Sur, con letra del gran Homero Manzi y música de Aníbal Troilo, “Pichuco”, es el canto triste a un amor que se ha ido, incluyendo unos barrios que han cambiado y un sueño que murió. En algunos de sus versos el lamento es claro: “Sur, Paredón y después…/ Sur, Una luz de almacén…/ Ya nunca me verás como me vieras,/ Recostado en la vidriera/ Y esperándote./ Nostalgias de las cosas que han pasado,/ Arena que la vida se llevó/ Pesadumbre de barrios que han cambiado/ Y amargura del sueño que murió”.
Tras la filtración del gobierno argentino durante la toma de posesión de Lula da Silva (luego desmentida por el brasileño) de que el Mercosur se iba a dotar de una moneda única, el “sur”, algunas referencias del tango llevan a pensar en las grandes expectativas que el regreso del nuevo inquilino del Planalto ha disparado en América Latina, más allá de las grotescas escenas vividas en la Plaza de los Tres Poderes, en Brasilia, el pasado 8 de enero. El anuncio -reiterado en Buenos Aires, previo a la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC)- suena más a un brindis al sol, una concesión retórica, temporal y nostálgica de Lula a sus amigos Cristina Kirchner y Alberto Fernández, que a una propuesta rigurosa y fundamentada.
Entre las grandes expectativas desatadas, destaca el decidido intento de fortalecer el Mercosur, como puso de manifiesto el ministro Santiago Cafiero, al mostrarse partidario de una “integración profunda”, para lo cual impulsará una agenda compartida con Brasil, incluyendo el “fortalecimiento conjunto de las reservas y la creación de una moneda común”. En el haber brasileño tampoco se debe olvidar la renovada apuesta por la integración regional, la vuelta a la CELAC y el propósito de reflotar a la Unión de Naciones del Sur (UNASUR).
Como en tantos otros aspectos, tanto dentro como fuera de Brasil es mucho lo que se espera. Y, como siempre, la realidad suele interponerse a los deseos. Tanto Lula, como el nuevo ministro de Exteriores, Mauro Vieira, e incluso Celso Amorim, el asesor presidencial en política exterior, han insistido en la idea del regreso de Brasil a la escena internacional, intentando corregir la deriva de Bolsonaro. Y que en ese retorno América Latina (o América del Sur, si se prefiere, siguiendo la tónica dominante en la diplomacia brasileña) tendría un sitio protagónico.
El recuerdo de un pasado brillante y venturoso suele primar sobre las limitaciones del presente. Por eso, casi siempre el ayer es el mejor lugar para volver, por más que ese ayer sea más imaginario que real. Hoy vuelven a brillar los supuestos oropeles del Mercosur, y se insiste incluso en el poder de Lula para destrabar el Tratado de Asociación con la Unión Europea, permitiendo cerrar la negociación. Un viaje de Lula a Portugal (y Europa) en abril podría ser un momento ideal para lograr este objetivo. Sin embargo, las dificultades para la ratificación del Tratado van mucho más allá de la voluntad de Lula o de la mejora en la política medioambiental brasileña. Los obstáculos a ambos lados del Atlántico siguen siendo colosales.
Volviendo al Mercosur, en este momento y más allá de la voluntad brasileña, sus dificultades internas son importantes. Por un lado, el proteccionismo de Brasil y Argentina y, por el otro, los intentos aperturistas de Uruguay, empeñado en este momento en firmar a toda costa un Tratado de Libre Comercio (TLC) bilateral con China, algo a lo que se resisten los restantes países miembros. El tema, por supuesto, no entusiasma demasiado en Pekín, más pendiente de la reacción brasileña. De todos modos, vale la pena recordar que el Mercosur solo tiene firmados TLC con Israel, Egipto y la Autoridad Palestina.
Hay otras dos cuestiones importantes y que de alguna manera son una pesada herencia de la época dorada del proyecto bolivariano. En primer lugar, la suspensión de Venezuela del Mercosur, un tema que tras la salida de Bolsonaro será más fácil de abordar. Y más, si como se rumorea, Dilma Rousseff va de embajadora a Buenos Aires. Sin embargo, tanto Uruguay como Paraguay no son demasiado entusiastas para reabrir las puertas al gobierno de Maduro. El hecho de que este año haya elecciones presidenciales en Paraguay (abril) y Argentina (octubre) no facilitará una decisión rápida. El otro tema es la plena incorporación de Bolivia, aún pendiente de completar su proceso de adhesión, un proceso repleto de contratiempos.
Pese a su retórica amable, la política exterior brasileña debe despejar algunas incógnitas, como su posición ante la pugna entre EEUU y China, o ante Ucrania. Ante la primera cuestión la intención de Lula es mantener un delicado equilibrio entre las dos grandes potencias, como lo marca el hecho de que dos de sus primeros viajes serán a Washington y Pekín. No se trata de cuestiones menores toda vez que Brasil es un destacado miembro de los BRICS, y de su intención de seguir reivindicando el protagonismo del bloque. También, y más allá de su regreso a la CELAC, tendrá que concretar el campo de su idea de integración regional: ¿América Latina o América del Sur?
Como han mostrado las primeras semanas de gestión del nuevo gobierno, su puesta en marcha se ha caracterizado por el fuerte impacto de la asonada bolsonarista, a lo que se suman la falta de coordinación entre los numerosos ministerios y las contradicciones entre el núcleo duro del Partido de los Trabajadores (PT) y el resto de los partidos coaligados en torno a Lula. El fuerte ruido interno, las dificultades económicas, la dura pugna entre el ajuste fiscal y el ajuste social son de tal envergadura que el espacio para la política exterior, más allá de la voluntad de Lula, es limitado.