El “pronóstico mágico” (que llega a unas conclusiones basándose en premisas erróneas) de los occidentales (el colapso de la economía rusa tras 11 rondas de sanciones económicas, un golpe palaciego que cambiaría el régimen en Moscú, y la victoria de Ucrania en el campo de batalla) no se ha cumplido.
En el segundo aniversario de la guerra, Los rusos avanzan en cuatro regiones del sureste de Ucrania; el Senado de EEUU (donde el Partido Demócrata cuenta con la mayoría) ha aprobado un paquete de ayuda de 90.000 millones de dólares para Ucrania, Israel y Taiwán, que está pendiente de ser aprobado por la Cámara de Representantes, donde el Partido Republicano, que se opone a él, tiene la mayoría; la Unión Europea ha liberado un paquete de ayuda económica de 50.000 millones de euros, pero sólo ha entregado a Ucrania 600.000 del prometido millón de proyectiles hasta marzo de 2024.
Gaza está acaparando la atención de la opinión pública y dividiendo el esfuerzo estadounidense en la defensa de sus aliados. Ucrania se está quedando sin armas y municiones; demás, las divisiones políticas en Kiev son cada vez más visibles. El despido del general Valeri Zaluzhni por el presidente Zelenski no significa que Ucrania se enfrente a un desastre militar inmediato, pero refleja la desesperación del presidente en su necesidad de reinventarse a sí mismo y reinventar una nueva estrategia para la guerra, así como de señalar un chivo expiatorio que pague el fracaso de la contraofensiva. Sin embargo, Zelenski deja la impresión de que está imponiendo más o menos abiertamente sus intereses personales por encima de los del Estado, dado que Zaluzhni es el único dirigente que goza de mayor popularidad (alrededor de 88%) que Zelenski (alrededor de un 62%) entre la población. El 72% de los ucranianos no están de acuerdo con la destitución de Zaluzhni.
Teniendo en cuenta que los objetivos políticos de Rusia no han cambiado y que Rusia posee capacidades militares superiores (en capital humano, industria militar y situación económica), Ucrania no tiene más remedio que adoptar una estrategia de “defensa activa”, no sólo para 2024, sino a largo plazo. El objetivo de liberar todo su territorio ocupado seguirá vigente, con una correlación de fuerzas que favorece decididamente a Rusia, pero no es probable que se alcance en un futuro previsible. Gran parte de lo que requiere la nueva estrategia defensiva ya se estaba haciendo, incluyendo la construcción de instalaciones defensivas a lo largo de la línea de contacto, así como la instalación de defensas aéreas y contramedidas para proteger a las tropas y las ciudades, pueblos e infraestructuras básicas ucranianas, la reconstitución y el reciclaje de unidades para la defensa activa y la adquisición de capacidades de ataque de precisión de largo alcance.
La esperanza de Occidente para 2024 es que Ucrania evite perder más territorio de la quinta parte del país ahora ocupado por Rusia. Sin embargo, Rusia está preparada para una larga guerra.
La lógica subyacente de la “defensa activa” es crear un margen necesario para que los militares ucranianos se preparen para reanudar operaciones ofensivas a gran escala en 2025, con el objetivo de liberar los territorios ocupados. Sin embargo, todo ello será otro “pronóstico mágico”, al igual que el aumento del apoyo militar, económico y político de Occidente. Los diplomáticos y funcionarios europeos admiten que Europa, sin EEUU, no podrá sostener el esfuerzo de la guerra.
Occidente se enfrenta a una elección crucial en este momento: apoyar a Ucrania para que sus líderes puedan defender su territorio y prepararse para una ofensiva en 2025 o ceder una ventaja irrecuperable a Rusia. Además, una guerra más larga, tendrá consecuencias para Ucrania en la posguerra. Los recursos occidentales no van a ser ilimitados. Por mucho que el Kremlin afirme que está dispuesto a negociar un acuerdo de paz sobre Ucrania, Moscú espera una victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses, y cuenta con el factor tiempo y con la fatiga de la guerra, que se traduciría en una presión de la opinión pública de los países occidentales sobre sus gobiernos.
Occidente ha prestado una extraordinaria ayuda humanitaria, financiera y militar. Sin embargo, los líderes no han preparado a la opinión pública para aceptar que la guerra en Ucrania será una guerra larga y muy costosa, ni que hay que desarrollar una nueva política de contención de Rusia que incluya instrumentos diplomáticos, políticos, económicos y de disuasión a través de la Otan. Ucrania necesita mucha más ayuda, crítica para su supervivencia como Estado soberano. La victoria rusa no sólo supondría el fin de Ucrania independiente, sino que asestaría un duro golpe al orden internacional. El cambio de fronteras por la fuerza podría servir de modelo para otros líderes autoritarios de todo el mundo.
Una larga guerra en Ucrania favorece a Rusia, que cuenta con más recursos y no depende de la ayuda externa. Rusia tiene actualmente una ventaja de potencia de fuego de 5 a 1, ya que su producción y adquisición de proyectiles ha aumentado mientras que el suministro occidental ha mermado. El apoyo a Ucrania es y será muy costoso para Occidente. Sin embargo, una victoria de Rusia sería aún más costosa, sobre todo para Europa, ya que Moscú perpetuaría la amenaza hacia su vecindad directa.