En muchas ocasiones, un acontecimiento cambia el curso de la historia: ocurrió con el embargo de petróleo que impusieron los árabes después de la guerra de 1973 entre Israel y Egipto. Entonces yo era un joven periodista que empezaba en Londres y no fui el único en pensar que aquel embargo tendría consecuencias enormes e imprevistas. Una de ellas fue que se entró en una espiral de bajos salarios que abarató la vida de las clases medias de Europa occidental y Norteamérica, pero a expensas de los trabajadores inmigrantes explotados. En Oriente Medio y en otros grandes productores de petróleo y gas, como Argelia, Nigeria y Venezuela, surgieron los llamados “petro Estados” y la consiguiente maldición del petróleo: programas de industrialización tremendamente ambiciosos, que en muchos casos fracasaron pero hicieron posible que los bancos reciclaran enormes sumas de dinero. La crisis enriqueció a los bancos pero provocó guerras, inestabilidad y una marcha de refugiados que no termina.
A mediados de los 70, parecía que se habían terminado las migraciones masivas: Gran Bretaña había restringido la libre circulación de personas procedentes de la Commonwealth, y Francia y Alemania habían puesto fin a sus programas de trabajadores invitados. En EEUU la inmigración neta era negativa. Sin embargo, desde el año pasado el número de inmigrantes viene aumentando con más rapidez que nunca y fomenta el auge de los partidos de extrema derecha y la xenofobia. Fue una de las razones fundamentales del triunfo del Brexit.
Randall Hansen, que lleva 30 años escribiendo sobre inmigración, quiere demostrar en su libro “War, Work, and Want” (Guerra, trabajo y deseo de más) que la crisis del petróleo de la OPEP “provocó emigraciones masivas y revoluciones” y sirvió de “multiplicador” económico e ideológico. La crisis redujo a la mitad y para siempre el crecimiento económico en los países del Norte. El crecimiento del PBI pasó de una media del 5% anual al 2,5% y, asegura, “nunca hemos vuelto atrás”. En los países desarrollados los salarios iniciaron un estancamiento que duró varias décadas. El auge posterior a la segunda Guerra Mundial había sido posible gracias a la energía barata. En EEUU “el gobierno federal y las empresas reaccionaron a la crisis del petróleo” con medidas que “diezmaron los sindicatos y, con ellos, las clases trabajadoras”. El ala derecha del Partido Republicano y las grandes empresas se pusieron de acuerdo en definir la inflación como “la consecuencia de unos aumentos salariales excesivos por la codicia de los trabajadores”. El reflejo de pensar así estaba tan arraigado que el mismo argumento volvió a utilizarse tras la crisis financiera de 2008. Esta “ideología” se difundió gracias a la Heritage Foundation (creada en 1973) y el Cato Institute (fundado en 1977), además de otros “thinktanks”. Aunque muchos directivos “veían con escaso entusiasmo las provocaciones racistas de los republicanos y la alianza del partido con la derecha evangélica, las empresas fueron un aliado natural de los recortes de impuestos, la campaña contra los sindicatos y la labor desreguladora”.
La historia británica fue muy parecida: los sucesivos gobiernos conservadores emprendieron “un asalto a los sindicatos mediante cambios legislativos y un inmenso desempleo”. La afiliación sindical se redujo a la mitad, de más del 50% de la población activa a alrededor del 26%, y el sector de empleo mal remunerado se disparó. En Europa no hubo una guerra contra los sindicatos, pero la inflación en aumento causó estragos, mientras Alemania intentaba restablecer su nivel de vida a base de bajar los precios y, por tanto, los salarios.
En EEUU los salarios y las condiciones de la clase trabajadora autóctona fueron deteriorándose hasta llegar a un punto en el que los trabajadores nacidos en el país rechazaban los puestos de trabajo. A medida que estos trabajadores abandonaban los sectores del envasado, la construcción, textil y comercio minorista, y a medida que aumentaba la demanda en sectores que nunca habían tenido gran atractivo para ellos (agricultura y cuidados), su sitio lo ocuparon inmigrantes poco cualificados: “el desplome de los salarios en los trabajos poco cualificados, la salida del mercado de los trabajadores nacidos en el país y su sustitución por inmigrantes benefició claramente a las clases medias y medias altas”.
En cuanto a la tercera crisis del petróleo, entre 2007 y 2013, ¿por qué no causó una segunda oleada de estanflación? Porque los trabajadores de baja cualificación, esta vez con una enorme proporción de inmigrantes, aceptaron recortes del salario real. Y eso también explica por qué, contra todo pronóstico, los primeros años de la década de los 70 “no fueron el final, sino el principio de una afluencia masiva inesperada e indeseada de inmigrantes a Estados Unidos y Europa”.
La emigración y la llegada masiva de mano de obra barata a los Estados del Golfo y Arabia Saudita permitió llevar a cabo enormes proyectos de desarrollo que cambiaron drásticamente esos países. “La petromanía —el delirio de una política sin límites, inducido por el petróleo— contribuyó a la destrucción de una superpotencia”. Saddam Hussein se engañó y trató de conquistar Kuwait porque pensó, equivocadamente, que,si controlaba el 15% de las reservas mundiales de petróleo, su poder sería absoluto. La presencia de tropas estadounidenses en el país de La Meca dio origen a Bin Laden… y así sucesivamente.
Randall Hansen concluye que, desde la crisis del petróleo, la guerra, el trabajo y el deseo de tener más han triplicado las migraciones mundiales. Desde el punto de vista político, “ha habido una rebelión populista en EEUU y Europa occidental, impulsada en parte por la frustración de la clase trabajadora ante las desigualdades y el empeoramiento del nivel de vida. Quizá la historia del trabajo y las migraciones ha alcanzado un punto de inflexión y no ha podido cambiar de dirección.