La Democracia recuperada hacia fines de 1983 lamentablemente no trajo noticias auspiciosas en materia económica. De hecho, el gobierno de Raúl Alfonsín no pudo lidiar con la inflación ni contener al dólar, salvo un breve lapso (entre 1985 y 1986) en el cual la nueva moneda argentina (el “Austral”) llegó a valer más que el dólar. Pero eso fue muy efímero. Huérfano de consistencia fiscal, el “Plan Austral” empezó a naufragar en 1987, en la segunda mitad de 1988 fue conectado a un respirador artificial llamado “Plan Primavera”, y se terminó derrumbando a principios de 1989. Ante la escasez de reservas, José Luis Machinea, por entonces presidente del Central, informó a las entidades financieras que ya no licitaría dólares, dispuso un feriado bancario de dos días y anunció un régimen de libre flotación, intentando en vano fijar una pauta de devaluación del 6% mensual.
A la debilidad política del gobierno (que había perdido las elecciones de medio término y se hallaba en minoría en ambas cámaras), se sumó la renuncia del ministro de Economía, Juan Sourrouille, el padre del “Plan Austral”, que fue reemplazado por Juan Carlos Pugliese, un veterano político radical de muy buena imagen, que fue autor de otra de las frases célebres en la historia de las devaluaciones argentinas: “Les hablé con el corazón y me respondieron con el bolsillo”.
La despiadada corrida cambiaria llevó el dólar de 26 australes a 49 en marzo, 79 en abril y 200 en mayo. Ese mes la inflación superaría el 200%, y fue entonces cuando se produjeron cientos de saqueos a supermercados. A valores actuales, el dólar oficial cotizaba a $ 716 y el paralelo (hoy el “blue”) a $ 971. Aquel fue el primer episodio hiperinflacionario de la historia argentina y marcó el final de la presidencia del líder radical.
El 9 de julio de 1989 Carlos Menem asumía anticipadamente el gobierno, y de este modo el peronismo retornaba al poder. En los meses siguientes el valor real del dólar cedió, corroído por la inflación, pero el mercado de cambios se recalentó otra vez entre diciembre de 1989 y febrero de 1990, y esto dio lugar un nuevo ciclo de hiperinflación, que terminó derivando en el “Plan Bonex”, que implicó una virtual confiscación del 70% de los depósitos bancarios.
El retiro compulsivo de semejante liquidez le menguó fuerza al dólar, que fue perdiendo valor a medida que transcurría el año 1990. En abril de 1991 el ministro de Economía, Domingo Cavallo, le quitó cuatro ceros al “Austral” e inició la etapa del “uno a uno” entre el dólar estadounidense y la nueva moneda, el “Peso argentino”, que se lanzó formalmente el 1° de enero de 1992. “El peso, que valdrá igual que el dólar, es una moneda destinada a perdurar con ese valor muchos años. Me atrevo a decir, por décadas”, expreso Cavallo en un discurso por cadena nacional destinado a explicar los principales lineamientos del “Plan de Convertibilidad”. La historia demostraría después cuán exageradas eran aquellas afirmaciones.
La ficción consistente en atar el valor del peso al dólar se prolongó durante una década, y le estalló en las manos al presidente Fernando de la Rúa en diciembre de 2001. Con el “corralito”, el país nuevamente se hundió en las profundidades de una tremenda crisis (política, económica e institucional). Y después de que el Congreso aclamara a viva voz el “default” dispuesto por Adolfo Rodríguez Saá (el presidente de los 6 días), a principios de enero de 2002 asumió como presidente provisional Eduardo Duhalde, quien en su discurso ante la Asamblea legislativa pronunció otra frase de colección: “El que depositó dólares, recibirá dólares”.
Por cierto, se trataba de una promesa fallida o de cumplimiento imposible. Primero, el gobierno intentó hacer una devaluación “controlada” del orden del 40%, pero finalmente el ministro de Economía, Jorge Remes Lenicov, decidió liberar el mercado de cambios, y así el valor del dólar, en pocas semanas, se cuadriplicó (en junio de 2002, a precios de hoy, valía 264 pesos). Esta grosera devaluación del peso provocó graves consecuencias sociales, como el aumento exponencial de la pobreza, sin embargo, no generó una gran inercia inflacionaria (salvo la escala inicial de precios registrada en 2002), lo que permitió a Néstor Kirchner primero, y a Cristina Fernández después, ir retrasando gradualmente la cotización del dólar durante casi diez años.
A principios de 2014, el entonces presidente del BCRA, Juan Carlos Fábrega, produjo una devaluación “controlada”, y esto le posibilitó a Cristina Fernández finalizar su segundo mandato con cierta calma, llevando al dólar a $ 120 de hoy, cepo cambiario mediante. No obstante ello, en aquel tiempo ya se percibían como problemas el desdoblamiento y las numerosas restricciones impuestas para poder acceder al mercado de divisas.
Inmediatamente después de asumir la presidencia, en diciembre de 2015, Mauricio Macri liberó el mercado de cambios y aplicó una fuerte devaluación del peso. Durante el transcurso de 2016 y 2017 el precio del dólar se volvió a atrasar, gracias al flujo excesivo y desproporcionado de crédito externo, que se cortó abruptamente al cabo del primer trimestre de 2018, provocando una severa crisis de financiamiento del Estado nacional.
Tan grave era la situación que ni el mega empréstito otorgado por el FMI (inicialmente por US$ 50.000 millones, luego ampliado a US$ 57.000 millones, de los cuales el gobierno llegó a recibir poco menos de US$ 45.000 millones), el más importante en toda la historia de aquel organismo internacional, logró restablecer la confianza y estabilizar el dólar. Después de las elecciones primarias (PASO), el 12 de agosto de 2019, el dólar, que venía el alza, pegó un estirón mayor y saltó a $ 173 (a valores de hoy) en octubre de ese mismo año, cuando la fórmula Fernández-Fernández se impuso en primera vuelta en las elecciones generales.
Durante los dos primeros años del gobierno de Alberto Fernández se fue retrasando el tipo de cambio oficial al cerrarse cada vez más el cepo, que había reimplantado Macri en sus últimos meses de gestión, generándose una “brecha cambiaria” inconveniente e insostenible a largo plazo. Ya en octubre de 2020, en plena pandemia, la brecha superaba el 100%, aunque luego se redujo con sucesivos endurecimientos del cepo.
La nueva escalada del dólar “blue” y de los dólares financieros experimentada en estas últimas semanas, espoleada por la escasez de reservas en el Central y la imposición de un “súper cepo” a las importaciones, ha ejercido una renovada presión sobre los precios, acercando peligrosamente el ritmo de la inflación a la frontera de los tres dígitos anuales, algo que la sociedad argentina no padece desde 1989.
Para colmo de males, la renuncia del ministro de Economía, Martín Guzmán, dada a conocer públicamente el sábado 2 de julio, por la forma y oportunidad en la que se produjo vino a profundizar la crisis de confianza y la corrida contra el peso (que se había iniciado en junio con una corrida contra los bonos en pesos ajustados por CER), un cuadro de situación que el gobierno lejos estuvo de superar con la designación de Silvina Batakis para ocupar la cartera económica.
Tanto Miguel Pesce, el titular del BCRA, sostiene que el nivel actual de reservas es suficiente y que todo es cuestión de superar el invierno para poder flexibilizar el cepo importador, al haber menos demanda de energía. El propio presidente Fernández -cuya imagen negativa crece día a día- ratifica que no habrá una devaluación de la moneda cada vez que puede. Sin embargo, la evidencia histórica nos indica que, cuando la brecha cambiaria supera el 100% es muy difícil evitar una devaluación.
En este contexto y dados los actuales niveles de volatilidad cambiaria, para acotar los riesgos de una futura (gran) devaluación es vital recrear la confianza, para ello se debe garantizar con medidas concretas la mesura fiscal, determinando con precisión cuál será la política monetaria de aquí en adelante. Pero también es absolutamente necesaria la unidad política de la coalición gobernante, así como obtener el acompañamiento y apoyo explícito de todo el arco opositor, lo que bien podría plasmarse a través de un acuerdo en el ámbito del Congreso de la Nación.
De lo contrario, la zozobra y la incertidumbre se acentuarán en los próximos meses, de la mano de una escalada inflacionaria que traerá graves consecuencias para toda la población, en especial para aquellos sectores más desprotegidos y vulnerables.