Las materias primas son las grandes ignoradas de la competición tecnológica. En 1992 el padre de la revolución económica china, Deng Xiaoping, decía: “Oriente Medio tiene el petróleo, pero China tiene las tierras raras”. Las tierras raras y las materias primas críticas han sido las grandes olvidadas de la competición geopolítica de los últimos años, que ha centrado su atención en qué país domina ciertas tecnologías (la inteligencia artificial, los semiconductores) y no tanto en qué medios eran necesarios para llegar a dicho dominio.
China controla el 36,7% de las reservas globales de tierras raras. Brasil y Vietnam, los siguientes países en la lista, almacenan en conjunto lo mismo que China sola (un 18,3% cada una de ellas). Les siguen Rusia (10% del total), y la India (5,8%).
Las materias primas son los recursos básicos indispensables para producir la transición verde –como las turbinas de viento, paneles solares y baterías para vehículos eléctricos– y de la transición digital. Sin embargo, se han convertido en un vector de dependencia, de riesgo geopolítico y de instrumento de guerra comercial enormemente importante. Una materia prima es crítica cuando tiene una elevada importancia para la economía de un país, pero también cuando tiene un alto riesgo asociado a su suministro.
Un caso claro es la crisis en la fabricación de semiconductores, “smartphones” y vehículos eléctricos. Ucrania y Rusia son los grandes productores de los gases y metales pesados utilizados para la manufactura de estos productos. Cuando Rusia invadió Crimea en 2014, los precios del neón se dispararon un 600%. Desde la guerra, la producción de chips es afectada por la dependencia de las fábricas ucranianas, que produce más del 90% del neón que EEUU necesita para manufacturarlos.
Sin embargo, la dependencia no se genera sólo por quién posee las mayores reservas. También depende de quién domina las fases de minado, refinería y procesamiento de estas materias primas.
El objetivo de reducir la centralidad china en materias primas críticas ha ido creciendo. Entre 2008 y 2018, el 42,3% de todas las exportaciones de tierras raras del mundo salían de China. Y la gran mayoría de estas exportaciones iban dirigidas a cuatro de las principales potencias tecnológicas: Japón, EEUU, los Países Bajos y Corea del Sur. Sin embargo, este intento de disminuir la dependencia no ha tenido éxito. Europa y Corea del Sur dependen casi completamente de China.
China ha sabido concebir las tierras raras como un “recurso estratégico” y ha utilizado sus exportaciones como un instrumento de guerra comercial. A mediados de los años 80, el gobierno chino apoyó la industria naciente de tierras raras con desgravaciones fiscales a las exportaciones. En 1990 aplicó un enfoque proteccionista, prohibiendo a las empresas extranjeras la extracción y restringiendo la participación en proyectos de procesamiento. A finales de 1990, el gobierno empezó a aplicar cuotas escalonadas para desincentivar la exportación de materias primas. En 2010 China cortó todas las exportaciones de tierras raras a Japón. Este hecho explica el viraje de Japón hacia Australia. Pocos años después, en 2012, EEUU, Japón y la UE presentaron litigios contra China en la Organización Mundial del Comercio (OMC).
La preocupación de la UE ante este tema ha ido en aumento: el número de materias primas críticas ha aumentado de 14 en 2011, a 20 en 2014, a 27 en 2017 y a 30 en 2020. En 2017 la UE creó la Alianza de Materias Primas para diversificar su importación y mejorar su adquisición en el mercado interior. Los años siguientes se han visto marcados por el intento de formular una estrategia, promovida por el Parlamento Europeo, la Comisión Europea y el Consejo de la UE. El 14 de marzo de 2023 se pasó de una estrategia a una propuesta legislativa, que busca una mayor coordinación y coherencia entre Estados miembros para evitar la distorsión y fragmentación del mercado. También plantea la posibilidad de utilizar subsidios para desarrollar proyectos de materias primas dentro de la UE, y quiere no depender de un solo país (China) de las importaciones de toda materia prima estratégica para 2030.
Días antes, la Casa Blanca y la UE anunciaban un acuerdo transatlántico para profundizar su cooperación en la diversificación de minerales críticos y cadenas de suministro de materias primas, y para colaborar en la definición de mecanismos de control de exportaciones e inversiones extranjeras. El objetivo es doble: por un lado, aliviar la incertidumbre que la inflación estaba generando en las empresas europeas; por otro lado, acercar visiones ante las dependencias globales en materias primas.
Lo más probable es que la UE busque acercar visiones, si bien con dos diferencias: del mismo modo que el Consejo de Comercio y Tecnología, Ursula von der Leyen quiere disminuir el riesgo derivado de las dependencias chinas, pero no desacoplarse. Si en 2018 las materias primas eran críticas para la seguridad nacional y la seguridad económica de EEUU, un año después Trump añadió que también lo eran para la defensa nacional.
Por otro lado, la actuación de la UE en la geopolítica de las materias primas debe mirar más allá de la óptica transatlántica: el papel de otros países productores, como Chile, puede estar en el centro de la agenda política europea. En diciembre de 2022 se actualizó el acuerdo por el que se ha conseguido un acceso no discriminatorio a las materias primas chilenas: ni se concederán derechos comerciales a exclusivos a ninguna empresa específica, como venía ocurriendo, ni se seguirá con la actual política de precios duales que benefician a las empresas localmente establecidas. Los Países Bajos han sido de los pocos países miembros en poner en valor la importancia de América Latina y África en este asunto.