La LXI Reunión Ordinaria del Consejo de Mercado Común del Mercosur, de principios de diciembre, es probablemente la foto más precisa del desencuentro actual del bloque.
Los cancilleres y ministros de economía tuvieron otra reunión para el olvido. Marcó la cancha el canciller Bustillo (Uruguay), señalando que el esquema sigue sin evolucionar. Uruguay ha venido creciendo, mejorando su inserción global, requiriendo de acuerdos internacionales extrarregionales que ha salido a gestionar. Pero el proteccionismo mercosureño se erige en una traba que ni le suma a Uruguay ni le sirve a la región. Aportó Bustillo un dato demoledor. Desde 2010 a la fecha el bloque sumó apenas 11 acuerdos (4 de ellos extrarregionales), mientras la OMC registró 172 instrumentos de libre comercio, ninguno del Mercosur. Agregó el ministro que, a la fecha, las diez potencias de mayor envergadura mundial no poseen acuerdos con el bloque.
En la cumbre de Presidentes celebrada en la ocasión, el uruguayo Lacalle Pou defendió la postura de su país. El hijo de Luis Alberto Lacalle, mandatario oriental que puso la firma en la fundación del Mercosur (Tratado de Asunción de 1991), avisó que intentará ingresar al Acuerdo Transpacífico y suscribir un tratado de libre comercio (TLC) con China. Volvió a exigir la revisión de las exageradas asimetrías entre los países miembros. Pidió apurar negociaciones con la Unión Europea (UE) con la que, por las dudas, Montevideo ya está procurando condiciones por su cuenta.
Integración: hora difícil
Son malos tiempos para el comunitarismo como “modus vivendi”. El gran espejo, Europa, sobrelleva una grave crisis política. La ampliación a casi 30 miembros, en la que las admisiones no respondieron a estrategias sino a tácticas, debilitó el proyecto. El Brexit desnudó lo que nadie quería ver: la integración, finalmente, era reversible. El ocaso de líderes de envergadura, mientras la pandemia ocurría en paralelo, le quitó al bloque europeo predicamento y capacidad de intermediación. La guerra entre Rusia y Ucrania le restó influencia, y aumentaron las quejas por el desempeño de las instituciones con sede en Bruselas. La reciente detención de integrantes del Parlamento Europeo por negociaciones indebidas con Qatar, confirman las sospechas. Cada vez más, la ciudadanía europea percibe en la integración costos, antes que beneficios.
En el extenso continente americano, la idea integracionista también se retrajo. En el norte, Canadá, México y los EEUU han reformulado su relación. En Centroamérica, existe una fuerte dependencia de la actitud norteamericana en su interacción con la región.
Hacia el sur, pululan varias asociaciones. CELAC (hoy presidido a la distancia por la Argentina), UNASUR (nacido por el impulso del “socialismo sudamericano del siglo XXI”), MERCOSUR, CAN, SICA, ALBA, Alianza del Pacífico, CARICOM, etc., no se consolidaron: junto al fracaso de las instancias de cooperación en la mayoría de los casos, trasuntan una pésima performance, con la consecuente pérdida de confianza. El último bloque anunciado, el liberal ProSur, pareció anulado incluso antes de comenzar su marcha.
Necesidad de alternativas
La fragmentación de los procesos no se detiene. Frente a esta circunstancia, los países que más han crecido exploraron alternativas “híbridas” de inclusión en el orden internacional, destacando la pluralidad de los vínculos externos y los multilateralismos de carácter flexible como nuevas tendencias dominantes. En ese contexto, Uruguay sigue el ejemplo sudamericano de Chile o de Perú, o el que proponen países tan diferentes como Corea del Sur o Kazajistán, buscando asociaciones extracontinentales que les permitan colocar su exportación y hacerse en el mercado mundial de inversiones e importaciones que faciliten el acceso a bienes y servicios en el país.
El Mercosur, estancado desde hace más de 15 años (Néstor Kirchner y Lula buscaron otras vías de entendimiento, cercanas a la propuesta bolivariana de Hugo Chávez), no le brinda respuestas a Uruguay, si es que alguna vez se las brindó: sobran estudios demostrativos de que en la multiplicación del comercio -que, innegablemente, el bloque generó, sobre todo en su primera década de vida- sólo Argentina y Brasil alcanzaron genuinas experiencias de integración industrial.
Un Mercosur que, recordemos, ni siquiera pudo asociar eficazmente al país sudamericano que más creció en los últimos lustros: Bolivia. Su inclusión posee un sentido geopolítico y estratégico definido, razonable desde la perspectiva de la complementación, demorada por el influjo pendular de la política.
Frente al reclamo uruguayo se requiere un mayor pragmatismo. El bloque no puede quedar a merced de cómo puedan resolver sus problemas los Estados-parte, de modo autónomo, sin que la estructura institucional pueda asistirlos.
¿Qué puede aportar el retorno de Lula? Otrora se despegó de la construcción mercosureña, entusiasmado por las oportunidades globales que le prestaba el BRIC, sus vínculos propios con Washington y las perspectivas continentales que, en un ciclo de bonanza económica, ofrecía la Unasur. El canciller anunciado, Mauro Vieira, ex embajador en Argentina y los EEUU con Lula, y ministro con Rouseff, es una figura asociada a aquel modo de ver al mundo desde Brasilia. Pero su experiencia, en un cambio de época (sintonizado por Lula desde la asunción de su candidatura en adelante) generan expectativas positivas.