A finales de los años 80, Henry Kissinger, tras plantearse qué tipo de estrategia debería adoptar EEUU en su relación con la Unión Soviética, aconsejó a James Baker, entonces secretario de Estado, que debiera tener mucho cuidado con los funcionarios de su Departamento, “porque eran muy ingeniosos”: siempre ofrecerán elegir entre tres opciones. A saber: guerra nuclear; rendición incondicional; y su opción favorita.
Teniendo en cuenta la evolución de los objetivos políticos de EEUU en Ucrania, parece que los ingeniosos funcionarios actuales del Departamento de Estado no han cambiado mucho respecto de los de hace 40 años. Desde el comienzo de la guerra los objetivos políticos y estratégicos de EEUU y la OTAN han pasado de la prioridad de ayudar a Ucrania a defenderse mediante el abastecimiento de armas, instrucción militar y auxilio económico, a la de castigar la agresión y debilitar a Rusia. El presidente Biden ha afirmado que el objetivo de Washington es “castigar la agresión rusa” y el secretario de Defensa, Lloyd Austin, lo ha confirmado a su manera: “Nuestro objetivo es debilitar a Rusia a largo plazo para que no tenga la capacidad de repetir su asalto militar a Ucrania”.
Y Liz Truss, secretaria de Asuntos Exteriores del Reino Unido, añade a su vez que es un “imperativo estratégico expulsar a Rusia de toda Ucrania, incluida Crimea”.
Estas afirmaciones expresan la lógica indignación moral por la agresión rusa, así como por los crímenes de guerra perpetrados por la soldadesca de Putin. Washington pretende dejar claro a Ucrania, a Rusia y al mundo entero que cumplirá su palabra y no dejará desprotegido a un aliado (no como en Siria en 2013, cuando la línea roja era el uso de las armas químicas, y a pesar de que se demostró su uso por el régimen de Bashar al Assad, EEUU no intervino; ni como en su retirada de Afganistán, que cayó rápidamente en manos de los talibán). Contar con el decidido apoyo de Washington podría fortalecer la posición negociadora de Kiev en unas hipotéticas negociaciones de alto el fuego o de paz. Sin embargo, EEUU, el Reino Unido, los países de la UE y la OTAN se arriesgan imprudentemente a una ampliación de la guerra -aunque no necesariamente a una guerra nuclear- y cometen un error estratégico.
Japón y Alemania, que no fueron potencias nucleares, una vez derrotados en la Segunda Guerra Mundial (Japón con las dos bombas nucleares y Alemania, aparte de la derrota en diferentes frentes, sufrió bombardeos de los aliados en su territorio) se avinieron a convertirse en Estados de Derecho y aceptaron formar parte de un orden internacional liderado por EEUU. Sin embargo, Rusia es una potencia nuclear y, además, la gran mayoría de los rusos ha sostenido que no perdieron la Guerra Fría en 1989, sino que aquella concluyó gracias a una serie de acuerdos militares de desnuclearización, y que, desde luego, el colapso del comunismo no equivalía en modo alguno a una capitulación militar rusa.
Derrotar a Rusia o “debilitarla” decisivamente es imposible sin entrar en una guerra nuclear.
A raíz de las declaraciones de Biden, Austin y Truss, tanto Vladimir Putin como su ministro de Exteriores, Sergey Lavrov han repetido sus ya conocidas amenazas de guerra nuclear. Estas declaraciones revelan que el armamento nuclear no sólo proporciona a Rusia capacidad de disuasión frente a la amenaza occidental, sino también facilidades para su programa de destrucción de Ucrania. De ahí que Occidente haya evitado, hasta ahora, una intervención militar directa o el cierre del espacio aéreo para evitar un conflicto directo con Moscú.
Sin embargo, los últimos objetivos políticos declarados por EEUU y sus aliados van más allá de lo acostumbrado, al menos en forma verbal. Tales declaraciones han confirmado en la mayoría de los rusos la convicción de que la OTAN y EEUU son los principales responsables de esta guerra y de que no tienen interés en acabarla, sino que su objetivo de desangrar a Rusia y cambiar su régimen.
El cambio de los objetivos políticos occidentales en Ucrania plantea la cuestión de si Rusia usaría armamento nuclear contra los países que quieran debilitarla.
La Doctrina Militar de 2014, así como la Estrategia de Seguridad Nacional de la Federación de Rusia, de 2021 y Los Principios Básicos de la Federación Rusa sobre la Disuasión Nuclear, de 2020, contemplan el uso de armamento nuclear por Rusia si se dieran una o más de las siguientes circunstancias: si Rusia fuera sometida a un ataque con misiles nucleares; en los casos de uso de armas nucleares contra Rusia o sus aliados; de ataques a la infraestructura crítica que paralicen la capacidad de disuasión nuclear de Rusia; y si un acto convencional de agresión contra ella o sus aliados no dejase a Rusia otra salida militar para asegurar su supervivencia. En el contexto actual es poco probable que Moscú usase su armamento nuclear para ganar la guerra en Ucrania, pero si Kiev, por ejemplo, intentase recuperar Crimea, el Kremlin lo defendería con armamento nuclear táctico, por considerar la península como territorio propio desde su anexión en 2014.
En la actualidad estamos aparentemente ante una mayor probabilidad del uso de armas nucleares que durante la Guerra Fría. EEUU y la URSS desarrollaron sus respectivos programas nucleares desde los años 40. La Guerra Fría se sostuvo sobre el “equilibrio del terror” (disuasión por la destrucción mutua asegurada), lo que evitó un conflicto bélico entre las dos grandes potencias enfrentadas en el hemisferio norte y, gracias al tácito acuerdo de evitar el choque nuclear directo, en las guerras localizadas que se libraron en Corea (1950-1953) y durante los procesos de descolonización en África y en las guerras revolucionarias de Vietnam, Camboya y América Latina. Por ejemplo, en Corea ninguna de las potencias nucleares quería otra guerra total, por lo que ambas pusieron límites estrictos a los medios, los fines y el alcance del conflicto. Eligieron no utilizar armas nucleares. Eligieron no atacar el territorio o el régimen de los demás, manteniendo la lucha en la península coreana. Y, más allá de eso, se permitió que la guerra continuara convencionalmente, tan brutalmente como quisieran los beligerantes.
El objetivo de Occidente debería ser ayudar a Ucrania a ganar a esta guerra, es decir, a derrotar a Rusia en territorio ucraniano. Intentar derrotar a Vladimir Putin en Rusia, un país en el que, desde Pedro el Grande (1672-1725), el pueblo se identifica mayoritariamente con sus autócratas, además de un error estratégico (una Rusia debilitada sería aún más revisionista y revanchista que la Rusia actual), equivale a una imprudencia peligrosa.
La Historia ha mostrado que Rusia tiene una gran capacidad para defenderse de agresores externos (mongoles, polacos, Napoleón o Hitler) y que sólo opta por cambios convulsivos cuando el pueblo pierde confianza en su sistema político, como ocurrió en 1917 y 1991. Putin está -y seguirá estando- fuerte en el gobierno.