera en tintas. Pero el hombre persiguió al niño. A sus sueños de niño. Y encontró algo más. Abrevó en unas aguas donde el añil fue palabra. Palabra antigua. Acaso la primera declaración universal de los derechos del hombre. Proclamada en 1222. Mandingas.
La biografía de Aboubakar Fofana dice que dejó el continente madre siendo niño aún. Y que llegó a París siendo negro y africano. Que estudió caligrafía. El tiempo y las valoraciones occidentales lo nombrarían artista. Fascinado por seguir los rastros de viejos signos y símbolos estudió primero todas las tradiciones de Europa. Después volvió a mirar el sur. Y se preguntó si África encontraría otros símbolos. Otros mitos.
“Allá, hacia 970 d. C., más o menos, en esas fértiles e inmensas regiones que cubren el cuadrante occidental de África del norte se asentaban grandes imperios”, entre ellos el imperio mandingo que abarcaba “escenarios de múltiples culturas o civilizaciones milenarias, entre las cuales se sitúan los Dogon, los Peul, los Bambara, los Malinké, los Todocolor, etc. cuyas huellas actuales evocan la prosperidad de Jenné y de Jenné-Jeno, ciudades construidas en el siglo III a. C.”, escribe Eugenio Nkogo Ondó, profesor de la Universidad Complutense de Madrid en un pequeño trabajo llamado “El legado de la filosofía social del imperio mandingo”.
Cuenta el profesor Ondó que Aboubakar Fofana, el artista plástico, el pintor, buscando el color azul de las uñas de niñez, persiguiendo los mitos, se topó con el antiguo legado. Olvidado. Tan olvidado como la planta de añil: El Kurukan Fuga.
El Kurukan Fuga no era otra cosa que la constitución del Imperio de Mandé o Mandingo, que se extendía por la actual Mali. Eran mandamientos. Para preservar la armonía entre las tribus. Explica el profesor Ondó que, a diferencia de las culturas occidentales, organizadas de manera vertical, aquellos pueblos se regían por relaciones horizontales. Y se subdividían principalmente a manera de castas, según sus edades o funciones dentro del entramado social.
La constitución del pueblo mandé fue promulgada Sundjata Keita en 1222 cerca del río Níger y, desde 2008, la ONU la reconoce como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
Miles de mandingos fueron capturados por los traficantes de esclavos después del año 1500. Y cuenta Gwendolyn Midlo Hall que, por ejemplo, en Luisana, Estados Unidos, las mujeres mandingo, esclavas, era más caras que los hombres por su capacidad para cultivar arroz.
En el arte de la capoeira, disciplina filosófica, marcial y musical con la que los afrobrasileños resistieron la esclavitud- mandinga era una forma de engañar al adversario. “Dentro delas muchas tácticas que crearon las poblaciones afrodescendientes para mantener sus creencias, rituales y danzas, existe una práctica que muestra la fusión de las raíces interculturales e interreligiosas, así como la manera en la que estos intercambios se concretan en el cuerpo: la mandinga”, escribe Erik Serna Luna.
Inútil fue para los sacerdotes católicos intentar una conversión. El arte del engaño de los cuerpos funcionó. En los terreiros, venerando orixas y en las capoeiras. En Salvador o México. En Lima o Buenos Aires. Mandinga fue también una manera de engañar a la policía. Kurukan. Fuga.
Desde la historia el Kurukan Fuga interpela: “Toda vida humana es una vida. Es verdad que una vida aparece antes que otra, pero ninguna es más “antigua”, más respetable que otra vida. Del mismo modo que ninguna vida vale más que otra”.
“Que nadie incrimine gratuitamente a su vecino, que nadie cause daño a su prójimo, que nadie martirice a su semejante.”
“El hambre no es nada bueno, ni mucho menos la esclavitud. No hay peor calamidad que esas dos cosas. En este valle de lágrimas, mientras dispongamos de aljabas y del arco, la hambruna no matará a nadie.”
“Por si acaso sobreviene, la guerra no destruirá nunca jamás al pueblo para tener esclavos. Es decir que ninguno pondrá el bocado en la boca de su semejante para ir a venderlo; nadie será tampoco torturado o condenado forzosamente a muerte.”
“El hombre, como individuo de hueso y carne, se sustenta de alimentos y de bebidas. Pero su ´alma`, su espíritu, vive de tres cosas: ver lo que tiene ganas de ver, decir lo que tiene ganas de decir y hacer lo que tiene ganas de hacer. Que cada uno disponga de su persona, que cada uno sea libre de sus actos.”
A pesar de su luz, fueron esclavos, los mandingos. Mediante el arte del engaño, resistieron. Acaso lo hayan cultivado con tal destreza que, en América Latina, la palabra mandinga significó diablo. “El Diablo, en esa reducción, es Mandinga, Dios Padre es Tata Dios”, escribía Jorge Luis Borges en la revista Sur, 1937. Aboubakar Fofana no había nacido. Su futuro era un texto añil llamado Kurukan Fuga. Lo esperaba su sentencia final: “Que llegue a oídos del mundo entero”.