Podríamos haber titulado “run, Danny, run” recordando los recorridos del gran Forrest Gump; pero a diferencia de otros funcionarios cultores de trotes o bicicleteadas, el personaje prefiere compartir escenarios con la Small Jazz Band. Sin parecerse demasiado al Carlito Brigante inmortalizado por la dupla Al Pacino-Brian de Palma (junto a ellos Sean Penn, John Leguisamo, Viggo Mortensen y Jorge Porcel), nuestro protagonista es, como aquél, un batallador de mediana edad a punto de tomar una chance de cambio distintiva, de esas que permiten cerrar bien cerrada la compuerta de una etapa para abrir otra.
Porque Daniel Passerini -de él hablamos- viene haciéndose por años un camino. Desde muy joven siguió la estela de José Manuel de la Sota. Contó alguna vez que allá por 1986 se lo encontró en la casa familiar, invitado por su padre, guitarra en mano y cantando una zamba; los Passerini se mantuvieron firmes en el espacio, mientras Daniel se recibía de médico en la UNC.
Ejerciendo activamente la profesión y mechándola con pasiones como la música, la radio o la militancia llegó en 1999 su bautismo como intendente de Cruz Alta, la última localidad cordobesa antes de cruzar a Santa Fe por la ruta 6, surcando por el Departamento Marcos Juárez. Siempre vinculado a De la Sota, tras ser reelecto en 2003, debutó como ministro dos años después, en la cartera de Desarrollo Social. Quienes recuerdan al Daniel de entonces señalan: “poco ducho al principio, demasiado colgado del saco del gobernador, quien le tenía mucho afecto”. Procuró afirmarse como referente departamental, disputándolo palmo a palmo con un peronista “paladar negro” como Carlos Massei. Sus guerras sordas todavía son recordadas entre compañeros que peinan canas.
El esfuerzo rindió: Passerini encabezó la lista de legisladores peronistas para el período 2007-2011. Tras una elección más que compleja, finalmente Schiaretti echó a andar su primer período como gobernador (tercero consecutivo de Unión por Córdoba). La relación entre Juan y el “hiperdelasotista” Daniel tuvo altos y bajos, pero el hombre de Cruz Alta se mantuvo en el puesto, aun cuando por unos meses debió convivir con los hasta entonces ministros Elletore y Massei, enviados de urgencia por Schiaretti para asegurar con su presencia objetivos de la gestión. Se lo recuerda defendiendo las modificaciones del sistema electoral cordobés (con la estelar aparición de la “boleta única”), al que sumó un proyecto de ley de su autoría jamás tratado: la implementación de las PASO. También, su difundido empuje a la investigación sobre la violación a la Constitución provincial (prohibición a los legisladores de litigar contra el Estado en causas patrimoniales), por parte del legislador Miguel Ortiz Pellegrini, entonces juecista, quien renunció a su banca.
Nace un candidato
En 2011 fue convocado nuevamente por De la Sota a Desarrollo Social. Su grupo nunca fue demasiado amplio, ni mucho menos de alto perfil. Algunos técnicos de confianza y, en lo demás, un gabinete abierto a cultivar buenas migas con sectores del delasotismo reacios a su crecimiento (especialmente los afines a Adriana Nazario). La intendencia de Cruz Alta, bastión propio, fue confiada a su hermano Diego.
Declaraciones fuera de tiempo sobre aspiraciones gubernamentales, disputas con ministros fuertes de aquel gabinete, tensiones con sus propios funcionarios, una desafortunada gestión (no entres ahí, diría Homero Simpson) de Diego en el pago chico y una apocada performance propia en Desarrollo Social, lo retrasaron algunos casilleros en la plataforma electoral siguiente. Aunque ya había tomado la decisión de radicarse en Córdoba y crecer en el peronismo capitalino, fue candidato por su Departamento y en elencos legislativos cada vez menos importantes, sus antecedentes fueron determinantes para alcanzar la vicepresidencia de la cámara y la presidencia de su Comisión de Salud.
Con la lección aprendida, implacable en sus objetivos, Passerini acometió una activa gestión dentro y fuera de la Legislatura. Al fallecer De la Sota, en 2018, tras evocarlo como numerosos legisladores en una sesión especial, luego de agradecer en nombre de la familia del ex gobernador las manifestaciones de afecto, lo dejó claro: “Hoy no puedo dejar de imaginar a mi papá: allá arriba, esperando con un abrazo a José Manuel. Todo lo que fui, todo lo que soy y todo lo que espero ser es por ellos”. Pocas semanas después se supo de qué hablaba, anunciada su precandidatura a intendente de la Capital, tras conocerse la de Llaryora.
Dicen los que saben que las primeras conversaciones entre ambos fueron desangeladas. Llaryora le habría insinuado al de Cruz Alta que sólo tenía para ofrecerle el espacio que quedaba tras el corrimiento de la lista a diputados nacionales, que ambos habían integrado en 2017 (donde Passerini podría completar ese período ante la renuncia de Martín, si éste alcanzaba la Intendencia). De allí a la fórmula conjunta fue una intensa sucesión de episodios agrios, en desconfianzas recíprocas (que se han mantenido por buena parte del período compartido).
Aunque un afiche que inundó la ciudad mostrándolos juntos es el símbolo elegido para exhibir el transitorio archivo de las suspicacias. “Es simple. Martín actúa como De la Sota en 2007, cuando eligió a su vice Schiaretti para reemplazarlo en el gobierno y así se repartieron el poder por dieciséis años más” susurra un peronista capitalino café de por medio, con el palacio 6 de Julio de fondo, en plena siesta de enero.
No será sencillo para Daniel. Tiene enfrente a Campana, histórico schiarettista. Lo husmea sin convencerse el viguismo ortodoxo. Lo acechan los llaryoristas con aspiraciones (Rodio, Siciliano, Flores). La “contra”, promete ponerle un candidato de fuste, porque quiere recuperar el gobierno de la ciudad.
Pero, a sus casi 58 años, Daniel considera haber aprendido: incluso de las lecciones de tantos Carlitos Brigante que conoció en la ruta. Sigue adelante y nadie puede reprochárselo: es su camino.